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ÍNDICE
El libro de Urantia
Edición 1999
DOCUMENTO 196
LA FE DE JESÚS
2087:1 196:0.1
JESÚS gozaba de una fe sublime y sin reservas en Dios. Experimentó los altibajos
normales y corrientes de la existencia mortal, pero nunca puso religiosamente
en duda la certidumbre de la vigilancia y la guía de Dios. Su fe era el fruto
de la perspicacia nacida de la actividad de la presencia divina, su Ajustador
interior. Su fe no era ni tradicional ni simplemente intelectual; era enteramente
personal y puramente espiritual.
2087:2 196:0.2
El Jesús humano veía a Dios como santo, justo y grande, así como verdadero,
bello y bueno. Todos estos atributos de la divinidad los enfocó en su mente
como "la voluntad del Padre que está en los cielos". El Dios de
Jesús era al mismo tiempo "el Santo de Israel" y "el Padre
vivo y amante que está en los cielos". El concepto de Dios como Padre
no era original de Jesús, pero exaltó y elevó la idea hasta el nivel de una
experiencia sublime mediante la realización de una nueva revelación de Dios
y la proclamación de que toda criatura mortal es hija de este Padre del amor,
un hijo de Dios.
2087:3 196:0.3
Jesús no se aferró a la fe en Dios como un alma que lucha en una guerra contra
el universo y en una pelea a muerte con un mundo hostil y pecaminoso; no recurrió
a la fe simplemente para consolarse en medio de las dificultades o para animarse
cuando lo amenazaba la desesperación; la fe no era para él una simple compensación
ilusoria ante las realidades desagradables y las tristezas de la vida. En
presencia misma de todas las dificultades naturales y de todas las contradicciones
temporales de la existencia mortal, experimentó la tranquilidad de una confianza
suprema e incontestable en Dios y sintió la formidable emoción de vivir, por
la fe, en la presencia misma del Padre celestial. Esta fe triunfante era la
experiencia viviente de un logro espiritual real. La gran contribución de
Jesús a los valores de la experiencia humana no fue la de revelar tantas nuevas
ideas sobre el Padre que está en los cielos, sino más bien la de demostrar
de manera tan magnífica y humana un tipo nuevo y superior de fe viviente
en Dios. En ningún mundo de este universo, ni en la vida de ningún otro
mortal, Dios no se volvió nunca una realidad tan viviente como en la
experiencia humana de Jesús de Nazaret.
2087:4 196:0.4
Este mundo y todos los demás mundos de la creación local descubren, en la
vida del Maestro en Urantia, un tipo de religión nuevo y superior, una religión
basada en las relaciones espirituales personales con el Padre Universal, y
totalmente validada por la autoridad suprema de una experiencia personal auténtica.
Esta fe viviente de Jesús era más que una reflexión intelectual, y no era
una meditación mística.
2087:5 196:0.5
La teología puede fijar, formular, definir y dogmatizar la fe, pero en la
vida humana de Jesús, la fe era personal, viviente, original, espontánea y
puramente espiritual. Esta fe no era una veneración por la tradición ni una
simple creencia intelectual que él mantenía como un credo sagrado, sino más
bien una experiencia sublime y una convicción profunda que lo mantenían en
la seguridad. Su fe era tan real e inclusiva que erradicó absolutamente
todas las dudas espirituales y destruyó eficazmente todo deseo contradictorio.
Nada era capaz de arrancar a Jesús del anclaje espiritual de esta fe ferviente,
sublime e intrépida. Incluso en presencia de una derrota aparente o en medio
de la decepción y de una desesperación amenazante, se mantenía sereno en la
presencia divina, libre de temores y plenamente consciente de ser espiritualmente
invencible. Jesús disfrutaba de la seguridad vigorizante de poseer una fe
a toda prueba, y en cada una de las situaciones difíciles de la vida, mostró
infaliblemente una lealtad incondicional a la voluntad del Padre. Esta fe
magnífica no se dejó intimidar ni siquiera por la amenaza cruel y aplastante
de una muerte ignominiosa.
2088:1 196:0.6
En un genio religioso, una poderosa fe espiritual conduce muchas veces directamente
a un fanatismo desastroso, a la exageración del ego religioso, pero esto no
le sucedió a Jesús. Su vida práctica no se vio afectada desfavorablemente
por su fe extraordinaria y sus logros espirituales, porque esta exaltación
espiritual era una expresión enteramente inconsciente y espontánea que hacía
su alma de su experiencia personal con Dios.
2088:2 196:0.7
La fe espiritual de Jesús, arrolladora e indomable, nunca se volvió fanática
porque nunca intentó dejarse llevar por sus juicios intelectuales bien equilibrados
sobre los valores proporcionales de las situaciones sociales, económicas y
morales, prácticas y corrientes, de la vida. El Hijo del Hombre era una personalidad
humana espléndidamente unificada; era un ser divino perfectamente dotado;
también estaba magníficamente coordinado como un ser humano y divino combinados,
ejerciendo su actividad en la tierra como una sola personalidad. El Maestro
siempre coordinaba la fe del alma con las sabias evaluaciones de una experiencia
avezada. La fe personal, la esperanza espiritual y la devoción moral siempre
estaban correlacionadas en una unidad religiosa incomparable de asociación
armoniosa con la comprensión penetrante de la realidad y el carácter sagrado
de todas las lealtades humanas -honor personal, amor familiar, obligaciones
religiosas, deberes sociales y necesidades económicas.
