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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 167

LA VISITA A FILADELFIA

 

1. EL DESAYUNO CON Los FARISEOS

1833:4  167:1.1 En Filadelfia vivía un fariseo muy rico e influyente que había aceptado las enseñanzas de Abner, y que invitó a Jesús a desayunar en su casa el sábado por la mañana. Se sabía que a Jesús se le esperaba en Filadelfia a esa hora, por lo que un gran número de visitantes, entre ellos muchos fariseos, habían venido de Jerusalén y de otros lugares. En consecuencia, unos cuarenta de estos dirigentes y algunos juristas, fueron invitados a este desayuno que se había organizado en honor del Maestro.
1833:5  167:1.2 Mientras Jesús permanecía cerca de la puerta hablando con Abner, y después de que el mismo anfitrión se hubiera sentado, uno de los fariseos principales de Jerusalén, miembro del sanedrín, entró en la sala y, siguiendo su costumbre, se dirigió directamente al asiento de honor, a la izquierda del anfitrión. Pero como este lugar había sido reservado para el Maestro, y el de la derecha para Abner, el anfitrión señaló al fariseo de Jerusalén que se sentara en el cuarto asiento a la izquierda, y este dignatario se ofendió mucho por no haber recibido el asiento de honor.
1834:1  167:1.3 Pronto, todos estuvieron sentados y disfrutando de la conversación entre ellos, ya que la mayoría de los presentes eran discípulos de Jesús o bien eran favorables al evangelio. Sólo sus enemigos notaron el hecho de que no había cumplido con la ceremonia de lavarse las manos antes de sentarse para comer. Abner se lavó las manos al principio de la comida, pero no durante el servicio.
1834:2  167:1.4 Hacia el final de la comida, un hombre procedente de la calle entró en la sala; había estado afligido durante mucho tiempo con una enfermedad crónica, y ahora se encontraba en un estado hidrópico. Este hombre era creyente, y había sido bautizado recientemente por los compañeros de Abner. No le pidió a Jesús que lo curara, pero el Maestro sabía muy bien que este enfermo había acudido al desayuno con la esperanza de evitar las multitudes que se agolpaban a su alrededor, y así tener más posibilidades de atraer su atención. Este hombre sabía que por aquella época se realizaban pocos milagros; sin embargo, había razonado en su fuero interno que su estado lastimoso quizás atraería la compasión del Maestro. Y no estaba equivocado porque, en cuanto entró en la sala, tanto Jesús como el presuntuoso fariseo de Jerusalén advirtieron su presencia. El fariseo no tardó en expresar su indignación porque se permitiera a un individuo así entrar en la sala. Pero Jesús miró al enfermo y le sonrió con tanta bondad que éste se acercó y se sentó en el suelo. Cuando la comida estaba finalizando, el Maestro paseó su mirada sobre los demás invitados y luego, después de lanzar una mirada significativa al hombre con hidropesía, dijo: "Amigos míos, educadores de Israel y expertos juristas, me gustaría haceros una pregunta: ¿Es lícito, o no, curar a los enfermos y a los afligidos en el día del sábado?" Pero los que estaban allí presentes conocían muy bien a Jesús; guardaron silencio, y no contestaron a su pregunta.

1834:3  167:1.5 Jesús se dirigió entonces al lugar donde estaba sentado el enfermo, lo cogió de la mano, y le dijo: "Levántate y sigue tu camino. No has pedido la curación, pero conozco el deseo de tu corazón y la fe de tu alma." Antes de que el hombre abandonara la sala, Jesús volvió a su sitio y dirigió la palabra a los que estaban en la mesa, diciendo: "Mi Padre hace estas obras, no para induciros a entrar en el reino, sino para revelarse a los que ya están en el reino. Podéis percibir que sería muy propio del Padre hacer precisamente estas cosas, porque ¿quién de vosotros, si su animal favorito se cayera en el pozo el día del sábado, no saldría inmediatamente para sacarlo de allí?" Como nadie quería contestarle, y ya que su anfitrión aprobaba evidentemente lo que estaba sucediendo, Jesús se levantó y dijo a todos los presentes: "Hermanos míos, cuando os inviten a un banquete nupcial, no os sentéis en el asiento principal, no sea que un hombre más ilustre que vosotros haya sido invitado, y el anfitrión tenga que venir a rogaros que dejéis vuestro sitio al otro huésped de honor. En ese caso se os pedirá, para vuestra vergüenza, que ocupéis un sitio inferior en la mesa. Cuando os inviten a una fiesta, es una demostración de sabiduría, al llegar a la mesa del festín, buscar el asiento más humilde y sentaros allí, de tal manera que, cuando el anfitrión examine a los convidados, pueda deciros: `Amigo mío, ¿por qué te has sentado en el asiento más humilde? Ven más arriba'; y así ese hombre será glorificado en presencia de los demás invitados. No lo olvidéis: el que se ensalza a sí mismo será humillado, mientras que el que se humilla sinceramente será ensalzado. Por eso, cuando convidéis a almorzar o deis una cena, no invitéis siempre a vuestros amigos, vuestros hermanos, vuestros parientes o a vuestros vecinos ricos, para que ellos puedan a cambio invitaros a sus fiestas, y seáis así recompensados. Cuando ofrezcáis un banquete, invitad de vez en cuando a los pobres, a los mutilados y a los ciegos. De esa manera os sentiréis dichosos en vuestro corazón, porque sabéis muy bien que los cojos y los lisiados no pueden devolveros vuestra ayuda amorosa."

 

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