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Los contenidos de este estudio

Cuando las cosas van mal
Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

II. Cuando nos sentimos con dudas o confusos

Tomar una importante decisión en un mundo de continuas tomas de decisiones no es fácil. Tenemos que ganarnos la vida para vivir y entramos, a veces contra nuestra voluntad, en adoración de lo material. Anhelamos ser útiles a los demás, pero buscamos, al mismo tiempo, nuestro propio lucro personal.

Le pedimos a Dios que nos muestre el camino, pero no recibimos ninguna respuesta concreta, y nos derrumbamos, indecisos y titubeantes, porque no estamos seguros qué camino hay que seguir. Nos maravillan aquellos que han descubierto en su vida un faro, hacia el que se encaminan, luchando contra todos los obstáculos, directo como un ejército de hormigas, mientras que nosotros somos simples espectadores, perdiendo, boquiabiertos, el tiempo en cosas inútiles, intentando cosa tras cosa, siempre fracasando. Nos pasamos las noches despiertos pidiendo una guía, pero un tupido velo de desconocimiento nos separa de ese sentido de propósito y destino personal que tanto ansiamos.

Se dice que hay quien perece sin fe, y de hecho sin dirección, nuestros deseos de conseguir una meta digna se truncan como juguetes en manos de un niño. Necesitamos objetivos que enriquezcan nuestro espíritu y que nos impulsen a sobrellevar un camino de espinas, cuando sus pinchazos y moretones nos hagan cuestionarnos si ese lejano objetivo merece el sufrimiento.

No es lo mismo sentir duda que confusión. La confusión se produce cuando se abrazan nuevas ideas, pero no representa ningún daño a no ser que nos dejemos desorientar. La confusión nace de la inexperiencia ante la multiplicidad de filosofías humanas, todas en apariencias justificadas tras una capa superficial de lógica. No podemos evitar la confusión, pero si nuestra relación con Dios es permanente, la continua revelación espiritual no dejará que sus efectos negativos arraiguen en nosotros.

La duda es más perniciosa porque antepone de forma racional nuestra voluntad a la de Dios. La duda es el deliberado desvío del impulso natural hacia Dios del corazón humano. La duda constituye la negación de la presencia de Dios en nuestra mente, lo más real y verdadero que hay en nosotros. Significa el abandono de nuestros más altos ideales de amor, verdad, servicio y fe. La duda nos conduce a la nada, hacia el vacío ante la ausencia del espíritu. La duda es el mayor de los enemigos, aunque se puede vencer regresando a Dios, regresando al radiante amor del Padre que nos libera de todo lo que pueda dañar a nuestras almas.

La fe es lo normal; la duda no es sino una desviación. La fe es un don que recibirlo requiere que encaucemos nuestras almas en el inmenso caudal del amor que el Padre efunde sobre todos los que le aman y siguen. Es posible sentir la diferencia entre la nada de la duda y la ilimitada extensión de la fe, y el gozo y la paz por la comunión espiritual son testimonios de la presencia del Padre en nuestras almas.

El conocimiento del poder, de la misericordia y de la guía de Dios nos dotan de un giroscopio espiritual en momentos de hastío y tumultos que se escapan a nuestro débil control, estabilizando nuestro navío a medida que surca las oscuras olas de un desconocido mar.

Al fin y al cabo, la más grande evidencia de la bondad de Dios y la suprema razón para amarle lo constituye el don del Padre que mora en vosotros: el Modelador que con tanta paciencia aguarda la hora en que los dos os hagáis uno para la eternidad. No encontraréis a Dios aunque lo busquéis, pero si os dejáis guiar por el espíritu interior, os sentiréis infaliblemente llevado paso tras paso, vida tras vida, universo tras universo y era tras era, hasta acabar por encontraros en la presencia personal del Padre Universal del Paraíso. (p. 39 - §4)

La vida religiosa es una vida dedicada, y la vida dedicada es una vida creativa, original y espontánea. Una nueva percepción religiosa surge de conflictos que nos obligan a cambiar patrones de comportamiento antiguos y menos importantes por otros renovados y mejorados. Los nuevos contenidos sólo surgen en momentos de conflicto, que persistirán mientras nos neguemos a adoptar los valores superiores implícitos en estos contenidos superiores.

