ÍNDICE
El libro de Urantia
Edición 1999
DOCUMENTO 184
ANTE EL TRIBUNAL DEL SANEDRÍN
1978:1 184:0.1
UNOS representantes de Anás habían ordenado en secreto al capitán de los soldados
romanos que llevara a Jesús al palacio de Anás inmediatamente después de arrestarlo.
El antiguo sumo sacerdote deseaba mantener su prestigio como principal autoridad
eclesiástica de los judíos. También tenía otro objetivo al retener a Jesús
en su casa durante varias horas, y era ganar tiempo para reunir legalmente
al tribunal del sanedrín. No era legal convocar el tribunal del sanedrín antes
de la hora de la ofrenda del sacrificio matutino en el templo, y este sacrificio
se ofrecía hacia las tres de la mañana.
1978:2 184:0.2
Anás sabía que un tribunal de sanedristas estaba esperando en el palacio de
su yerno Caifás. Unos treinta miembros del sanedrín se habían reunido a medianoche
en la casa del sumo sacerdote a fin de estar preparados para juzgar a Jesús
cuando fuera traído ante ellos. Únicamente se habían reunido aquellos miembros
que se oponían enérgica y abiertamente a Jesús y a sus enseñanzas, puesto
que sólo se necesitaban veintitrés para constituir un tribunal procesal.
1978:3 184:0.3
Jesús pasó unas tres horas en el palacio de Anás en el monte Olivete, no lejos
del jardín de Getsemaní, donde lo habían arrestado. Juan Zebedeo estaba libre
y a salvo en el palacio de Anás, no solamente debido a la palabra del capitán
romano, sino también porque él y su hermano Santiago eran bien conocidos por
los criados más viejos, pues habían sido invitados muchas veces al palacio,
ya que el antiguo sumo sacerdote era un pariente lejano de su madre Salomé.
1. EL INTERROGATORIO DE ANÁS
1978:4 184:1.1 Enriquecido
por los ingresos del templo, con su yerno como sumo sacerdote en ejercicio,
y debido a sus relaciones con las autoridades romanas, Anás era en verdad
el individuo más poderoso de la sociedad judía. Era un planificador y un conspirador
sofisticado y diplomático. Deseaba dirigir este asunto para deshacerse de
Jesús; temía confiar enteramente una empresa tan importante como ésta a su
brusco y agresivo yerno. Anás quería asegurarse de que el juicio del Maestro
permanecería entre las manos de los saduceos; temía la posible simpatía de
algunos fariseos, ya que prácticamente todos los miembros del sanedrín que
habían abrazado la causa de Jesús eran fariseos.
1978:5 184:1.2
Anás no había visto a Jesús desde hacía varios años, desde la época en que
el Maestro se presentó en su casa y se marchó inmediatamente al observar la
frialdad y la reserva con que lo recibió. Anás había pensado aprovecharse
de esta antigua relación e intentar de este modo persuadir a Jesús para que
abandonara sus pretensiones y se fuera de Palestina. Le repugnaba participar
en el asesinato de un hombre bueno y había razonado que quizás Jesús escogería
dejar el país en lugar de sufrir la muerte. Pero cuando Anás se encontró delante
del fornido y resuelto galileo, supo enseguida que hacer tales proposiciones
sería inútil. Jesús era aún más majestuoso y equilibrado de lo que Anás lo
recordaba.
1979:1 184:1.3
Cuando Jesús era joven, Anás se había interesado mucho por él, pero ahora
sus ingresos estaban amenazados por lo que Jesús había hecho tan recientemente
echando del templo a los cambistas y a otros mercaderes. Este acto había suscitado
la enemistad del antiguo sumo sacerdote mucho más que las enseñanzas de Jesús.
