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Los contenidos de este estudio Cuando las cosas van mal III. Cuando nos sentimos culpables Cuando nos comportamos mal, la culpa misma nos muestra cómo hemos transgredido nuestros propios esquemas morales. Al igual que el dolor que nos indica que tenemos una astilla clavada profundamente en la carne, la culpa nos requiere que hagamos un alto en el mal que estamos cometiendo, creándonos un terrible sentimiento de haber fallado a los ojos de Dios y la sensación de separación de nuestros seres queridos. El dolor disminuye cuando se extrae la astilla, pero el sentimiento de culpa puede extenuarnos incluso años después del pensamiento o acto que la originó. Debemos simplemente excluir, abandonar, olvidar, negar la entrada a nuestro pensamiento de esta inútil culpa. Al haber cumplido su propósito, al habernos llegado su válido mensaje con relación a nuestro impropio comportamiento, si el sentimiento de culpa se niega a huir ante el perdón del Padre, debemos expulsarla por la fuerza si queremos sentirnos en paz. Todos sabemos de la oscuridad del alma que se siente con culpa. Nos sentimos culpable cuando sabemos que hemos hecho algo mal, pero también cuando se nos hace sentir así por no seguir unas normas sociales que nos apartan de nuestros criterios religiosos. Por ejemplo, no tiene nada que ver con el pecado el asistir o no a servicios religiosos, a la misa o a la sinagoga, por mucho peso que tenga para sus respectivas comunidades religiosas. En estos casos, la culpa que se nos imputa debe simplemente rechazarse. Jesús vino al mundo para proclamar la libertad espiritual y la rectitud basadas únicamente en nuestra cooperación y dependencia a la voluntad de Dios, y esto tiene que tener preferencia sobre la obediencia a las costumbres y ritos humanos. Jesús nos mostró un Dios que perdona y que es incapaz de crear en sus hijos ningún sentimiento de culpa. Poner las cosas en perspectiva aligera la agonía de la culpa. ¿Quién puede vivir siempre a la luz de su ideal de vida? El pecado es a veces inevitable; es un resultado natural del hecho de haber sido creados libres aunque inmaduros; es parte del hecho de ser humano. Lo importante es saber recuperarse pronto del error que nos ocasionó la culpa, considerarlo como un aprendizaje útil y mantenernos en guardia para que no se repita en el futuro. En el caso de una deliberada transgresión de lo que sabemos que es lo correcto, la cura más fácil es la admisión y el arrepentimiento unidos al intento sincero de nunca más errar. Al pedirse así, Dios abre las puertas de su perdón sanándonos el alma. El pecado que no se reconoce se graba en los más recónditos lugares de nuestra alma, pero cuando se le hace frente y se admite, Dios lo borra para siempre, y tenemos por tanto que sacar coraje para perdonarnos a nosotros mismos. Regodearnos en nuestras deficiencias sólo da a éstas más fuerzas. Debemos, por el contrario, repudiarlas porque el pasado ya pasó. Dios nos ha hecho completos, listos para afrontar sin carga los retos que la vida futura nos ofrece. Algunas veces no aceptamos que Dios nos ha perdonado, y continuamos reprochándonos a nosotros mismos. Aquí puede que el problema no sea falta de arrepentimiento, sino la falta de conocimiento de la naturaleza comprensiva y perdonadora de Dios. Los que ven a Dios como un juez severo tienen un gran problema con la culpa. Todos tenemos deficiencias, cada uno de nosotros, pero sin el entendimiento de la paternidad y solicitud de Dios, la pena persiste envenenando nuestras vidas espirituales y privándonos de la alegría. El sentimiento de culpa por omisión es quizás el más difícil de sobrellevar, porque nuestros ideales se expanden más rápidos de lo que lo hace nuestra capacidad de vivir a la altura de éstos. En relación a este sentido de culpa, debemos recordar que el Padre creo al hombre mortal totalmente inmaduro, y este hecho nos impide vivir una vida perfecta en la tierra. No podrían ser de otra manera. Como humanos, debemos aspirar a lo más alto sin que represente para nosotros un serio problema por no poder alcanzar constantemente los objetivos que nuestra progresiva percepción espiritual identifica con la perfecta voluntad de Dios. Nuestro Padre emana sus buenos sentimientos sobre nuestro pasado, tal como debemos hacer nosotros, en la seguridad de poder construir sobre ellos nuestro camino hacia la perfección. El Padre no desea que sus hijos vivan en la culpa. No hay que ver en la culpa sino como un