La perplejidad ante la religión es inevitable; no puede haber ningún crecimiento sin conflicto mental ni agitación espiritual. Dar forma a un modelo filosófico de vida conlleva una gran conmoción en los ámbitos filosóficos de la mente. Sin pugna no hay conflicto de lealtades por lo grande, lo bueno, lo verdadero y lo noble. El esfuerzo comporta aclarar la visión espiritual y aumentar la percepción cósmica. Y el intelecto humano protesta cuando se le priva de subsistir a partir de energías no espirituales cuya existencia es temporal. La indolente mente animal se rebela ante el esfuerzo que necesita en su pugna por la solución de problemas a nivel cósmico.

Pero el gran problema de la vida religiosa consiste en la tarea de unificar los poderes del alma de la persona mediante el predominio del amor. [...] (p.1097 - §5-7)

La creencia tal vez no pueda resistir a la duda y hacer frente al temor, pero la fe siempre triunfa sobre la duda, porque la fe es algo positivo y vivo. Lo positivo siempre está en ventaja respecto a lo negativo, la verdad sobre el error, la experiencia sobre la teoría, las realidades espirituales sobre los hechos aislados del tiempo y del espacio. (p.1125 - §2)

Vosotros los humanos habéis comenzado el despliegue interminable de un horizonte casi infinito, la expansión sin límites de ámbitos cada vez más amplios de oportunidades sin fin para el servicio vivificante, la aventura incomparable, la incertidumbre sublime y la realización sin fronteras. Cuando ante vosotros se acumulen las nubes, debéis en la fe aceptar el hecho de la presencia del Modelador en vuestro interior; así deberíais ser capaces de mirar más allá de las nieblas de la incertidumbre humana hasta llegar hasta la clara luz del sol de la eterna rectitud, en las acogedoras alturas de los mundos de morada de Satania. (p. 1194 - §1)

El sentirnos confusos, perplejos, incluso a veces desanimados y trastornados, no significa necesariamente que opongamos resistencia a la guía del Modelador interior. Estas actitudes a veces pueden indicar una falta de cooperación activa con el Preceptor divino y pueden, por tanto, demorar en cierto modo el progreso espiritual; pero estas dificultades intelectuales y emocionales no interfieren en lo más mínimo con la incuestionable supervivencia del alma que conoce a Dios. La ignorancia por sí sola no puede impedir jamás la supervivencia; tampoco lo pueden esas dudas que nos confunden ni esa incertidumbre que nos hace temerosos. Sólo la resistencia consciente a la guía del Modelador puede prevenir la supervivencia del alma inmortal evolutiva.(p.1206 - §3)

Me fiaré del Señor de todo mi corazón; y no me apoyaré en mi propia prudencia. Lo reconoceré en todos mis caminos, y él enderezará mis veredas. [...] (p. 1445 - §2)

(Jesús) decidió dejar la resolución final de esta complicada situación a la voluntad del Padre. (p.1532 - §1)

Y cuando Jesús escuchó estas palabras, bajó la mirada al rostro ansioso del padre, diciendo: "No cuestiones el poder amoroso de mi Padre, sino tan sólo la sinceridad y alcance de tu fe. Todas las cosas son posibles para el que cree de verdad." Entonces Santiago de Safad pronunció esas palabras inolvidables, mezcla de fe y duda: "Señor, yo creo. Te ruego que me ayudes en mi incredulidad." (p.1757 - §2)

Jesús experimentó esos altibajos de sentimientos que son comunes a toda experiencia humana [...] (p. 1969 - §2)

La teología puede fijar, formular, definir y dogmatizar la fe, pero en la vida humana de Jesús la fe fue personal, viva, inherente, espontánea y puramente espiritual. Esta fe no fue reverencia por la tradición ni una mera creencia intelectual que conservaba como un credo sagrado, sino más bien una vivencia sublime y una convicción profunda que lo sostenía con firmeza. Su fe fue tan real y tan completa que barrió de forma absoluta toda duda espiritual y destruyó de forma efectiva todo deseo contradictorio. Nada pudo arrancarlo del ancla espiritual de esta fe ferviente, sublime e impertérrita. Incluso ante la aparente derrota o en trances de desencanto y desesperación amenazadora, permaneció sereno en la presencia divina, libre de temores y plenamente consciente de ser espiritualmente invencible. Jesús disfrutó de la vivificante certeza de poseer una fe inquebrantable y en cada una de las difíciles situaciones de la vida, indefectiblemente exhibió una incuestionable lealtad hacia la voluntad del Padre. Esta magnífica fe permaneció impertérrita incluso ante la cruel y aplastante amenaza de una muerte ignominiosa. (p.2087 - §5)