1979:2 184:1.4
Anás entró en su espaciosa sala de audiencias, se sentó en un gran sillón
y ordenó que trajeran a Jesús ante él. Después de observar al Maestro en silencio
durante unos momentos, dijo: "Comprenderás que habrá que hacer algo con
respecto a tu enseñanza, puesto que estás perturbando la paz y el orden de
nuestro país." Mientras Anás miraba de manera indagadora a Jesús, el
Maestro lo miró directamente a los ojos, pero no respondió. Anás dijo de nuevo:
"¿Cuáles son los nombres de tus discípulos, además de Simón Celotes,
el agitador?" Jesús lo miró de nuevo, pero no contestó.
1979:3 184:1.5
Anás estaba considerablemente molesto porque Jesús se negaba a contestar a
sus preguntas, de tal manera que le dijo: "¿No te preocupa que yo sea
benévolo o no contigo? ¿No tienes consideración por el poder que tengo para
determinar las cuestiones de tu próximo juicio?" Cuando Jesús escuchó
esto, dijo: "Anás, sabes que no podrías tener ningún poder sobre mí si
no fuera permitido por mi Padre. Algunos quisieran matar al Hijo del Hombre
porque son ignorantes y no conocen nada mejor; pero tú, amigo, sabes lo que
estás haciendo. ¿Cómo puedes, por tanto, rechazar la luz de Dios?"
1979:4 184:1.6
Anás se quedó casi desconcertado por la manera amable en que Jesús le habló.
Pero ya había decidido en su interior que Jesús debía irse de Palestina o
morir; así pues, reunió su coraje y preguntó: "¿Qué es exactamente lo
que intentas enseñar a la gente? ¿Qué pretendes ser?" Jesús contestó:
"Sabes muy bien que he hablado abiertamente al mundo. He enseñado en
las sinagogas y muchas veces en el templo, donde todos los judíos y muchos
gentiles me han escuchado. No he dicho nada en secreto; entonces, ¿por qué
me preguntas sobre mi enseñanza? ¿Por qué no llamas a los que me han escuchado
y les preguntas a ellos? Mira, todo Jerusalén ha oído lo que he dicho, aunque
tú mismo no hayas escuchado estas enseñanzas." Pero antes de que Anás
pudiera responder, el administrador principal del palacio, que estaba cerca,
abofeteó a Jesús, diciendo: "¿Cómo te atreves a contestarle así al sumo
sacerdote?" Anás no reprendió a su administrador, pero Jesús se dirigió
a él, diciendo: "Amigo mío, si he hablado mal, testifica contra el mal;
pero si he dicho la verdad, entonces ¿por qué me golpeas?"
1979:5 184:1.7
Anás lamentaba que su administrador hubiera abofeteado a Jesús, pero era demasiado
orgulloso como para tener en cuenta el asunto. En su confusión, se fue a otra
habitación y dejó solo a Jesús casi una hora con los criados de la casa y
los guardias del templo.
1979:6 184:1.8
Cuando regresó, se puso al lado del Maestro y dijo: "¿Pretendes ser el
Mesías, el libertador de Israel?" Jesús dijo: "Anás, me conoces
desde la época de mi juventud. Sabes que no pretendo ser nada más que lo que
mi Padre ha decretado, y que he sido enviado a todos los hombres, tanto gentiles
como judíos." Entonces Anás dijo: "Me han dicho que has pretendido
ser el Mesías; ¿es verdad?" Jesús miró a Anás pero se limitó a contestar:
"Tú lo has dicho."
1980:1 184:1.9
Aproximadamente en ese momento, unos mensajeros del palacio de Caifás llegaron
para preguntar a qué hora sería llevado Jesús ante el tribunal del sanedrín,
y puesto que faltaba poco para el amanecer, Anás pensó que sería mejor enviar
a Jesús, atado y custodiado por los guardias del templo, a Caifás. Él mismo
los siguió un poco después.
2. PEDRO EN EL PATIO
1980:2 184:2.1 Cuando
el grupo de guardias y soldados se acercaba a la entrada del palacio de Anás,
Juan Zebedeo caminaba al lado del capitán de los soldados romanos. Judas se
había quedado rezagado a cierta distancia, y Simón Pedro los seguía a lo lejos.