2088:3 196:0.8
La fe de Jesús visualizaba que todos los valores espirituales se encontraban
en el reino de Dios; por eso decía: "Buscad primero el reino de los cielos".
Jesús veía en la hermandad avanzada e ideal del reino la realización y el
cumplimiento de la "voluntad de Dios". La esencia misma de la oración
que enseñó a sus discípulos fue: "Que venga tu reino; que se haga tu
voluntad". Una vez que concibió así que el reino incluía la voluntad
de Dios, se consagró a la causa de hacerlo realidad con un asombroso olvido
de sí mismo y un entusiasmo ilimitado. Pero durante toda su intensa misión
y a lo largo de su vida extraordinaria, nunca se manifestó el furor del fanático
ni la frivolidad superficial del egotista religioso.
2088:4 196:0.9
Toda la vida del Maestro estuvo constantemente condicionada por esta fe viviente,
esta experiencia religiosa sublime. Esta actitud espiritual dominaba totalmente
sus pensamientos y sentimientos, su creencia y su oración, su enseñanza y
su predicación. Esta fe personal de un hijo en la certidumbre y la seguridad
de la guía y la protección del Padre celestial confirió a su vida excepcional
una profunda dotación de realidad espiritual. Sin embargo, a pesar de esta
conciencia profundísima de su estrecha relación con la divinidad, este Galileo,
este Galileo de Dios, cuando le llamaron Maestro Bueno, replicó instantáneamente:
"¿Por qué me llamas bueno?" Cuando nos encontramos ante un olvido
de sí mismo tan espléndido, empezamos a comprender cómo le resultó posible
al Padre Universal manifestarse tan plenamente a Jesús y revelarse a través
de él a los mortales de los mundos.
2088:5 196:0.10
Jesús le entregó a Dios, como hombre del reino, la más grande de todas las
ofrendas: la consagración y la dedicación de su propia voluntad al servicio
majestuoso de hacer la voluntad divina. Jesús siempre interpretó la religión,
de manera sistemática, totalmente en función de la voluntad del Padre. Cuando
estudiéis la carrera del Maestro, en lo referente a la oración o a cualquier
otra característica de la vida religiosa, no busquéis tanto lo que enseñó
como lo que hizo. Jesús nunca oraba porque fuera un deber religioso. Para
él, la oración era una expresión sincera de la actitud espiritual, una declaración
de la lealtad del alma, una recitación de devoción personal, una expresión
de acción de gracias, una manera de evitar la tensión emocional, una prevención
de los conflictos, una exaltación del intelecto, un ennoblecimiento de los
deseos, una confirmación de las decisiones morales, un enriquecimiento del
pensamiento, una estimulación de las tendencias más elevadas, una consagración
del impulso, una clarificación de un punto de vista, una declaración de fe,
una rendición trascendental de la voluntad, una sublime afirmación de confianza,
una revelación de valentía, la proclamación de un descubrimiento, una confesión
de devoción suprema, la validación de una consagración, una técnica para ajustar
las dificultades y la poderosa movilización de los poderes combinados del
alma para resistir todas las tendencias humanas al egoísmo, al mal y al pecado.
Vivió precísamente este tipo de vida consagrada piadosamente a hacer la voluntad
de su Padre, y terminó su vida triunfalmente con una oración de este tipo.
El secreto de su incomparable vida religiosa fue esta conciencia de la presencia
de Dios; y la consiguió mediante oraciones inteligentes y una adoración sincera
-una comunión ininterrumpida con Dios- y no por medio de directrices, voces,
visiones, apariciones o prácticas religiosas extraordinarias.
2089:1 196:0.11
En la vida terrestre de Jesús, la religión fue una experiencia viviente, un
movimiento directo y personal desde la veneración espiritual hasta la rectitud
práctica. La fe de Jesús produjo los frutos trascendentes del espíritu divino.
Su fe no era inmadura y crédula como la de un niño, pero en muchos aspectos
se parecía a la confianza sin sospechas de la mente de un niño; Jesús confiaba
en Dios como un niño confía en su padre. Tenía una profunda confianza en el
universo -la misma confianza que tiene un niño en el ambiente de sus padres.
La fe incondicional de Jesús en la bondad fundamental del universo se parecía
mucho a la confianza del niño en la seguridad de su entorno terrestre. Dependía
del Padre celestial como un niño se apoya en su padre terrenal, y su fe ferviente
nunca dudó ni un momento de la certeza de los grandes cuidados del Padre celestial.
No le perturbaron seriamente los temores, las dudas ni el escepticismo. La
incredulidad no inhibió la expresión libre y original de su vida. Combinó
el coraje inquebrantable e inteligente de un adulto con el optimismo sincero
y confiado de un niño creyente. Su fe había crecido hasta tales niveles de
confianza que estaba desprovista de temor.
