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ÍNDICE DEL ESTUDIO

Veintiún pasos hacia un despertar espiritual
La sabiduría del Libro de Urantia
de Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

Paso 10: Oramos



 Mediante la oración, la meditación, la adoración y la comunión espiritual mejoramos nuestro contacto consciente con Dios y compartimos nuestra vida interior con él.

 Cuando comprometemos nuestras vidas con Dios creamos los cimientos para la oración, para el proceso por el que llegamos a conocer al Padre celestial.

 Dios, siendo Dios, puede comunicarse con nosotros de la manera que desee. Si lo hace de manera  auditiva en tan escasas ocasiones, se debe a la importancia que otorga a nuestro crecimiento en la fe. Si la búsqueda de la guía espiritual consistiera simplemente en oír una voz o leer unas instrucciones escritas en una pizarra, ¿qué valor tendría vivir en la fe? El plan de Dios nos exige que, cuando no veamos el camino con claridad, confiemos en nuestros sentimientos más profundo. Enfrentarnos a la incertidumbre de ser guiados interiormente es un ejercicio en la fe. A un padre le preocupa menos que su hijo comprenda un determinado pasaje escrito que el hecho mismo de que aprenda a leer. De igual manera, lo importante ante los ojos de Dios no es que entendamos a la perfección la respuesta dada a nuestra oración, sino el proceso que sigamos en nuestro  intento de hacer su voluntad. En el primer caso, damos importancia a los detalles; en el segundo, a nuestra relación con él.

 Lo verdaderamente importante es que oigamos en nuestras almas la voz tenue y serena del Padre; pero para oír sus delicados tonos con nuestros sordos oídos materiales, necesitamos poner mucha atención. El alma tiene de forma natural esta capacidad, pero lo mismo que se necesita práctica para distinguir el canto de un pájaro de entre los ruidos de la ciudad, también se necesita perseverancia para poder distinguir la guía de Dios de entre los sonidos disonantes de nuestros dispersos pensamientos. El Padre tiene mucho que decirnos, y nuestro bienestar espiritual depende del tiempo que nos tomemos en escuchar.

 La oración se aprende con la experiencia, no en los libros. Orar es comunicarse con el Hacedor; no depende de nuestra habilidad para emplear un lenguaje florido que impresione a alguien cuya mente abarca las galaxias. El tiempo, el lugar o la forma de orar es lo de menos, sólo importa nuestra sincera disposición para escuchar la respuesta de Dios. Nos hacemos amigos de nuestro Padre de la misma manera que lo de cualquier persona, pasando tiempo con él: hablando, escuchando y compartiendo cosas de nuestras vidas.

 Se comparten con Dios esas cosas del día a día que tenemos en la mente, porque cualquier cosa que nos preocupe le preocupará a él también. Pero nuestras oraciones no pueden desembocar en un continuo y egoísta lamento por nuestros problemas personales; no podemos olvidarnos de las necesidades de los demás, que muchas veces sobrepasan con mucho las nuestras. Nuestras oraciones tampoco deben ser peticiones para que Dios nos haga la vida más fácil, o que nos prefiera sobre otras personas. Para poder poner nuestras propias dificultades en su justa perspectiva, tenemos que cultivar una actitud de agradecimiento y reconocimiento, sin olvidarnos de dar gracias a Dios por el bien que nos hace cada día.

 La oración tiene el efecto de crear nexos entre nuestras vidas y el mundo espiritual y nos hace capaces de afrontar los retos y las dificultades tal como en realidad son, no como creemos que son en nuestro  mundo de sueño e irrealidad. Cuando tenemos problemas, la oración es una guía que nos permite examinar la situación exacta en la que nos encontramos, qué ha sucedido para que estemos en ese aprieto y cómo puede  acabar si no tomamos alguna medida que cambie la dinámica de esa situación.

 La oración nos mueve a la acción, no la substituye. El Padre nos pone en este mundo para que participemos en la vida y fortalezcamos nuestro carácter a medida que vencemos estas inevitables vicisitudes. Esto no sería así, y se recompensaría la indolencia, si Dios concediera las peticiones de cosas que están al alcance del ser humano. Dios diseñó este mundo para tuviésemos que esforzarnos en alcanzar nuestros objetivos, y aunque le pidamos fuerzas al Padre para poder conseguirlos, nunca debemos esperar que él haga por nosotros lo que él ya nos ha capacitado para hacer por nosotros mismos.