Después de que Juan hubiera entrado en el patio del palacio con Jesús y los
guardias, Judas se acercó a la cancela pero, al ver a Jesús y a Juan, continuó
hacia la casa de Caifás, donde sabía que el verdadero juicio del Maestro se
llevaría a cabo más tarde. Poco después de que Judas se hubiera marchado,
llegó Simón Pedro, y mientras permanecía delante de la cancela, Juan lo vio
en el momento en que estaban a punto de meter a Jesús en el palacio. La portera
que estaba encargada de la cancela conocía a Juan, y cuando éste le pidió
que dejara entrar a Pedro, ella asintió con placer.
1980:3 184:2.2
Al entrar en el patio, Pedro se dirigió hacia el fuego de carbón e intentó
calentarse porque la noche era fría. Se sentía aquí totalmente fuera de lugar
entre los enemigos de Jesús, y en verdad no estaba en su sitio. El Maestro
no le había ordenado que se mantuviera cerca tal como se lo había recomendado
a Juan. Pedro pertenecía al grupo de apóstoles que habían sido expresamente
advertidos que no arriesgaran su vida durante estas horas del juicio y de
la crucifixión de su Maestro.
1980:4 184:2.3
Pedro había tirado su espada poco antes de llegar a la cancela del palacio,
de manera que entró desarmado en el patio de Anás. Su mente era un torbellino
de confusión; apenas podía darse cuenta de que Jesús había sido arrestado.
No conseguía captar la realidad de la situación -que se encontraba allí en
el patio de Anás, calentándose al lado de los criados del sumo sacerdote.
Se preguntaba qué estarían haciendo los demás apóstoles y, al darle vueltas
en la cabeza a la forma en que Juan había sido admitido en el palacio, llegó
a la conclusión de que los criados lo conocían, puesto que Juan le había pedido
a la portera que lo dejara entrar.
1980:5 184:2.4
Poco después de que la portera dejara entrar a Pedro, y mientras éste se calentaba
junto al fuego, ella se le acercó y le dijo maliciosamente: "¿No eres
tú también uno de los discípulos de ese hombre?" Pedro no debería haberse
sorprendido de ser reconocido de esta manera, ya que había sido Juan quien
le había pedido a la muchacha que le dejara traspasar las cancelas del palacio;
pero estaba en tal estado de tensión nerviosa que el ser identificado como
discípulo lo desequilibró, y con un solo pensamiento prioritario en su mente
-la idea de escapar con vida- respondió de inmediato a la pregunta de la sirvienta,
diciendo: "No lo soy."
1980:6 184:2.5
Muy pronto, otro criado se acercó a Pedro y le preguntó: "¿No te he visto
en el jardín cuando arrestaron a ese tipo? ¿No eres tú también uno de sus
seguidores?" Pedro estaba ahora totalmente alarmado; no veía la manera
de escapar sano y salvo de estos acusadores; negó pues con vehemencia toda
conexión con Jesús, diciendo: "No conozco a ese hombre, ni soy uno de
sus seguidores."
1980:7 184:2.6
Casi en ese momento, la portera de la cancela llevó a Pedro a un lado y le
dijo: "Estoy segura de que eres un discípulo de ese Jesús, no solamente
porque uno de sus seguidores me ha pedido que te dejara entrar en el patio,
sino que mi hermana que está aquí te ha visto en el templo con ese hombre.
¿Por qué lo niegas?" Cuando Pedro escuchó la acusación de la sirvienta,
negó totalmente que conociera a Jesús con muchas maldiciones y juramentos,
diciendo de nuevo: "No soy un seguidor de ese hombre; ni siquiera lo
conozco; nunca he oído hablar de él anteriormente."
1981:1 184:2.7
Pedro se alejó del fuego durante un momento mientras caminaba por el patio.
Le hubiera gustado escaparse, pero temía atraer la atención. Como tenía frío,
regresó junto al fuego, y uno de los hombres que estaban cerca de él dijo:
"Tú eres sin duda uno de los discípulos de ese hombre. Ese Jesús es galileo,
y tu manera de hablar te traiciona, pues hablas también como un galileo."
Y Pedro negó de nuevo toda conexión con su Maestro.