2089:2 196:0.12
La fe de Jesús alcanzó la pureza de la confianza de un niño. Su fe era tan
absoluta y estaba tan desprovista de dudas que respondía al encanto del contacto
con los semejantes y a las maravillas del universo. Su sentimiento de dependencia
de lo divino era tan completo y tan confiado que le producía la alegría y
la certeza de una seguridad personal absoluta. No había ningún fingimiento
vacilante en su experiencia religiosa. En este intelecto gigantesco de adulto,
la fe del niño reinaba de manera suprema en todos los asuntos relacionados
con la conciencia religiosa. No es extraño que dijera una vez: "A menos
que os volváis como un niño pequeño, no entraréis en el reino." Aunque
la fe de Jesús era ingenua, no era en ningún sentido infantil.
2089:3 196:0.13
Jesús no le pide a sus discípulos que crean en él, sino más bien que crean
con él, que crean en la realidad del amor de Dios y que acepten con
toda confianza la seguridad de su filiación con el Padre celestial. El Maestro
desea que todos sus seguidores compartan plenamente su fe trascendente. Jesús
desafió a sus seguidores, de la manera más enternecedora, no sólo a creer
lo que él creía, sino también a creer como él creía. Éste es
el significado completo de su única exigencia suprema: "Sígueme."
2090:1 196:0.14
La vida terrenal de Jesús estuvo consagrada a una sola gran finalidad -hacer
la voluntad del Padre, vivir la vida humana religiosamente y por la fe. La
fe de Jesús era confiada como la de un niño, pero sin la menor presunción.
Tomó decisiones firmes y valientes, se enfrentó con intrepidez a múltiples
decepciones, superó resueltamente dificultades extraordinarias, e hizo frente
sin vacilar a las duras exigencias del deber. Se necesitaba una fuerte voluntad
y una confianza indefectible para creer lo que Jesús creía, y como
él lo creía.
1. JESÚS -EL HOMBRE
2090:2 196:1.1 La devoción
de Jesús a la voluntad del Padre y al servicio del hombre era mucho más que
una decisión como mortal y que una determinación humana; era una consagración
total de sí mismo a esta donación ilimitada de amor. Por muy grande que sea
el hecho de la soberanía de Miguel, no debéis apartar de los hombres al Jesús
humano. El Maestro subió a los cielos no sólo como hombre, sino también como
Dios; él pertenece a los hombres, y los hombres le pertenecen. ¡Es muy lamentable
que la religión misma sea tan mal interpretada, que aparte al Jesús humano
de los mortales que luchan! Que las discusiones sobre la humanidad o la divinidad
de Cristo no oscurezcan la verdad salvadora de que Jesús de Nazaret fue un
hombre religioso que consiguió, por la fe, conocer y hacer la voluntad de
Dios; fue realmente el hombre más religioso que haya vivido jamás en Urantia.
2090:3 196:1.2
Los tiempos están maduros para presenciar la resurrección simbólica del Jesús
humano, saliendo de la tumba de las tradiciones teológicas y los dogmas religiosos
de diecinueve siglos. Jesús de Nazaret ya no debe ser sacrificado, ni siquiera
por el espléndido concepto del Cristo glorificado. ¡Qué servicio trascendente
prestaría la presente revelación si, a través de ella, el Hijo del Hombre
fuera rescatado de la tumba de la teología tradicional, y fuera presentado
como el Jesús vivo a la iglesia que lleva su nombre y a todas las demás religiones!
La hermandad cristiana de creyentes no dudará seguramente en reajustar su
fe y sus costumbres de vida para poder "seguir" al Maestro en la
manifestación de su vida real de devoción religiosa a la tarea de hacer la
voluntad de su Padre, y de consagración al servicio desinteresado de los hombres.
¿Temen los cristianos declarados que se ponga al descubierto a una hermandad
autosuficiente y no consagrada, que tiene respetabilidad social y una inadaptación
económica egoísta? ¿Teme el cristianismo institucional que la autoridad eclesiástica
tradicional esté posiblemente en peligro, o incluso sea derrocada, si el Jesús
de Galilea es reinstalado en la mente y el alma de los hombres mortales como
el ideal de la vida religiosa personal? En verdad, los reajustes sociales,
las transformaciones económicas, los rejuvenecimientos morales y las revisiones
religiosas de la civilización cristiana serían drásticas y revolucionarias
si la religión viviente de Jesús suplantara repentinamente a la religión teológica
acerca de Jesús.
2090:4 196:1.3
"Seguir a Jesús" significa compartir personalmente su fe religiosa
y entrar en el espíritu de la vida del Maestro, consagrada al servicio desinteresado
de los hombres. Una de las cosas más importantes de la vida humana consiste
en averiguar lo que Jesús creía, en descubrir sus ideales, y en esforzarse
por alcanzar el elevado objetivo de su vida. De todos los conocimientos humanos,
el que posee mayor valor es el de conocer la vida religiosa de Jesús y la
manera en que la vivió.
