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Los contenidos de este estudio

Cuando las cosas van mal
Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

V. Cuando nos sentimos desalentados o derrotados

Cuando nos sonríe el éxito es natural que nos riamos y hagamos chistes, pero cuando nuestros sueños más acariciados se derrumban nos resulta difícil ver la parte positiva. A menudo el desaliento y la derrota traen consigo la tristeza, pero de nada sirve lamentarse cuando la batalla está ya perdida. Pero si nos conformamos, nos hacemos vulnerables a las corrientes del mal y del dolor de este mundo imperfecto; si plegamos nuestros principios sin luchar, el desaliento nos ha ganado una batalla sin ninguna necesidad.

El desaliento surge ante el continuo fracaso que nos hace preguntarnos si estamos a la altura de nuestros propios principios o de los principios de los demás. Pero el único criterio que que importa ante Dios es si seguimos la guía del espíritu en nuestras vidas. No nos debemos culpar por las causas de los fracasos que están fuera de nuestro control tales como circunstancias específicas, falta de don natural en el área a la que dedicamos nuestros esfuerzos o la intromisión de personas egoístas.

Según los valores del mundo, la vida de Jesús terminó en fracaso con los apóstoles y discípulos diseminados y él mismo crucificado por sus enemigos. Sin embargo el Padre en los cielos aceptó la labor de su vida, y así es, desde una perspectiva espiritual, como tenemos nosotros que juzgar nuestro éxito. La fe depositada en cumplir con nuestro deber y una sensata intención amorosa de servicio podría ser el criterio por el que midamos nuestro éxito en cualquier quehacer. Debemos medir nuestros éxitos sólo en relación a la sensatez de nuestro esfuerzo y a nuestra diligencia.

La derrota no debe separarse de los objetivos a los que dirigimos nuestros esfuerzos. Disponemos de una capacidad humana para conseguir objetivos muy por encima de los que nos creemos capaces. Cuando a estos talentos humanos se añade el refuerzo del Espíritu de la Verdad, del Espíritu Santo, del espíritu del Padre que habita en nuestro interior, del apoyo de los ángeles, nuestra capacidad humana aumenta. Y esta capacidad añadida resulta de alinear nuestro ser al poder de Dios. Cuando nos afanamos con sinceridad en hacer la voluntad de Dios, todas las cosas son posibles -todas- porque Dios no puede ser limitado.

El sentirse derrotado es algo normal y valioso de la vida. Nos alienta a reexaminar toda la situación en la que nos encontramos con el propósito de realizar alguna corrección que nos sirva. Sin embargo, si nos regodeamos en éste sentimiento, la derrota paraliza nuestra voluntad y nos crea un contentamiento continuo en ese sentimiento de fracaso que intentamos eludir. No hay nada anormal en el fracaso o en la derrota. Las murallas de la fortaleza no ceden al primer ataque, hay que resistir. Siempre que nos quede vida, sólo puede venir el bien de nuestro enfrentamiento con a las dificultades de la vida, porque todas las cosas colaboran por el bien de aquellos que aman a Dios y están dedicados a hacer su voluntad. Desde la perspectiva de Dios, el hundimiento de nuestros planes de vida y los negros nubarrones del fracaso, la oscuridad y el dolor hacen surgir en nosotros una mayor sabiduría y una mayor abundancia de oportunidades para el crecimiento y el servicio.

Cuando usamos el fracaso y la derrota para cuestionarnos la validez de lo que perseguimos, nos encontramos preguntándole al Padre si nuestros objetivos y los medios que hemos elegido para realizarlos están de acuerdo con su plan. Si no lo están, más tarde o más temprano sobreviene el fracaso, porque nos encontramos desplegados en contra del continuo movimiento de la Realidad misma. Cuando, sin embargo, sentimos la seguridad de que nuestros objetivos y medios para alcanzarlos son aceptables para Dios, no debemos permitir que nada nos desvíe de éstos; debemos rechazar cualquier sentimiento humano de fracaso por los esfuerzos que tenga la aprobación divina; debemos insistentemente continuar con éstos aunque todo nos indique lo contrario, sin permitir que nada nos desaliente a no continuar. La comunión con el carácter amoroso del Padre mitiga nuestra lucha y nos otorga poderes para realizar su voluntad amorosa.

La conciencia de una vida humana victoriosa en la tierra nace de esa fe de la criatura que se atreve a desafiar persistentes episodios de la existencia, en los que se enfrenta con el horrible espectáculo de las limitaciones humanas, con la inquebrantable declaración: aunque yo no pueda hacer esto, en mí vive alguien que puede y que lo hará, una parte del Padre-Absoluto del universo de los universos. Y ésa es "la victoria que ha vencido al mundo, vuestra fe". (p.59 - §5)

Pero mucho antes de llegar a Havona, estos hijos que ascienden del tiempo han aprendido a dejarse agasajar por la incertidumbre, a crecerse ante la desilusión, a entusiasmarse frente a la aparente derrota, a sacar brios en presencia de las dificultades, exhibir un valor indómito frente a la inmensidad y a ejercer una invencible fe frente a los retos de lo inexplicable. Por mucho tiempo, el grito de batalla de estos peregrinos ha sido: "Junto con Dios, nada, absolutamente nada, es imposible". (p.291 - §3)

De ellos [de estos ángeles] aprenderás a dejar que la tensión se transforme en estabilidad y certitud; aprenderás a ser fiel y determinado y, al mismo tiempo, alegre; a aceptar los retos sin quejas y a enfrentarte a las dificultades e incertidumbres sin temor. Preguntarán: si fracasas, ¿te levantarás para perseverar de nuevo? Si triunfas, ¿mantendrás tu aplomo, tu actitud estable y espiritualizada, mientras te esfuerzas en la larga lucha por romper las cadenas de la inercia material, por lograr la libertad de la existencia espiritual?