1981:2 184:2.8
Pedro estaba tan inquieto que intentó evitar el contacto con sus acusadores
alejándose del fuego y permaneciendo solo en el porche. Después de más de
una hora de aislamiento, la portera y su hermana lo encontraron por casualidad,
y las dos le tomaron el pelo de nuevo acusándolo de ser un seguidor de Jesús.
Y otra vez negó la acusación. Justo cuando había negado una vez más toda conexión
con Jesús, el gallo cantó, y Pedro recordó las palabras de advertencia que
su Maestro le había dicho anteriormente aquella misma noche. Mientras permanecía
allí, acongojado y abatido por el sentimiento de culpa, las puertas del palacio
se abrieron y salieron los guardias conduciendo a Jesús hacia la casa de Caifás.
Al pasar cerca de Pedro, el Maestro vio, a la luz de las antorchas, la cara
de desesperación de su apóstol, anteriormente tan seguro de sí mismo y superficialmente
valiente; volvió la cabeza y miró a Pedro. Pedro nunca olvidó aquella mirada
durante toda su vida. Fue una mirada de compasión y de amor a la vez como
ningún hombre mortal había visto nunca en el rostro del Maestro.
1981:3 184:2.9
Después de que Jesús y los guardias hubieron franqueado las cancelas del palacio,
Pedro los siguió, pero sólo durante una corta distancia. No pudo ir más allá.
Se sentó a un lado del camino y lloró amargamente. Después de derramar estas
lágrimas de desesperación, volvió sobre sus pasos hacia el campamento con
la esperanza de encontrar a su hermano, Andrés. Al llegar al campamento, sólo
encontró a David Zebedeo, el cual envió a un mensajero para indicarle el camino
hasta el lugar donde se había escondido su hermano en Jerusalén.
1981:4 184:2.10
Toda la experiencia de Pedro tuvo lugar en el patio del palacio de Anás en
el monte Olivete. No siguió a Jesús hasta el palacio del sumo sacerdote Caifás.
El hecho de que Pedro cayera en la cuenta, con el canto de un gallo, de que
había negado repetidas veces a su Maestro, indica que todo esto sucedió fuera
de Jerusalén, puesto que la ley prohibía tener aves de corral dentro de los
límites de la ciudad.
1981:5 184:2.11
Hasta que el canto del gallo no devolvió a Pedro su sentido común, sólo había
pensado, mientras iba y venía por el porche para entrar en calor, en la habilidad
con que había eludido las acusaciones de los criados, y en cómo había frustrado
sus intenciones de identificarlo con Jesús. De momento, sólo había considerado
que aquellos criados no tenían el derecho moral ni legal de interrogarlo así,
y se felicitaba realmente por la manera en que creía que había evitado ser
identificado y quizás arrestado y encarcelado. A Pedro no se le ocurrió que
había negado a su Maestro hasta que el gallo cantó. Únicamente cuando Jesús
lo miró se dio cuenta de que no había estado a la altura de sus privilegios
como embajador del reino.
1981:6 184:2.12
Después de dar el primer paso en el camino del compromiso y de la menor resistencia,
a Pedro no parecía quedarle más salida que continuar con el tipo de conducta
que había decidido. Se necesita un carácter grande y noble para cambiar de
opinión y retomar el camino recto después de haber empezado mal. Demasiado
a menudo, nuestra propia mente tiende a justificar nuestra permanencia en
el camino erróneo después de haber entrado en él.
1982:1 184:2.13
Pedro nunca creyó por completo que podría ser perdonado hasta el momento en
que se encontró con su Maestro después de la resurrección, y vió que era acogido
como antes de las experiencias de esta trágica noche de negaciones.
3. ANTE EL TRIBUNAL DE Los SANEDRISTAS
1982:2 184:3.1 Eran aproxidadamente
las tres y media de la madrugada de este viernes cuando el sumo sacerdote,
Caifás, declaró constituido el tribunal sanedrista de investigación y pidió
que Jesús fuera traído ante ellos para ser juzgado oficialmente. En tres ocasiones
anteriores, el sanedrín, por una gran mayoría de votos, había decretado la
muerte de Jesús, había decidido que merecía la muerte basándose en las acusaciones
irregulares de transgredir la ley, blasfemar y burlarse de las tradiciones
de los padres de Israel.