2090:5 196:1.4
La gente corriente escuchaba a Jesús con placer, y responderán de nuevo a
la presentación de su vida humana sincera de motivación religiosa consagrada,
si estas verdades se proclaman de nuevo en el mundo. La gente lo escuchaba
con placer porque era uno de ellos, un laico sin pretensiones; el instructor
religioso más grande del mundo fue en verdad un laico.
2091:1 196:1.5
Los creyentes en el reino no deberían tener el objetivo de imitar literalmente
la vida exterior de Jesús en la carne, sino más bien de compartir su fe; confiar
en Dios como él confiaba en Dios, y creer en los hombres como él creía en
ellos. Jesús nunca discutió sobre la paternidad de Dios o la fraternidad de
los hombres; él era una ilustración viviente de lo primero y una profunda
demostración de lo segundo.
2091:2 196:1.6
Al igual que los hombres deben progresar desde la conciencia de lo humano
hasta la comprensión de lo divino, Jesús se elevó desde la naturaleza del
hombre hasta la conciencia de la naturaleza de Dios. Y el Maestro efectuó
esta gran ascensión desde lo humano hasta lo divino mediante el logro conjunto
de la fe de su intelecto mortal y los actos de su Ajustador interior. El hecho
de llevar a cabo la conquista de la totalidad de su divinidad (siendo en todo
momento plenamente consciente de la realidad de su humanidad) pasó por siete
fases de conciencia, por la fe, de su divinización progresiva. Los siguientes
acontecimientos extraordinarios marcaron estas fases de desarrollo progresivo
de sí mismo en la experiencia donadora del Maestro:
1. La llegada del Ajustador del Pensamiento. 2. El mensajero de Manuel
que se le apareció en Jerusalén cuando tenía unos doce años.
3. Las manifestaciones que acompañaron a su bautismo.
4. Las experiencias en el Monte de la Transfiguración.
5. La resurrección morontial.
6. La ascensión en espíritu.
7. El abrazo final del Padre del Paraíso, que le confirió la soberanía ilimitada
sobre su universo.
2. LA RELIGIÓN DE JESÚS
2091:10 196:2.1 Algún
día, una reforma en la iglesia cristiana podría causar un impacto lo suficientemente
profundo como para regresar a las enseñanzas religiosas puras de Jesús, el
autor y consumador de nuestra fe. Podéis predicar una religión acerca
de Jesús, pero la religión de Jesús, forzosamente, tenéis que
vivirla. En el entusiasmo de Pentecostés, Pedro inauguró involuntariamente
una nueva religión, la religión del Cristo resucitado y glorificado. El apóstol
Pablo transformó más tarde este nuevo evangelio en el cristianismo, una religión
que incluye sus propias opiniones teológicas y describe su propia experiencia
personal con el Jesús del camino de Damasco. El evangelio del reino está
fundado en la experiencia religiosa personal de Jesús de Galilea; el cristianismo
está fundado casi exclusivamente en la experiencia religiosa personal del
apóstol Pablo. Casi todo el Nuevo Testamento está dedicado, no a describir
la vida religiosa significativa e inspiradora de Jesús, sino a examinar la
experiencia religiosa de Pablo y a describir sus convicciones religiosas personales.
Las únicas excepciones notables a esta afirmación son el Libro de los Hebreos
y la Epístola de Santiago, además de algunos fragmentos de Mateo, Marcos y
Lucas. El mismo Pedro sólo volvió una vez, en sus escritos, a la vida religiosa
personal de su Maestro. El Nuevo Testamento es un magnífico documento cristiano,
pero sólo refleja pobremente la religión de Jesús.
2091:11 196:2.2
La vida de Jesús en la carne describe un crecimiento religioso trascendente
que empezó por las antiguas ideas del temor primitivo y de la veneración humana,
y pasó por los años de comunión espiritual personal, hasta que llegó finalmente
al estado avanzado y elevado de la conciencia de su unidad con el Padre. Y
así, en una sola corta vida, Jesús atravesó esa experiencia de evolución espiritual
religiosa que los hombres empiezan en la tierra y que sólo terminan generalmente
al final de su larga estancia en las escuelas de educación espiritual de los
niveles sucesivos de la carrera preparadisiaca. Jesús progresó desde una conciencia
puramente humana en la que tenía la certidumbre, por la fe, de una experiencia
religiosa personal, hasta las sublimes alturas espirituales de la comprensión
definitiva de su naturaleza divina, y hasta la conciencia de su estrecha asociación
con el Padre Universal en la administración de un universo. Progresó desde
el humilde estado de dependencia mortal que le impulsó a decir espontáneamente
a aquel que le había llamado Maestro Bueno: "¿Por qué me llamas bueno?
Nadie es bueno salvo Dios", hasta esa conciencia sublime de una divinidad
consumada que le condujo a exclamar: "¿Quién de vosotros me declara culpable
de pecado?" Esta ascensión progresiva de lo humano a lo divino fue un
logro exclusivamente mortal. Cuando hubo alcanzado así la divinidad, continuó
siendo el mismo Jesús humano, el Hijo del Hombre así como el Hijo de Dios.