recordatorio, válido para nuestras almas, de que tenemos que desplegar nuestro mejor comportamiento y actitud. Permitirnos el sentimiento de culpa, sin embargo, nos puede hostigar, extenuar e impedir nuestro viaje espiritual hacia ese estado en el que el pecado es algo imposible, hacia la fusión de nuestras almas con el espíritu del Padre que habita en nuestro interior. Todo lo que tenemos que hacer es esforzarnos sinceramente por vivir según la luz de nuestro más alto entendimiento espiritual, sin dejar que el pecado consciente exista en nuestras vidas. El pecado involuntario es un lapsus momentáneo que no tiene ningún efecto en la vida espiritual, pero el pecado frecuente es un veneno para el alma y debe ser erradicado si no queremos retroceder. Para estar limpios en nuestro interior debemos evitar pecar de continuo mediante el poder de nuestra relación con Dios, relación basada en una alegría cada vez difícil de interrupción. El Padre se encargará del resto. Nuestro Padre nos ama de manera suprema, ve a lo que podemos llegar y obra para ayudarnos a satisfacer el destino que estableció para nosotros antes de que comenzaran los mundos. Dios es divinamente bondadoso con los pecadores. Cuando los rebeldes vuelven a la rectitud, se les recibe con misericordia, "pues nuestro Dios es amplio en perdonar". "Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados". [...] (p. 39 - §3) En todo mortal existe una doble naturaleza: la herencia de tendencias animales y el impulso elevado de la dotación espiritual. Durante vuestra breve vida en Urantia, estos dos impulsos disimilares y opuestos difícilmente pueden reconciliarse por completo; no se pueden armonizar ni unificar; pero a lo largo de vuestra vida, el Espíritu combinado no cesa jamás de ministrar para ayudaros a someter la carne cada vez más a la guía del Espíritu. Aunque debes vivir tu vida material, aunque no puedas escapar al cuerpo y sus necesidades, no obstante, en propósito e ideales, cada vez te sentirás más dotado de poder para someter la naturaleza animal a la supremacía del Espíritu. En verdad existe en ti una confluencia de fuerzas espirituales, una combinación de poderes divinos, cuyo único propósito consiste en llevar a efecto tu completa liberación de la esclavitud material y de los impedimentos finitos. (p. 381 - §3) El estímulo normal del ser animal y el apetito e impulso natural de la naturaleza física no entran en conflicto ni siquiera con la más alta realización espiritual excepto en la mente de las personas ignorantes, mal instruidas o, desafortunadamente, escrupulosas en extremo. (p. 383 - §1) El sentimiento de culpa (no la conciencia del pecado) se produce cuando se interrumpe la comunión espiritual o cuando se reducen nuestros ideales morales. La liberación de este estado tan sólo puede producirse al comprender que nuestros más elevados ideales morales no son necesariamente sinónimos de la voluntad de Dios. El hombre no puede esperar vivir de acuerdo con sus ideales más elevados, pero puede ser fiel a su propósito de encontrar a Dios y de llegar a ser vez más como él. (p.1133 - §3) Pero no siempre podemos fiarnos de la interpretación que hace el hombre de este conflicto antiguo entre la voluntad egoísta y la voluntad altruista. Tan sólo un ser provisto de una personalidad bien unificada puede erigirse como árbitro de la multiforme disputa entre los deseos del ego y la conciencia social en desarrollo. Al igual que nuestro prójimo, el yo tiene sus derechos. Ninguno de los dos ha de reclamar de la persona su exclusiva atención y servicio. La incapacidad de resolver este problema da origen al más antiguo orden de los sentimientos humanos de culpa. (p. 1134 - §2) Jesús dijo: "Amigo mío, todos somos como Jonás, con vidas que vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, y cada vez que tratamos de escapar al deber que nos impone la vida diaria, fugándonos en incentivos distantes, nos ponemos de inmediato bajo influencias que no están regidas por los poderes de la verdad ni por las fuerzas de la rectitud. Escapar al deber es sacrificar la verdad. Escapar al servicio de la luz y la vida sólo puede causar penosos conflictos con las dificultosas ballenas del egoísmo que terminan por conducirnos a la la oscuridad y la muerte, a menos que estos Jonases que han abandonado a Dios sepan volcar su corazón, incluso en los momentos mismos que se encuentren inmersos en la más profunda desesperación, hacia la búsqueda de Dios y de su bondad. Y cuando tales almas afligidas buscan sinceramente a Dios hambrientas de verdad y sedientas de rectitud nada podrá retenerlas más en cautiverio. Sea cual fuere el abismo en el que puedan haber caído, cuando buscan la luz de todo corazón, el espíritu del Señor Dios del cielo las librará de su cautiverio; las circunstancias malignas de la vida las arrojarán a la tierra firme de las nuevas oportunidades para un servicio renovado y una vida más juiciosa". (p.1428 - §2)