1982:3 184:3.2
Esta reunión del sanedrín no se había convocado de manera regular y no se
celebraba en el lugar habitual, la cámara de piedras labradas del templo.
Se trataba de un tribunal especial compuesto por unos treinta sanedristas,
y se había convocado en el palacio del sumo sacerdote. Juan Zebedeo estuvo
presente con Jesús durante todo este pretendido juicio.
1982:4 184:3.3
¡Cuánto se vanagloriaban estos jefes de los sacerdotes, escribas, saduceos
y algunos fariseos, de que este Jesús que había comprometido su posición social
y desafiado su autoridad, estuviera ahora seguro entre sus manos! Y estaban
decididos a no dejarlo escapar vivo de sus garras vengativas.
1982:5 184:3.4
Normalmente, cuando los judíos juzgaban a un hombre por un delito capital,
procedían con una gran cautela y proporcionaban todas las garantías de la
equidad en la selección de los testigos y en toda la conducta del juicio.
Pero en esta ocasión, Caifás era más un fiscal que un juez imparcial.
1982:6 184:3.5
Jesús apareció ante este tribunal vestido con su ropa habitual y con las manos
atadas detrás de la espalda. Todo el tribunal se quedó sorprendido y algo
confuso por su aspecto majestuoso. Nunca habían contemplado a un preso semejante
ni habían presenciado aquella sangre fría en un hombre que podía perder la
vida.
1982:7 184:3.6
La ley judía exigía que al menos dos testigos estuvieran de acuerdo en un
punto cualquiera antes de que se pudiera hacer una acusación contra un preso.
Judas no podía servir de testigo contra Jesús, porque la ley judía prohibía
expresamente el testimonio de un traidor. Más de veinte falsos testigos estaban
disponibles para testificar contra Jesús, pero sus declaraciones eran tan
contradictorias y tan evidentemente inventadas que los mismos sanedristas
se sentían bastante avergonzados con el espectáculo. Jesús permanecía allí
de pie, mirando con benignidad a aquellos perjuros, y su mismo semblante desconcertaba
a los testigos mentirosos. Durante todos estos falsos testimonios, el Maestro
no dijo ni una sola palabra; no respondió a ninguna de sus numerosas falsas
acusaciones.
1982:8 184:3.7
La primera vez que dos de los testigos se acercaron algo a una apariencia
de acuerdo fue cuando dos hombres atestiguaron que habían escuchado decir
a Jesús, en el transcurso de uno de sus discursos en el templo, que "destruiría
este templo hecho por las manos del hombre y en tres días construiría otro
templo sin emplear las manos del hombre." Aquello no era exactamente
lo que Jesús había dicho, aparte del hecho de que había señalado su propio
cuerpo cuando hizo aquel comentario.
1982:9 184:3.8
Aunque el sumo sacerdote le gritó a Jesús: "¿No contestas a ninguna de
estas acusaciones?", Jesús no abrió la boca. Permaneció allí en silencio
mientras todos aquellos falsos testigos prestaban sus declaraciones. El odio,
el fanatismo y la exageración sin escrúpulos caracterizaban de tal manera
las palabras de aquellos perjuros, que sus testimonios caían por su propio
peso. La mejor refutación de aquellas falsas acusaciones era el silencio sosegado
y majestuoso del Maestro.
1983:1 184:3.9
Anás llegó poco después de que los falsos testigos empezaran a declarar, y
tomó asiento al lado de Caifás. Anás se levantó entonces para argumentar que
aquella amenaza de Jesús de destruir el templo era suficiente para justificar
tres cargos contra él:
1. Que era un peligroso embaucador del pueblo. Que les enseñaba cosas
imposibles y que los engañaba de otras maneras.
2. Que era un revolucionario fanático pues abogaba por el empleo de la violencia
contra el templo sagrado, porque ¿cómo podría destruirlo de otra manera?