2092:1 196:2.3
Marcos, Mateo y Lucas retienen algunos aspectos del Jesús humano empeñado
en el magnífico esfuerzo por averiguar la voluntad divina y por hacer dicha
voluntad. Juan presenta la imagen de un Jesús triunfante que caminaba por
la tierra plenamente consciente de su divinidad. El gran error que han cometido
aquellos que han estudiado la vida del Maestro es que algunos lo han concebido
como enteramente humano, mientras que otros lo han considerado exclusivamente
divino. A lo largo de toda su experiencia, el Maestro fue realmente ambas
cosas, humano y divino, como lo sigue siendo ahora.
2092:2 196:2.4
Pero el error más grande se cometió cuando, aunque se reconocía que el Jesús
humano tenía una religión, el Jesús divino (Cristo) se convirtió casi
de la noche a la mañana en una religión. El cristianismo de Pablo aseguró
la adoración del Cristo divino, pero casi perdió de vista por completo al
Jesús humano de Galilea, luchador y valiente, que gracias a la intrepidez
de su fe religiosa personal y al heroísmo de su Ajustador interior, ascendió
desde los humildes niveles de la humanidad hasta volverse uno con la divinidad,
convirtiéndose así en el nuevo camino viviente por el que todos los mortales
pueden elevarse de esta manera desde la humanidad hasta la divinidad. En todos
los grados de espiritualidad y en todos los mundos, los mortales pueden encontrar
en la vida personal de Jesús aquello que les fortalecerá e inspirará a medida
que progresan desde los niveles espirituales más bajos hasta los valores divinos
más elevados, desde el principio hasta el fin de toda la experiencia religiosa
personal.
2092:3 196:2.5
En la época en que se escribió el Nuevo Testamento, los autores no sólo creían
profundamente en la divinidad del Cristo resucitado, sino que también creían
de manera ferviente y sincera en su inmediato regreso a la tierra para consumar
el reino celestial. Esta sólida fe en el regreso inmediato del Señor tuvo
mucha relación con la tendencia a omitir en los escritos aquellas referencias
que describían las experiencias y los atributos puramente humanos del Maestro.
Todo el movimiento cristiano tendió a alejarse de la imagen humana de Jesús
de Nazaret hacia la exaltación del Cristo resucitado, el Señor Jesucristo
glorificado que pronto iba a volver.
2092:4 196:2.6
Jesús fundó la religión de la experiencia personal haciendo la voluntad de
Dios y sirviendo a la fraternidad humana; Pablo fundó una religión en la que
el Jesús glorificado se volvió el objeto de adoración, y la fraternidad estaba
compuesta por los compañeros creyentes en el Cristo divino. En la donación
de Jesús, estos dos conceptos existían en potencia en su vida humano-divina,
y es en verdad una lástima que sus seguidores no lograran crear una religión
unificada que hubiera reconocido adecuadamente tanto la naturaleza humana
como la naturaleza divina del Maestro, tal como estaban inseparablemente unidas
en su vida terrenal y tan gloriosamente expuestas en el evangelio original
del reino.
2093:1 196:2.7
Algunas declaraciones enérgicas de Jesús no os impresionarían ni os perturbarían
si tan sólo quisiérais recordar que fue el hombre religioso más entusiasta
y apasionado del mundo. Fue un mortal totalmente consagrado, dedicado sin
reserva a hacer la voluntad de su Padre. Muchas de sus aserciones aparentemente
duras eran más bien una confesión personal de fe y una promesa de devoción,
que unos mandatos para sus seguidores. Esta misma determinación y esta devoción
desinteresada fueron las que le permitieron efectuar, en una corta vida, un
progreso tan extraordinario en la conquista de su mente humana. Muchas de
sus declaraciones deberían ser consideradas como una confesión de lo que se
exigía a sí mismo, en lugar de una exigencia para todos sus seguidores. En
su devoción a la causa del reino, Jesús quemó todos los puentes detrás de
él; sacrificó todo lo que fuera un obstáculo para hacer la voluntad de su
Padre.
2093:2 196:2.8
Jesús bendecía a los pobres porque generalmente eran sinceros y piadosos;
condenaba a los ricos porque habitualmente eran libertinos e irreligiosos.
Pero hubiera condenado igualmente a los indigentes irreligiosos y alabado
a los hombres de dinero consagrados y honorables.
2093:3 196:2.9
Jesús inducía a los hombres a sentirse en el mundo como en su hogar; los liberaba
de la esclavitud de los tabúes y les enseñaba que el mundo no es fundamentalmente
malo. No anhelaba huir de su vida terrenal; dominó una técnica para hacer
aceptablemente la voluntad del Padre mientras vivía en la carne. Alcanzó una
vida religiosa idealista en medio de un mundo realista. Jesús no compartía
la opinión pesimista de Pablo sobre la humanidad. El Maestro consideraba a
los hombres como hijos de Dios y preveía un futuro magnífico y eterno para
aquellos que escogieran sobrevivir. No era un escéptico moral; miraba al hombre
de manera positiva, no negativa. Veía que la mayoría de los hombres eran más
bien débiles que malvados, más bien aturdidos que depravados. Pero cualquiera
que fuera su condición, todos eran hijos de Dios y sus hermanos.