La mente humana no soporta bien el conflicto de una doble lealtad. Es un gran peso para el alma sufrir la experiencia de esforzarse por servir al bien y al mal a la vez. La mente supremamente feliz y eficazmente unificada es aquella dedicada por entero a hacer la voluntad del Padre celestial. Los conflictos no resueltos destruyen la unidad y pueden dar lugar a la dislocación de la mente. Pero el carácter de supervivencia del alma no se alimenta intentando asegurar la paz mental a cualquier precio, abandonando nobles aspiraciones o comprometiendo ideales espirituales; más bien tal paz se alcanza por la afirmación decidida del triunfo de lo que es verdadero, y esta victoria se logra venciendo al mal con la poderosa fuerza del bien. (p.1480 - §4) Los tres apóstoles se sintieron conmovidos aquella tarde cuando se dieron cuenta de que en la religión de su Maestro no había lugar alguno para el examen de conciencia espiritual. [...] Pero Jesús nada dijo que censurara el análisis de uno mismo para prevenir el arrogante egotismo. (p. 1583 - §1) Incluso el perdón de los pecados obra de este mismo modo infalible. El Padre en el cielo te ha perdonado incluso antes de que hayas pensado en pedírselo, pero dicho perdón no es accesible a tu vivencia religiosa personal hasta que no perdones tú a tus semejantes. El perdón de Dios de hecho no depende de que perdones a tus semejantes, pero como vivencia depende justo de esto. [...] (p.1638 - §4 3) Jesús comprendía plenamente lo difícil que les resulta a los hombres romper con su pasado. Sabía cómo el predicador influye en los seres humanos con su elocuencia y cómo la conciencia responde a la llamada emotiva tal como la mente responde a la lógica y a la razón, pero también sabía la gran dificultad que entrañaba para el hombre renunciar a su pasado. (p. 1722 - §4) No os desaniméis al descubrir que sois humanos. La naturaleza humana puede tener tendencia al mal pero no es intrínsecamente pecaminosa. No os sintáis desalentados ante vuestra incapacidad para olvidar por completo algunas de vuestras experiencias más lamentables. Los errores que no podáis olvidar en el tiempo se olvidarán en la eternidad. Aliviad la carga de vuestra alma poniendo vuestro destino en una perspectiva más amplia, en la expansión de vuestra andadura en el universo. (p.1739 - §3) Una tarde en Hipos, en respuesta a la pregunta de uno de los discípulos, Jesús instruyó en el perdón. Dijo el Maestro: "Si un hombre de buen corazón tiene cien ovejas y una de ellas se extravía, ¿acaso no dejará inmediatamente a las noventa y nueve para ir en busca de la que se ha extraviado? Y si es un buen pastor, ¿acaso no perseverará en la búsqueda de la oveja extraviada hasta hallarla? Y luego cuando encuentre el pastor su oveja perdida, se la echará al hombro y de camino a su casa con regocijo llamará a sus amigos y vecinos, diciéndoles: 'regocijaos conmigo, porque hallé a mi oveja perdida'. Os declaro que hay más felicidad en el cielo cuando se arrepiente un pecador que por noventa y nueve personas rectas que no necesitan arrepentimiento. Incluso así, no es la voluntad de mi Padre en el cielo que se extravíe uno de estos pequeños, mucho menos, que perezcan. En vuestra religión, Dios puede que reciba a los pecadores arrepentidos; en el evangelio del reino, el Padre sale a buscarlos incluso antes de que hayan pensado con seriedad en arrepentirse." (p. 1762 - §3-4) Nunca vaciles en admitir el fracaso. No intentes ocultar el fracaso bajo sonrisas engañosas y falso optimismo. Suena bien pretender tener siempre éxito, pero los resultados finales son atroces. Proceder así conduce directamente a la creación de un mundo de irrealidad y al choque inevitable del desencanto final. (p.1779 - §5) "El perdón divino es inevitable; es inherente e inalienable a la infinita comprensión de Dios, a su perfecto conocimiento de todo lo relacionado con el juicio equivocado y la elección errónea del hijo. La justicia divina es tan eternamente ecuánime que de forma infalible incluye la conmiseración." (p. 1898 - §3)
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