3. Que enseñaba la magia, puesto que prometía construir un nuevo templo,
y sin ayudarse con las manos.
1983:5 184:3.10
Todo el sanedrín ya estaba de acuerdo en que Jesús era culpable de unas transgresiones
de las leyes judías que merecían la muerte, pero ahora les preocupaba más
preparar unas acusaciones relacionadas con su conducta y sus enseñanzas, que
justificaran la sentencia de muerte que Pilatos debería pronunciar contra
su preso. Sabían que tenían que obtener el consentimiento del gobernador romano
antes de poder ejecutar legalmente a Jesús. Anás se sentía inclinado a seguir
el método de hacer aparecer a Jesús como un peligroso educador que no podía
estar por la calle entre la gente.
1983:6 184:3.11
Pero Caifás ya no podía soportar más la vista del Maestro, que permanecía
allí de pie con una serenidad perfecta y en un absoluto silencio. Pensó que
conocía al menos una manera de incitar al preso a hablar. En consecuencia,
se precipitó hacia Jesús, agitó un dedo acusador delante del rostro del Maestro,
y dijo: "En nombre del Dios vivo, te ordeno que nos digas si eres el
Libertador, el Hijo de Dios." Jesús contestó a Caifás: "Lo soy.
Pronto iré hacia el Padre, y dentro de poco el Hijo del Hombre será revestido
de poder y reinará de nuevo sobre las huestes del cielo."
1983:7 184:3.12
Cuando el sumo sacerdote escuchó a Jesús pronunciar estas palabras, se encolerizó
enormemente, y rasgando sus vestiduras exteriores, exclamó: "¿Qué necesidad
tenemos de más testigos? Mirad, ahora todos habéis escuchado la blasfemia
de este hombre. ¿Qué pensáis ahora que podemos hacer con este blasfemo y transgresor
de la ley?" Y todos contestaron al unísono: "Merece la muerte; que
sea crucificado."
1983:8 184:3.13
Jesús no manifestó interés por ninguna de las preguntas que le hicieron cuando
estaba delante de Anás o de los sanedristas, exceptuando la única pregunta
relacionada con su misión donadora. Cuando se le preguntó si era el Hijo de
Dios, contestó afirmativamente de manera instantánea e inequívoca.
1983:9 184:3.14
Anás deseaba que continuara el juicio y que se formularan unas acusaciones
bien definidas en cuanto a la relación de Jesús con la ley y las instituciones
romanas, para presentarlas posteriormente a Pilatos. Los consejeros estaban
impacientes por terminar rápidamente este asunto, no sólo porque era el día
de la preparación de la Pascua y no se podía hacer ningún trabajo seglar después
del mediodía, sino también porque temían que Pilatos regresara en cualquier
momento a Cesarea, la capital romana de Judea, puesto que sólo estaba en Jerusalén
para la celebración de la Pascua.
1983:10 184:3.15
Pero Anás no logró conservar el control del tribunal. Después de que Jesús
contestara tan inesperadamente a Caifás, el sumo sacerdote se adelantó y lo
abofeteó. Anás se quedó verdaderamente impresionado cuando los otros miembros
del tribunal escupieron a Jesús a la cara al salir de la sala, y muchos de
ellos lo abofetearon burlonamente con la palma de la mano. Y así terminó,
a las cuatro y media de la mañana, esta primera sesión del juicio de Jesús
por parte de los sanedristas, en desorden y en medio de una confusión inaudita.
1984:1 184:3.16
Treinta falsos jueces llenos de prejuicios y cegados por la tradición, con
sus falsos testigos, se atreven a sentarse a juzgar al justo Creador de un
universo. Y estos acusadores apasionados están exasperados por el silencio
majestuoso y el magnífico comportamiento de este Dios-hombre. Su silencio
es terrible de soportar; su palabra es un reto intrépido. Permanece impasible
ante sus amenazas e impávido ante sus ataques. El hombre juzga a Dios, pero
incluso en ese momento Dios los ama y los salvaría si pudiera.