2093:4 196:2.10
Enseñó a los hombres a que se atribuyeran un alto valor en el tiempo y en
la eternidad. Como Jesús tenía esta alta estima por los hombres, estaba dispuesto
a dedicarse al servicio incansable de la humanidad. Este valor infinito que
atribuía a lo finito es lo que hacía que la regla de oro fuera un factor vital
en su religión. ¿Qué mortal puede dejar de sentirse elevado por la fe extraordinaria
que Jesús tiene en él?
2093:5 196:2.11
Jesús no ofreció ninguna regla para el progreso social; su misión era religiosa,
y la religión es una experiencia exclusivamente individual. La meta última
del logro más avanzado de la sociedad nunca puede esperar trascender la fraternidad
de los hombres enseñada por Jesús, basada en el reconocimiento de la paternidad
de Dios. El ideal de todo logro social sólo se puede realizar con la llegada
de este reino divino.
3. LA SUPREMACÍA DE LA RELIGIÓN
2093:6 196:3.1 La experiencia
religiosa espiritual personal resuelve eficientemente la mayoría de las dificultades
de los mortales; clasifica, evalúa y ajusta eficazmente todos los problemas
humanos. La religión no aleja ni destruye las dificultades humanas, pero las
disuelve, las absorbe, las ilumina y las trasciende. La verdadera religión
unifica la personalidad para que se ajuste eficazmente a todas las necesidades
de los mortales. La fe religiosa -la guía positiva de la presencia divina
interior- permite indefectiblemente al hombre que conoce a Dios salvar ese
abismo que existe entre la lógica intelectual que reconoce a la Primera Causa
Universal como Eso, y las afirmaciones positivas del alma que afirman
que esta Primera Causa es Él, el Padre celestial del evangelio de Jesús,
el Dios personal de la salvación humana.
2094:1 196:3.2
Hay exactamente tres elementos en la realidad universal: los hechos, las ideas
y las relaciones. La conciencia religiosa identifica estas realidades como
ciencia, filosofía y verdad. La filosofía se siente inclinada a considerar
estas actividades como razón, sabiduría y fe -la realidad física, la realidad
intelectual y la realidad espiritual. Nosotros tenemos la costumbre de distinguir
estas realidades como cosas, significados y valores.
2094:2 196:3.3
La comprensión progresiva de la realidad equivale a acercarse a Dios. El descubrimiento
de Dios, la conciencia de identificarse con la realidad, equivale a experimentar
el yo completo -el yo entero, el yo total. Experimentar la realidad total
es comprender plenamente a Dios, la finalidad de la experiencia de conocer
a Dios.
2094:3 196:3.4
La suma total de la vida humana consiste en el conocimiento de que el hombre
es educado por los hechos, ennoblecido por la sabiduría y salvado -justificado-
por la fe religiosa.
2094:4 196:3.5
La certidumbre física consiste en la lógica de la ciencia; la certidumbre
moral, en la sabiduría de la filosofía; la certidumbre espiritual, en la verdad
de la experiencia religiosa auténtica.
2094:5 196:3.6
La mente del hombre puede alcanzar unos niveles elevados de perspicacia espiritual
y las esferas correspondientes de divinidad de valores porque no es enteramente
material. Existe un núcleo espiritual en la mente del hombre -el Ajustador
de la presencia divina. Hay tres pruebas distintas de que este espíritu habita
en la mente humana:
2094:6 196:3.7
1. La comunión humanitaria -el amor. La mente puramente animal puede ser gregaria
para protegerse, pero sólo el intelecto habitado por el espíritu es generosamente
altruista e incondicionalmente amoroso.
2094:7 196:3.8
2. La interpretación del universo -la sabiduría. Sólo la mente habitada por
el espíritu puede comprender que el universo es amistoso para el individuo.
2094:8 196:3.9
3. La evaluación espiritual de la vida -la adoración. Sólo el hombre habitado
por el espíritu puede darse cuenta de la presencia divina y tratar de alcanzar
una experiencia más completa en y con este anticipo de la divinidad.
2094:9 196:3.10
La mente humana no crea valores reales; la experiencia humana no ofrece una
perspicacia del universo. En lo que concierne a la perspicacia, el reconocimiento
de los valores morales y el discernimiento de los significados espirituales,
todo lo que la mente humana puede hacer es descubrir, reconocer, interpretar
y escoger.
2094:10 196:3.11
Los valores morales del universo se vuelven posesiones intelectuales mediante
el ejercicio de los tres criterios básicos, o elecciones, de la mente mortal:
1. El criterio de sí mismo -la elección moral.
2. El criterio social -la elección ética.
3. El criterio de Dios -la elección religiosa.
2094:14 196:3.12
Así pues, parece ser que todo progreso humano se efectúa mediante una técnica
de evolución revelatoria conjunta.
