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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 150

LA TERCERA GIRA DE PREDICACIÓN

 

1. EL CUERPO DE MUJERES EVANGELISTAS

1678:5  150:1.1 De todos los actos audaces que Jesús efectuó en relación con su carrera terrestre, el más asombroso fue su anuncio repentino la tarde del 16 de enero: "Mañana seleccionaremos a diez mujeres para trabajar en el ministerio del reino." Al empezar el período de dos semanas durante las cuales los apóstoles y los evangelistas iban a estar ausentes de Betsaida debido a sus vacaciones, Jesús le rogó a David que llamara a sus padres para que regresaran a su hogar, y que enviara a unos mensajeros para convocar en Betsaida a diez mujeres devotas que habían servido en la administración del antiguo campamento y la enfermería de tiendas. Todas estas mujeres habían escuchado la enseñanza impartida a los jóvenes evangelistas, pero nunca se les había ocurrido, ni a ellas ni a sus instructores, que Jesús se atrevería a encargar a unas mujeres la enseñanza del evangelio del reino y la atención a los enfermos. Estas diez mujeres escogidas y autorizadas por Jesús eran: Susana, la hija del antiguo chazán de la sinagoga de Nazaret; Juana, la esposa de Chuza, el administrador de Herodes Antipas; Isabel, la hija de un judío rico de Tiberiades y Séforis; Marta, la hermana mayor de Andrés y Pedro; Raquel, la cuñada de Judá, el hermano carnal del Maestro; Nasanta, la hija de Elman, el médico sirio; Milca, una prima del apóstol Tomás; Rut, la hija mayor de Mateo Leví; Celta, la hija de un centurión romano; y Agaman, una viuda de Damasco. Posteriormente, Jesús añadió dos mujeres más a este grupo: María Magdalena y Rebeca, la hija de José de Arimatea.
1679:1  150:1.2 Jesús autorizó a estas mujeres para que establecieran su propia organización, y ordenó a Judas que les proporcionara fondos para equiparse y comprar animales de carga. Las diez eligieron a Susana como jefe y a Juana como tesorera. A partir de este momento se procuraron sus propios fondos; nunca más recurrieron a la ayuda de Judas.
1679:2  150:1.3 En una época como ésta, en la que ni siquiera se permitía a las mujeres permanecer en el piso principal de la sinagoga (estaban confinadas a la galería de las mujeres), era más que sorprendente observar que se las reconocía como instructoras autorizadas del nuevo evangelio del reino. El encargo que Jesús confió a estas diez mujeres, al seleccionarlas para la enseñanza y el ministerio del evangelio, fue la proclamación de emancipación que liberaba a todas las mujeres para todos los tiempos; los hombres ya no debían considerar a las mujeres como espiritualmente inferiores a ellos. Fue una auténtica conmoción, incluso para los doce apóstoles. A pesar de que habían escuchado muchas veces decir al Maestro que "en el reino de los cielos no hay ni ricos ni pobres, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres, sino que todos son igualmente los hijos e hijas de Dios", se quedaron literalmente pasmados cuando Jesús propuso autorizar formalmente a estas diez mujeres como instructoras religiosas, e incluso permitirles que viajaran con ellos. Todo el país se conmovió por esta manera de proceder, y los enemigos de Jesús sacaron un gran provecho de esta decisión; pero por todas partes, las mujeres que creían en la buena nueva respaldaron firmemente a sus hermanas escogidas, y expresaron su más plena aprobación a este reconocimiento tardío del lugar de la mujer en el trabajo religioso. Inmediatamente después de la partida del Maestro, los apóstoles pusieron en práctica esta liberación de las mujeres, otorgándoles el debido reconocimiento, pero las generaciones posteriores volvieron a caer en las antiguas costumbres. Durante los primeros tiempos de la iglesia cristiana, las mujeres instructoras y ministras fueron llamadas diaconisas, y se les concedió un reconocimiento general. Pero Pablo, a pesar del hecho de que admitía todo esto en teoría, nunca lo incorporó realmente en su propia actitud y le resultó personalmente difícil ponerlo en práctica.

 


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