4. LA HORA DE LA HUMILLACIÓN
1984:2 184:4.1 En la cuestión
de pronunciar una sentencia de muerte, la ley judía exigía que el tribunal
celebrara dos sesiones. Esta segunda sesión debía tener lugar al día siguiente
de la primera, y los miembros del tribunal debían pasar las horas intermedias
ayunando y lamentándose. Pero estos hombres no podían esperar al día siguiente
para confirmar su decisión de que Jesús debía morir. Sólo esperaron una hora.
Mientras tanto, dejaron a Jesús en la sala de audiencia al cuidado de los
guardias del templo, que junto con los criados del sumo sacerdote, se divirtieron
acumulando todo tipo de indignidades sobre el Hijo del Hombre. Se burlaron
de él, le escupieron y lo abofetearon cruelmente. Le golpeaban en la cara
con una vara y luego le decían: "Profetiza, Libertador, y dinos quién
te ha golpeado." Continuaron así durante una hora entera, ultrajando
y maltratando a este hombre de Galilea que no ofrecía resistencia.
1984:3 184:4.2
Durante esta hora trágica de sufrimientos y de juicios burlescos a manos de
los guardias y criados ignorantes e insensibles, Juan Zebedeo estuvo esperando
a solas, lleno de terror, en una habitación contigua. Cuando empezaron estos
abusos, Jesús le indicó a Juan con un gesto de la cabeza que debía retirarse.
El Maestro sabía muy bien que si permitía a su apóstol permanecer en la sala
presenciando estas indignidades, se despertaría en Juan tal resentimiento
que le hubiera conducido a una explosión de protesta indignada que probablemente
le hubiera costado la vida.
1984:4 184:4.3
Durante esta hora espantosa, Jesús no pronunció ni una palabra. Para este
alma humana dulce y sensible, unida en una relación de personalidad con el
Dios de todo este universo, no hubo un período más amargo en la copa de su
humillación que esta hora terrible a merced de estos guardias y criados ignorantes
y crueles, que se habían sentido estimulados a maltratarlo debido al ejemplo
de los miembros de este pretendido tribunal sanedrista.
1984:5 184:4.4
El corazón humano quizás no puede concebir el escalofrío de indignación que
recorrió un enorme universo, mientras las inteligencias celestiales presenciaban
este espectáculo de su amado Soberano sometiéndose a la voluntad de sus criaturas
ignorantes y desviadas, en la esfera ensombrecida por el pecado de la desafortunada
Urantia.
1984:6 184:4.5
¿Qué es esa característica animal en el hombre que le conduce a querer insultar
y atacar físicamente aquello que no puede alcanzar espiritualmente ni conseguir
intelectualmente? Aún se esconde en el hombre medio civilizado una malvada
brutalidad que intenta desahogarse en aquellos que son superiores en sabiduría
y en logros espirituales. Observad la malvada tosquedad y la brutal ferocidad
de estos hombres supuestamente civilizados, mientras obtenían cierta forma
de placer animal atacando físicamente al Hijo del Hombre que no ofrecía resistencia.
Mientras estos insultos, burlas y golpes caían sobre Jesús, él no se defendía,
pero no estaba indefenso. Jesús no estaba derrotado, se limitaba a no luchar
en el sentido material.
1985:1 184:4.6
Éstos son los momentos de las mayores victorias del Maestro en toda su larga
y extraordinaria carrera como autor, sostén y salvador de un enorme y extenso
universo. Después de vivir hasta su plenitud una vida revelando Dios al hombre,
Jesús está dedicado ahora a revelar el hombre a Dios de una manera nueva y
sin precedentes. Jesús está revelando ahora a los mundos la victoria final
sobre todos los temores del aislamiento de la personalidad que siente la criatura.
El Hijo del Hombre ha conseguido finalmente realizar su identidad como Hijo
de Dios. Jesús no duda en afirmar que él y el Padre son uno; y basándose en
el hecho y la verdad de esta experiencia suprema y celeste, exhorta a todo
creyente en el reino a que se vuelva uno con él, como él y su Padre son uno.