2094:15 196:3.13
Si un amante divino no viviera en él, el hombre no podría amar de manera desinteresada
y espiritual. Si un intérprete no viviera en su mente, el hombre no podría
comprender realmente la unidad del universo. Si un evaluador no residiera
en él, al hombre le sería totalmente imposible apreciar los valores morales
y reconocer los significados espirituales. Y este amante procede de la fuente
misma del amor infinito; este intérprete es una parte de la Unidad Universal;
este evaluador es el hijo del Centro y Origen de todos los valores absolutos
de la realidad divina y eterna.
2095:1 196:3.14
La evaluación moral con un significado religioso -la perspicacia espiritual-
conlleva la elección del individuo entre el bien y el mal, la verdad y el
error, lo material y lo espiritual, lo humano y lo divino, el tiempo y la
eternidad. La supervivencia humana depende, en gran parte, de que la voluntad
humana se consagre a escoger los valores elegidos por este clasificador de
los valores espirituales -el intérprete y unificador interior. La experiencia
religiosa personal consta de dos fases: el descubrimiento en la mente humana,
y la revelación por el espíritu divino interior. Debido a una sofisticación
excesiva o a consecuencia de la conducta impía de unas personas supuestamente
religiosas, un hombre o incluso una generación de hombres pueden elegir interrumpir
sus esfuerzos por descubrir al Dios que vive en ellos; pueden dejar de progresar
en la revelación divina y no llegar a alcanzarla. Pero estas actitudes desprovistas
de progreso espiritual no pueden durar mucho tiempo debido a la presencia
y a la influencia de los Ajustadores interiores del Pensamiento.
2095:2 196:3.15
Esta profunda experiencia de la realidad de la presencia divina interior trasciende
para siempre la rudimentaria técnica materialista de las ciencias físicas.
No podéis colocar la alegría espiritual debajo de un microscopio; no podéis
pesar el amor en una balanza; no podéis medir los valores morales; ni tampoco
podéis calcular la calidad de la adoración espiritual.
2095:3 196:3.16
Los hebreos tenían una religión de sublimidad moral; los griegos desarrollaron
una religión de belleza; Pablo y sus compañeros fundaron una religión de fe,
esperanza y caridad. Jesús reveló y ejemplificó una religión de amor: la seguridad
en el amor del Padre, con la alegría y la satisfacción consiguientes de compartir
este amor al servicio de la fraternidad humana.
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Cada vez que el hombre hace una elección moral reflexiva, experimenta de inmediato
una nueva invasión divina de su alma. La elección moral constituye la religión
porque es el motivo de la reacción interior a las condiciones exteriores.
Pero esta religión real no es una experiencia puramente subjetiva. Significa
que la totalidad subjetiva del individuo está ocupada en una respuesta significativa
e inteligente a la objetividad total -al universo y a su Hacedor.
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La experiencia exquisita y trascendente de amar y ser amado es puramente subjetiva,
pero eso no significa que sea solamente una ilusión psíquica. La única realidad
verdaderamente divina y objetiva que está asociada con los seres mortales,
el Ajustador del Pensamiento, funciona aparentemente para la observación humana
como un fenómeno exclusivamente subjetivo. El contacto del hombre con la realidad
objetiva más elevada -Dios- sólo se efectúa a través de la experiencia puramente
subjetiva de conocerlo, adorarlo y comprender la filiación con él.
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La verdadera adoración religiosa no es un monólogo inútil en el que uno se
engaña a sí mismo. La adoración es una comunión personal con lo que es divinamente
real, con lo que es el origen mismo de la realidad. Mediante la adoración,
el hombre aspira a ser mejor, y por medio de ella, alcanza finalmente lo mejor
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La idealización de la verdad, la belleza y la bondad, y el intento de servirlas,
no son un sustituto de la experiencia religiosa auténtica -la realidad espiritual.
La psicología y el idealismo no son el equivalente de la realidad religiosa.
Las proyecciones del intelecto humano pueden originar en verdad falsos dioses
-dioses a la imagen del hombre- pero la verdadera conciencia de Dios no se
origina de esta manera. La conciencia de Dios reside en el espíritu interior.
Muchos sistemas religiosos del hombre provienen de las formulaciones del intelecto
humano, pero la conciencia de Dios no forma parte necesariamente de estos
sistemas grotescos de esclavitud religiosa.
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Dios no es una simple invención del idealismo del hombre; él es el origen
mismo de todas estas perspicacias y valores superanimales. Dios no es una
hipótesis formulada para unificar los conceptos humanos de la verdad, la belleza
y la bondad; él es la personalidad de amor de la que proceden todas estas
manifestaciones universales. La verdad, la belleza y la bondad del mundo del
hombre están unificadas por la espiritualidad creciente de la experiencia
de los mortales que ascienden hacia las realidades del Paraíso. La unión de
la verdad, la belleza y la bondad sólo se puede realizar en la experiencia
espiritual de la personalidad que conoce a Dios.