 Para que tengan algún efecto, hay que expresar las peticiones con claridad y precisión.¿Cómo queremos exactamente que cambie la situación? A veces, tan sólo al considerar esa pregunta ya se nos desvela una respuesta lógica, que hace que podamos dirigir de nuevo nuestras energías humanas a su realización. Nuestra actitud general hacia la vida es "Padre, que se haga tu voluntad," pero en la oración, se es tan general que ésta se disipa como el vapor de agua de una olla a presión. Al haber analizado la situación de la mejor manera que sabemos y haber llegado sinceramente a la conclusión de cuál debe ser el mejor resultado, entonces pedimos al Padre sin vacilar que nos ayude a llevarlo a cabo. Nuestra actitud de fe da por sentado que Dios resolverá nuestro problema de la mejor manera, ya sea o no del modo que tenemos previsto. Pero para que la oración sea eficaz, nuestra actitud no puede ser tibia, vaga o indefinida, porque Dios desea que nos enfrentemos de lleno y de forma creativa a los problemas de la vida. Debemos pedir mucho para que se solucionen nuestras dificultades, y  procurar de nuestra parte, con la misma intensidad, solucionarlas.

 Nuestras oraciones no son vacilantes, tímidas o sensibleras, sino valerosas reafirmaciones de lo que es lo correcto y lo mejor. Venimos ante Dios como ante un buen padre terrenal, definimos la situación o problema con exactitud, explicamos qué forma de pensar hemos seguido para llegar al resultado o a la solución que consideramos la mejor, y recapitulamos lo que hemos hecho hasta ahora para resolver el problema. Si no hay nada más que podamos hacer para mejorar la situación, tenemos derecho a pedir a Dios con total confianza que nos otorgue el resultado, que por convencimiento creemos el mejor.

 Si parece que Dios no responde a nuestras oraciones, no es porque él no nos haya oído, porque no le importe o porque esté demasiado ocupado. Una oración a la que al parecer no hayamos recibido respuesta puede que signifique dos cosas: que no hayamos agotado nuestra capacidad humana para solucionar el problema; que, por razones que no comprendemos, sería pernicioso para nosotros recibir lo que deseamos, al menos de la manera en la que lo queremos; que dar una respuesta a nuestras oraciones signifique limitar el libre albedrío de la otra persona; que su momento aún no haya llegado; o incluso, sin nosotros saberlo, que la oración ya haya tenido respuesta. Exceptuando estos casos, debemos vivir en la certidumbre de que Dios da respuesta a cada una de nuestras oraciones.

 La oración, la fe y la acción están espiritualmente vinculadas entre sí. La oración genera fe, la fe nos lleva a la oración y ambas nos llevan a actuar con decisión de acuerdo con la guía del Padre. Cuando actuamos bajo la guía espiritual del Padre, se nos otorga a cambio más fe y se nos alienta a seguir en la oración a medida que experimentamos la satisfacción de la victoria en la vida espiritual.

 La oración es algo real y, como en antaño los ejércitos usaban los arietes para echar abajo las puertas de las ciudades enemigas, debemos emplearla para vencer las barreras que encontremos. La oración, unida a la fe y a la acción, hace que los problemas sin solución se desvanezcan, hace que podamos superar las dificultades y trae más plenamente el reino de Dios a nuestro atribulado planeta.
 

