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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 153

LA CRISIS EN CAFARNAUM

1707:1  153:0.1 EL VIERNES POR LA NOCHE, día de su llegada a Betsaida, y el sábado por la mañana, los apóstoles observaron que Jesús estaba seriamente ocupado en algún problema trascendental; se daban cuenta de que el Maestro reflexionaba de manera poco habitual en algún asunto importante. No tomó su desayuno y comió poco al mediodía. Todo el sábado por la mañana y la noche anterior, los doce y sus compañeros se habían reunido en pequeños grupos alrededor de la casa, en el jardín y a lo largo de la playa. Pesaba sobre todos ellos la tensión de la incertidumbre y la ansiedad del temor. Jesús les había dicho poca cosa desde que salieron de Jerusalén.
1707:2  153:0.2 Hacía meses que no veían al Maestro tan preocupado y poco comunicativo. Incluso Simón Pedro estaba deprimido, si no abatido. Andrés no sabía qué hacer por sus asociados desanimados. Natanael dijo que estaban en medio de la "calma antes de la tormenta." Tomás expresó la opinión de que "algo fuera de lo común está a punto de suceder." Felipe aconsejó a David Zebedeo que "se olvidara de los planes para alimentar y alojar a la multitud, hasta que sepamos en qué está pensando el Maestro." Mateo se ocupaba con renovado esfuerzo en reaprovisionar la tesorería. Santiago y Juan conversaban sobre el próximo sermón en la sinagoga y hacían muchas especulaciones sobre su probable naturaleza y alcance. Simón Celotes expresaba la creencia, en realidad la esperanza, de que "el Padre que está en los cielos puede estar a punto de intervenir de manera inesperada para justificar y sostener a su Hijo", mientras que Judas Iscariote se atrevía a abrigar el pensamiento de que Jesús estaba posiblemente abrumado por los remordimientos, por "no haber tenido el coraje y la osadía de permitir a los cinco mil que lo proclamaran rey de los judíos."
1707:3  153:0.3 Aquella hermosa tarde de sábado, Jesús salió de este grupo de seguidores deprimidos y apesadumbrados para predicar su memorable sermón en la sinagoga de Cafarnaum. Las únicas palabras de saludo jovial o buenos deseos que recibió de sus discípulos inmediatos provinieron de uno de los confiados gemelos Alfeo, que, cuando Jesús salía de la casa camino de la sinagoga, lo saludó alegremente, diciendo: "Oramos para que el Padre te ayude, y para que podamos tener unas multitudes más grandes que nunca."

 

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