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ÍNDICE DEL ESTUDIO La sabiduría del Libro de Urantia de Harry McMullan, III Traducción de Ángel Sánchez-Escobar Paso 1: Reconocimos nuestras necesidades
Reconocimos el vacío espiritual en que se encontraban nuestras vidas y admitimos nuestra impotencia para corregir, por nosotros mismos, nuestros defectos personales. Nuestra propia búsqueda nos demuestra que no nos bastamos con nosotros mismos. Nuestra alma tiene una sed que las cosas no sacian, porque es la sed de saberse incompleta cuando está apartada de Dios. La vida, con su diversidad y obligaciones impuestas, nos ofrece una distracción continua, pero a veces la tragedia nos deja solos frente a las más profundas necesidades de nuestras almas, empujándonos a buscar la ayuda de algo superior. La vanidad, las ambiciones, las posesiones, las sensaciones y las filosofías de vida que pueblan nuestras mentes parecen querer convencernos de que son todo lo que necesitamos, pero no nos dejan sino un mal sabor de boca. Dentro de nosotros hay algo que nos hace saber lo que necesitamos, a Quién necesitamos, porque cuando esta multitud de cosas empieza a desvanecerse, nuestro yo interior alza su voz para preguntarnos si eso era todo, y nos encontramos solos en la noche haciéndonos esa misma pregunta. A menudo nos sentimos atraídos por los tesoros y el reconocimiento del mundo, pero ¿para qué sirven? Pretender vanamente ganar la enmarañada respetabilidad de nuestro yo público enmascara un pozo sin fondo de temores obsesivos y de deseos rotos, que apenas podemos esconder tras nuestra cuidada fachada. En el dolor, en la desgracia, en la angustia o en la adversidad, nuestras propias deficiencias nos impulsan a buscar la fortaleza más allá de nosotros mismos. Pero, ¿cómo es que no evitamos ese sufrimiento? ¿por que nos hacemos de provisiones antes de que llegue el crudo invierno y el hielo haga que no encontremos ni caza ni refugio? ¿por qué no llenamos de víveres nuestras despensas ahora que las necesitamos? ¿Quién no ha sido prisionero de su propio temperamento? ¿Quién no se ha sentido forzado, atrapado, a andar caminos no deseados empujado por oscuros deseos y miedos hasta llegar a sentir odio de sí mismo? Cuando caminamos mal, comenzamos a cruzar frenéticos túneles cuyas paredes se desmoronan a nuestro paso, pero son pocos los que buscan ayuda hasta que no se han convencido de que son incapaces de pilotar la nave de su propia vida. Con demasiada frecuencia nuestra nave naufraga y queda atrapada en el frío hielo, haciendo que nuestros sueños también se hundan entumecidos por las frías aguas. Es natural que queramos que todos nuestros anhelos personales y nuestros sueños se hagan realidad, pero eso no es posible. En la confusión de miles de almirantes y de tácticas diferentes no se puede ganar la batalla. Es mejor que se haya Uno sólo a cargo de todo, alguien que conozca cómo somos mejor que nosotros mismos, y en cuyo destino encontremos nuestro mayor bien. Pero mientras que nuestras metas personales prevalezcan sobre lo demás y creamos que nos bastamos con nosotros mismos, no sentiremos ese impulso de buscar la voluntad de Dios. La vida nos tiene que enseñar esas lecciones que nos negamos a aprender. El camino espiritual comienza con nuestro afán por comprender esta vida y el lugar que ocupamos en ella. Dios anhela que le conozcamos, pero no interviene de forma espontánea; tenemos que estar primero cansados de nuestro vacío. Si las circunstancias que nos rodean nos facilitan demasiado las cosas, quizás sólo la tragedia puede zarandearnos para que nos sintamos incómodos con ellas y podamos por fin reconocer que somos incapaces, por nosotros mismos, de entender el mundo. Citas de El libro de Urantia El Padre no se oculta espiritualmente, pero muchas de sus criaturas se han ocultado en las brumas de la obstinación de sus propias decisiones y, por el momento, se han separado de la comunión con su espíritu y con el espíritu de su Hijo; criaturas que han elegido sus propios caminos de perversión y han consentido la arrogancia de sus mentes intolerantes y de sus naturalezas no espirituales.(p.64§1; 5:1.10) Las llaves del reino de los cielos son: sinceridad, más sinceridad y más sinceridad. Todos los hombres poseen estas llaves. Los hombres las usan -avanzan en estado espiritual- mediante decisiones, más decisiones y más decisiones. [...] (p.435§7; 39:4.14) El progreso espiritual se basa en el reconocimiento intelectual de la pobreza espiritual junto con la conciencia del ansia de perfección, del deseo de conocer a Dios y de ser como él, el propósito de hacer de todo corazón la voluntad del Padre en los cielos. El crecimiento espiritual significa, en primer lugar, despertar a las necesidades, después percibir el sentido de las cosas y luego descubrir los valores. [...](p.1095 - §5-6; 100:2.1-2) "Ganid, este hombre no tenía sed de verdad. No estaba insatisfecho consigo mismo. No estaba listo para pedir ayuda, los ojos de su mente no estaban abiertos para recibir luz para su alma. Ese hombre no estaba maduro para cosechar la salvación; hay que darle más tiempo para que las pruebas y las dificultades de la vida le preparen para recibir sabiduría y un conocimiento superior.[...]" (p.1466§2; 132:7.2) Sólo los que se sienten pobres de espíritu tienen sed de rectitud. Sólo los humildes buscan la fortaleza divina y anhelan el poder espiritual. [...] (p.1574§1; 148:6.3) "[Job] ascendió a esas alturas espirituales en las que podía decir con sinceridad: 'yo me aborrezco'; entonces pues se le concedió la restitución de la visión de Dios.[...]"(p.1663§1; 148:6.3) Nunca vaciles en admitir el fracaso. No intentes ocultar el fracaso
bajo sonrisas engañosas y falso optimismo. Suena bien pretender
tener siempre éxito, pero los resultados finales son atroces. Proceder
así conduce directamente a la creación de un mundo de irrealidad
y al choque inevitable del desencanto final.
"Lo que yo os digo está bien ilustrado por dos hombres que fueron a orar al templo, uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo:'Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, ignorantes, adúlteros, ni menos como este publicano. Ayuno dos veces a la semana; doy diezmos de todo lo que gano'. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: 'Dios, sé propicio a mí, pecador'. [...]" (p.1838§2; 167:5.1) Los hombres y mujeres egoístas
sencillamente se niegan a pagar tal precio ni siquiera para conseguir el
tesoro espiritual más grande que se haya ofrecido jamás al
hombre mortal. Sólo cuando el hombre se haya desilusionado lo suficiente
mediante las dolorosas decepciones que comportan la insensata y engañosa
búsqueda del egoísmo, y haya con posterioridad descubierto
la esterilidad de la religión establecida, estará dispuesto
para acudir de todo corazón al evangelio del reino, a la religión
de Jesús el Nazareno. (p.2083§3; 195:9.7)
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