Citas de El libro de Urantia

      Si quieres que tu oración sea eficaz, debes recordar las normas que rigen las peticiones:
  1. Debes capacitarte para orar de forma convincente, sabiendo enfrentarte con sinceridad y valor a los problemas de la realidad del universo. Debes poseer resistencia cósmica.
  2. Debes haber honestamente agotado tu capacidad humana de adaptación. Debes haber sido diligente.
  3. Debes entregar todo deseo de mente y todo impulso del alma al abrazo transformador del crecimiento espiritual. Debes haber experimentado la ampliación de los propósitos y la elevación de los valores.
  4. Debes tomar de todo corazón la opción de hacer la voluntad divina. Debes erradicar de ti toda indecisión.
  5. No sólo reconoces la voluntad del Padre y decides cumplirla, sino que te has consagrado de forma incondicional, y dedicado con fuerzas, a hacer en verdad la voluntad del Padre.
  6. La sabiduría divina dirigirá tu oración para poder  solucionar  determinados problemas humanos con los que te encuentres en tu ascensión al Paraíso: el logro de la perfección divina.
  7. Y debes tener fe, fe viva. (P.1002§6-13; 91:9.1-8)

      Hacer la voluntad de Dios no es ni más ni menos que una manifestación de la disposición de la criatura para compartir su vida interior con Dios: con el mismo Dios que ha hecho posible que la criatura posea esa vida interior valiosa y significativa. Compartir es semejarse a Dios: es divino.[...] (p.1221§2; 111:5.1)

      La adoración es el acto de una parte que se identifica con el Todo; de lo finito con lo Infinito; del hijo con el Padre; del tiempo en el momento de dar la hora con la eternidad. La adoración es el acto de comunión personal del hijo con el Padre divino, la asunción de actitudes reconfortantes, creativas, fraternales y sensibles de parte del alma-espíritu del ser humano.(p.1616§10; 143:7.8)

      "Pero cuando oráis, ejercéis muy poca fe. La fe genuina es capaz de mover montañas de dificultades materiales que puedan encontrarse en el camino de la expansión del alma y del progreso espiritual". (p.1619  §4; 144:2.6)

      Jesús enseñó que la oración para ser efectiva debe ser:
  1. Desinteresada: no solamente para uno mismo.
  2. Creyente: de acuerdo con la fe.
  3. Sincera: de corazón honesto.
  4. Inteligente: de acuerdo con el propio entendimiento.
  5. Confiada: en sumisión a la voluntad omnisapiente del Padre. (p. 1620§15-20; 144:3.8)

      Cuando os dediquéis por completo a hacer la voluntad del Padre celestial, recibiréis  respuesta a todas vuestras súplicas, porque oraréis en total y pleno acuerdo con la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre se manifiesta para siempre en todo su inmenso universo. Lo que desea el hijo verdadero y lo que el Padre infinito quiere, ES. Una oración así no puede permanecer sin respuesta, y no hay ninguna otra súplica a la que pueda dársele una respuesta tan plena. (p.1639§2; 146:2.7)

      "He venido del Padre; si, por tanto, dudas sobre qué puedes pedirle al Padre, suplica en mi nombre y yo presentaré tu solicitud de acuerdo con tus necesidades y deseos reales, y de acuerdo con la voluntad de mi Padre".[...] (p.1639§5; 146:2.10)

      Incluso los apóstoles eran incapaces de comprender del todo sus enseñanzas sobre la necesidad de utilizar la fuerza espiritual para romper toda resistencia material y para vencer todo obstáculo terrenal que pudiera dificultar el alcance de los  valores espirituales fundamentales de la nueva vida en el espíritu como hijos liberados de Dios.  (p.1829§5;166:3.8)

      Cuando una oración parece no tener respuesta, su demora indica con frecuencia la existencia de una respuesta mejor, aunque, por alguna poderosa razón, se demore en demasía. [...] No se niega respuesta a ninguna oración sincera, excepto cuando desde la perspectiva superior del mundo espiritual se encuentra una respuesta mejor, una respuesta que satisface la solicitud del espíritu del hombre, en contraste con la mera oración de la mente humana.  (p.1848§5; 168:4.5)

 ¿Cuánto tiempo le llevará al mundo del creyente comprender que la oración no es un modo de  conseguir lo que uno quiere, sino más bien una forma de aceptar la manera de Dios, un aprendizaje para reconocer y cumplir la voluntad del Padre? Es totalmente cierto que, cuando tu voluntad está verdaderamente ligada a la suya,  podrás pedir todo lo que en esa unión de voluntades se conciba,  y se te otorgará. Y esta unión de voluntades se efectúa tanto en Jesús como mediante él, al igual que la vida de la vid fluye tanto en sus ramas como mediante éstas. (1946§2;180:2.4)