(1) Octubre 97
Hoy he querido llevarte a esos lugares que tanto te van a recordar al
Paraíso, lugares preferidos por mí donde mi pensamiento se
deja, perdido en la infinitud temporal, modelar por tus dedos divinos.
Tú, por un lado, buscando una personalidad, la mía, por la
que hace muchos años pujaste en Divinintón; yo, por otro,
anhelando, muchas veces sin saberlo, la perfección, la tuya.
Fíjate en el mar. Cualquier realidad virtual, de esas que estamos
tan acostumbrados ya en Urantia, se quedaría en pañales:
parece raramente dibujado, extrañamente plasmado en una fotografía.
Está tranquilo como un arroyo fresco de montaña, ensimismado.
Estamos viendo un atardecer en el Atlántico. Cada día son
sobrecogedoramente bellos y diferentes en esta parte del mundo. Digo yo
que así los crearían a propósito los portadores de
la vida, para que sirvieran de aliento a los seres humanos.
Observa como, inusualmente tranquilo, ese trecho de mar se deja acariciar
por los últimos rayos del sol, dulcemente amarillos y anaranjados.
¿No te parece a ti que disfruta como el perrillo al que su
amo acaricia después de todo un largo día? Esos rayos, que
quizás hayas visto más de una vez en tu mundo de origen,
se tornan verde, un verde sereno, que da paso a la oscuridad amable que
ya nos va rodeando.
Aquí medimos los días por horas, 24 horas. No hay tiempo
para casi nada. Pero, ya ves, para mí una hora, después de
la lucha diaria --que te iré contando--, representa una eternidad
en tu presencia. Sé que en tu paraíso un día son mil
de nuestros años; pero, no creas, en Urantia, una vivencia se multiplica
a veces también por mil cuando se sabe disfrutar de ella.
Quiero que me conozcas. Yo hablaré y hablaré de estas
cosas que los mortales suelen hablar y te dejaré hablar a ti cuando
aprendas nuestra lengua. Imagino que en tu lengua, una palabra puede equivaler
a millones de conceptos; en mi lengua, una palabra te puede evocar muchas
imágenes...
Compruébalo. Para terminar el día, déjate acariciar
por la palabra mar, mar, mar, y evoca en mi alma el reflejo de ese mar
del Paraíso que tanto anhelo. Vuelve si quieres a él cuando
yo esté durmiendo y contémplalo desde tu perspectiva humanamente
divina e irás entendiendo, comprendiendo un poquito más,
mi personalidad infinitamente humana.
(2) Noviembre
97
Si yo pudiera traspasar esta noche y perderme
en la inmensidad de tu abrazo de espíritu, me conocerías
un poco más, conocerías esa parte soñadora de mí.
Llueve un poco esta noche. Desde mi ventana
se ven las luces de un barco solitario, luces indecisas, con ganas de terminar
la faena para volver a casa. Así me encuentro yo a veces, amansando
lluvia de estrellas silenciosas con la mirada, esperando la vuelta a casa,
de donde salí hace muchos millones de años en tus recuerdos
de Urantia.
Sólo mis deseos de serena perfección
puede desviar la soledad compartida contigo, espíritu amigo, amigo
espíritu que sabes modelar mi pequeña alma con la caricia
cada vez más humana -y más divina- de tus dedos de viento.
(3) Diciembre
97
En este silencio racheado de otoño,
se deja oír tu voz, fragmentada, entre murmullos de viento.
En estos silencios de alma -aún
finita- sobrecogida por ausencias, nostálgicamente apartada, escucho,
con la tenue palidez de la tarde que se desvanece, un susurro a mis oídos
materiales, una brisa hecha círculo, una respiración cósmica...
Me recojo en mí, esperando ese silencio
acompañado, la luz de una mirada de lluvia que modele la mía,
como un horizonte besado de nubes, el abrazo de lo infinito a lo finito
Hoy necesito de ti, que tu mente se haga
infinitamente humana para que puedas comprender cómo me siento.
Te prometo que la mía se hará finitamente divina para saber
cómo te sientes.
(4) Enero 1998
Abriga mi finitud con tu infinitud divina,
efunde sobre mí el recuerdo de tu eternidad
pasada y futura,
que yo te daré mi poesía,
el recuerdo siempre presente,
la finitud más infinita de mi vida.
Hoy he sentido la soledad milenaria de
tu presencia
haciéndose una con la mía.
(5) Febrero 1998
Cuando pienso en TI,
se me llena el alma de gloria,
y me hago, en tu voluntad,
espíritu risueño de golondrinas
Un Servicio de La Hermandad de El Libro de Urantia