Incluso como los mortales, estos ángeles también han tenido muchas decepciones, y te indicarán que a veces tus decepciones más decepcionantes se han transfomado en tus mayores bendiciones. A veces la semilla que se planta necesita morir, la muerte de tus esperanzas más preciadas, antes de poder renacer para dar los frutos de una nueva vida y de una nueva oportunidad. [...] (p.555 - §3-4)

Jesús ilustró la profunda seguridad del mortal que conoce a Dios cuando dijo: "¿Qué le importa al creyente del reino que conoce a Dios si sucumben todas las cosas terrenales?" La seguridad en lo temporal es vulnerable, pero la certeza espiritual es inalterable. Cuando las fuertes mareas de la adversidad humana, del egoísmo, de la crueldad, del odio, de la maldad y de los celos golpean al alma humana, podéis descansar en la seguridad de que existe un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inexpugnable; esto es verdad al menos para cada ser humano que haya encomendado el cuidado de su alma al espíritu del Dios eterno que mora en su interior.

Después de tal realización espiritual, se haya ésta obtenido creciendo de forma gradual o mediante alguna crisis, ocurre tanto una nueva orientación de la personalidad como el desarrollo de una nueva norma de valores. Estas personas nacidas del espíritu vuelven a incentivarse de tal manera en la vida, que son capaces de estar serenos ante la quiebra de sus más preciadas ambiciones y el derrumbe de sus mayores esperanzas; saben de forma categórica que tales catástrofes no son sino cataclismos que desvían y que echan por tierra nuestras creaciones temporales, de manera previa al inicio de realidades más nobles y perdurables, en un nivel de realización universal nuevo y más sublime.(p.1096 - §4-5)

Lo que eres hoy no es tan importante como lo que llegas a ser día a día y en la eternidad. (p. 1216 - §6)

"Cercano está el Señor a todos los que le invocan con integridad y verdad. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría. [...]" (p.1445 - §3)

Y cuando esos seres humanos inadaptados le contaban a Jesús sus problemas, él siempre sabía ofrecer sugerencias prácticas e inmediatamente útiles para corregir sus problemas reales, sin dejar por ello de pronunciar palabras que les confortara en ese momento y les consolara de inmediato. E invariablemente les hablaba a estos mortales afligidos sobre el amor de Dios y de varias y distintas maneras les trasmitía el mensaje de que ellos eran los hijos de este Padre amoroso en el cielo. (p.1460 - §6)

Los discípulos aprendieron muy pronto que el Maestro sentía un profundo respeto y una compasiva consideración por todo ser humano con quien se encontraba, y les conmovía sobremanera esta consideración constante e invariable que él tan sistemáticamente brindaba a toda clase de hombres, mujeres y niños. A veces se interrumpía en el medio de un profundo discurso, para salir al camino y ofrecer unas palabras de aliento a una mujer que pasaba agobiada por el peso de su cuerpo y de su alma. Interrumpía una intensa conversación con sus apóstoles para fraternizar con un niño intruso. No había para Jesús nada más importante que ese ser humano que por casualidad se encontraba en su presencia inmediata. [...] (p. 1545 - §10)

"De nuevo os digo, pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca halla; y el que llama a la puerta de la salvación, la puerta se le abrirá. (p.1619 - §1)

"Mucho sufrimiento del hombre proviene del fracaso de sus anhelos y de las heridas de su orgullo. Aunque los hombres tienen el deber consigo mismos de hacer lo mejor de sus vidas en la tierra, habiéndose esforzado en esto con sinceridad, deberían aceptar su destino con alegría y aplicar su ingenio a sacar el mayor provecho de lo que les tocó en suerte. Muchísimos de los problemas de los hombres se originan en el temor que albergan en su propio corazón. [...]"

"No busquéis pues la paz falsa y el gozo pasajero, sino la seguridad de la fe y la certitud de la filiación divina, que dan serenidad, contentamiento y gozo supremo en el espíritu". (p.1674 - §5-6)

La medida de la capacidad espiritual del alma evolutiva es tu fe en la verdad y tu amor por el prójimo, pero la medida de la fuerza de tu carácter humano es tu capacidad para resistir el resentimiento y soportar la amargura ante el más profundo pesar. La derrota es el espejo verdadero en el que puedes con honestidad contemplar tu auténtico yo. (p. 1740 - §4 )

No olvidéis que nada me detendrá en mis esfuerzos por restaurar el respeto de sí mismos a los que lo han perdido y sinceramente desean recuperarlo. (p. 1765 - §5)

El fracaso es sencillamente un episodio educativo - un experimento cultural en la adquisición de sabiduría en la vivencia del hombre que busca a Dios, embarcado en la aventura eterna de la exploración de un universo-. Para esos hombres, la derrota no es sino un modo añadido de alcanzar niveles superiores de la realidad universal. (p. 1780 - §1)

Enseñó a los hombres a que se tuvieran a sí mismos en gran estima en el tiempo y en la eternidad. Fue por esta gran estimación que tenía Jesús del hombre por lo que estaba dispuesto a rendir un absoluto servicio a la humanidad. [...] ¿Qué mortal puede dejar de sentirse elevado por la fe extraordinaria que Jesús tiene en él? (p.2093 - §4)

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