La experiencia viviente en la religión de Jesús se convierte así en la técnica
cierta y segura mediante la cual los mortales de la tierra, espiritualmente
aislados y cósmicamente solitarios, consiguen escapar del aislamiento de la
personalidad, con todos sus efectos de temores y de sentimientos de impotencia
asociados. En las realidades fraternales del reino de los cielos, los hijos
de Dios por la fe encuentran su liberación final del aislamiento del yo, tanto
de manera personal como planetaria. El creyente que conoce a Dios experimenta
cada vez más el éxtasis y la grandeza de la socialización espiritual a escala
del universo -la ciudadanía en el cielo asociada a la realización eterna del
destino divino consistente en alcanzar la perfección.
5. LA SEGUNDA REUNIÓN DEL TRIBUNAL
1985:2 184:5.1 El tribunal
se reunió de nuevo a las cinco y media de la mañana, y Jesús fue conducido
a la habitación contigua donde estaba esperando Juan. Aquí, el soldado romano
y los guardias del templo vigilaron a Jesús, mientras el tribubal empezaba
a formular las acusaciones que se iban a presentar a Pilatos. Anás indicó
claramente a sus asociados que la acusación de blasfemia no tendría ningún
peso ante Pilatos. Judas estaba presente durante esta segunda reunión del
tribunal, pero no prestó ninguna declaración.
1985:3 184:5.2
Esta sesión de la corte sólo duró media hora, y cuando levantaron la sesión
para presentarse ante Pilatos, habían redactado la acusación contra Jesús
estimando que merecía la muerte por tres razones:
1. Que pervertía a la nación judía; que engañaba al pueblo y lo incitaba
a la rebelión.
2. Que enseñaba al pueblo a que se negara a pagar el tributo al césar.
3. Que como pretendía ser rey y el fundador de un nuevo tipo de reino, incitaba
a la traición contra el emperador.
1985:7 184:5.3
Todo este procedimiento era irregular y totalmente contrario a las leyes judías.
No había dos testigos que se hubieran puesto de acuerdo en ninguna cuestión,
excepto los que habían testificado en relación con la declaración de Jesús
de que destruiría el templo y lo levantaría de nuevo en tres días. E incluso
en este punto, ningún testigo había hablado en nombre de la defensa, y tampoco
se le pidió a Jesús que explicara lo que había querido decir.
1985:8 184:5.4
El único punto sobre el que el tribunal podría haberlo juzgado coherentemente
era el de la blasfemia, y hubiera estado basado enteramente en el propio testimonio
del acusado. Incluso en lo que concierne a la blasfemia, no consiguieron votar
oficialmente la pena de muerte.
1985:9 184:5.5
Y ahora, para presentarse ante Pilatos, se atrevían a formular tres cargos
sobre los cuales ningún testigo había sido interrogado, y sobre los que se
habían puesto de acuerdo en ausencia del acusado. Cuando todo estuvo hecho,
tres de los fariseos se marcharon; querían que Jesús fuera aniquilado, pero
no querían formular cargos contra él sin testigos y en su ausencia.
1986:1 184:5.6
Jesús no volvió a aparecer ante el tribunal de los sanedristas. Éstos no querían
volver a contemplar su rostro mientras juzgaban su vida inocente. Jesús no
se enteró (como hombre) de las acusaciones oficiales hasta que las escuchó
de boca de Pilatos.
1986:2 184:5.7
Mientras Jesús estaba en la habitación con Juan y los guardias, y el tribunal
celebraba su segunda sesión, algunas mujeres del palacio del sumo sacerdote
vinieron con sus amigas para contemplar al extraño preso, y una de ellas le
preguntó: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios?" Y Jesús respondió:
"Si te lo digo, no me creerás; y si te lo pregunto, no contestarás."
1986:3 184:5.8
A las seis de aquella mañana, Jesús fue sacado de la casa de Caifás para aparecer
ante Pilatos, a fin de que éste confirmara la sentencia de muerte que el tribunal
de los sanedristas había decretado de manera tan injusta e irregular.