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La moralidad es el terreno preexistente esencial de la conciencia personal
de Dios, la comprensión personal de la presencia interior del Ajustador, pero
esta moralidad no es el origen de la experiencia religiosa ni de la perspicacia
espiritual resultante. La naturaleza moral es superanimal pero subespiritual.
La moralidad equivale a reconocer el deber, a comprender la existencia del
bien y del mal. La zona moral se interpone entre el tipo de mente animal y
el tipo de mente humana, al igual que la morontia desempeña su función entre
las esferas materiales y las esferas espirituales que alcanza la personalidad.
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La mente evolutiva es capaz de descubrir la ley, la moral y la ética; pero
el espíritu otorgado, el Ajustador interior, revela a la mente humana en evolución
el legislador, el Padre-origen de todo lo que es verdadero, bello y bueno.
Un hombre iluminado así tiene una religión y está espiritualmente equipado
para empezar la larga e intrépida búsqueda de Dios.
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La moralidad no es necesariamente espiritual; puede ser total y puramente
humana, aunque la auténtica religión realza todos los valores morales, los
hace más significativos. La moralidad sin religión no logra revelar la bondad
última y tampoco consigue asegurar la supervivencia de ni siquiera sus propios
valores morales. La religión asegura el engrandecimiento, la glorificación
y la supervivencia indudable de todo lo que la moralidad reconoce y aprueba.
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La religión se encuentra por encima de la ciencia, el arte, la filosofía,
la ética y la moral, pero no es independiente de ellas. Todas están indisolublemente
interrelacionadas en la experiencia humana, personal y social. La religión
es la experiencia suprema del hombre en su estado natural como ser mortal,
pero el lenguaje finito hace imposible para siempre que la teología pueda
describir adecuadamente la auténtica experiencia religiosa.
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La perspicacia religiosa posee el poder de transformar una derrota en deseos
superiores y en nuevas determinaciones. El amor es la motivación más elevada
que el hombre puede utilizar en su ascensión por el universo. Pero el amor,
cuando está despojado de la verdad, la belleza y la bondad, sólo es un sentimiento,
una deformación filosófica, una ilusión psíquica, un engaño espiritual. El
amor ha de ser siempre definido de nuevo en los niveles sucesivos de la evolución
morontial y espiritual.
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El arte surge del intento del hombre por huir de la falta de belleza de su
entorno material; es un gesto hacia el nivel morontial. La ciencia es el esfuerzo
del hombre por resolver los enigmas aparentes del universo material. La filosofía
es la tentativa del hombre por unificar la experiencia humana. La religión
es el gesto supremo del hombre, su esfuerzo magnífico por alcanzar la realidad
final, su determinación de encontrar a Dios y de parecerse a él.
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En el terreno de la experiencia religiosa, la posibilidad espiritual es una
realidad potencial. El impulso espiritual hacia adelante del hombre no es
una ilusión psíquica. Toda la fantasía del hombre sobre el universo puede
no ser un hecho, pero una parte, una gran parte es verdad.
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La vida de algunos hombres es demasiado grande y noble como para descender
al bajo nivel de un simple éxito. El animal debe adaptarse al entorno, pero
el hombre religioso trasciende su entorno y elude así las limitaciones del
presente mundo material mediante esta perspicacia del amor divino. Este concepto
del amor produce en el alma del hombre el esfuerzo superanimal para encontrar
la verdad, la belleza y la bondad; y cuando las encuentra, es glorificado
en su abrazo; le consume el deseo de vivirlas, de actuar con rectitud.
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No os desaniméis; la evolución humana continúa avanzando, y la revelación
de Dios al mundo, en Jesús y por Jesús, no fracasará.
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El gran desafío para el hombre moderno consiste en conseguir una mejor comunicación
con el Monitor divino que reside en la mente humana. La aventura más grande
del hombre en la carne consiste en el esfuerzo sano y bien equilibrado por
elevar los límites de la conciencia de sí a través de los reinos imprecisos
de la conciencia embrionaria del alma, en un esfuerzo sincero por alcanzar
la zona fronteriza de la conciencia espiritual -el contacto con la presencia
divina. Esta experiencia constituye la conciencia de Dios, una experiencia
que confirma poderosamente la verdad preexistente de la experiencia religiosa
de conocer a Dios. Esta conciencia del espíritu equivale a conocer la realidad
de la filiación con Dios. De otro modo, la seguridad de la filiación es la
experiencia de la fe.
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La conciencia de Dios equivale a la integración del yo en el universo, y en
sus niveles más elevados de realidad espiritual. Únicamente el contenido espiritual
de un valor cualquiera es imperecedero. Incluso aquello que es verdadero,
bello y bueno no puede perecer en la experiencia humana. Si el hombre no escoge
sobrevivir, entonces el Ajustador sobreviviente conservará esas realidades
nacidas del amor y alimentadas en el servicio. Todas estas cosas forman parte
del Padre Universal. El Padre es amor viviente, y esta vida del Padre se encuentra
en sus Hijos. Y el espíritu del Padre reside en los hijos de sus Hijos -los
hombres mortales. Cuando todo ha sido dicho y hecho, la idea de Padre continúa
siendo el concepto humano más elevado de Dios.
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