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ÍNDICE DEL ESTUDIO

Veintiún pasos hacia un despertar espiritual
La sabiduría del Libro de Urantia
de Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

Paso 19: Amamos a los demás



 
 Valoramos cada vez más a los demás como a los hijos e hijas amados de Dios, y nos esforzamos por amar a cada uno de ellos como el Padre de los cielos hace.

 En nuestros corazones, sentimos verdaderos deseos de amar a nuestros semejantes, y sólo es amando a los demás como se sacia nuestra alma. A veces los caminos del amor se hacen tortuosos, pero el impulso sigue ahí, irresistible incluso en las circunstancias de mayor crueldad u odio. Sin embargo, sin explicarnos cómo, el amor comienza por surgir y avanzar, sin importar la condición, la circunstancia o el lugar.

 La forma de amar es la gran cuestión, el santo grial de los profetas: ¿cómo amar de la manera que un padre ama a un hijo? ¿cómo amar a los demás como nuestro Padre nos ama a nosotros? ¿cómo se comienza a amar, y cómo podemos hacer que dure ese amor?  Nace en un lugar profundo y desconocido, rodeado de misterio, y por razones fuera de nuestro alcance. No entendemos por qué amamos, sólo que lo estamos haciendo, porque el flujo del amor se resiste a cualquier análisis. El verdadero amor no repara en gastos, esfuerzo o gratificación, sino que simplemente existe en un espíritu de bondad y ternura. Pero, ¿cómo aprehender ese espíritu en este mundo tan enorme y otorgárselo a una persona desagradable, descuidada,  cruel o sin fe? ¿Es que somos capaces de mirar a nuestros hermanos y hermanas a través de los ojos del Padre y ver lo que él ve, sin emitir ningún juicio?

 Se nos conoce por el objeto de nuestro amor. Muchos aman las casas y los objetos, otros las apariencias, y algunos incluso aman el engaño como forma de vida, disfrutando con ser cada vez más astutos. Algunos aman el dinero, el poder o la fama; otros aman las cosas más sencillas, y es a ellos a los que el Maestro prometió el reino. Nuestro amor puede deja un camino abierto tras nosotros, puede evaporarse en el cielo o dejar un rastro de lodo en el suelo.

 El Padre fabrica el tejido del que está hecho el amor. Tomamos la sustancia del amor de su almacén y la tejemos para vestir al desnudo. Actuar por amor estimula  al amor verdadero; amamos amando. Actuar como si amáramos prende al mismo amor, porque cuanto más amor sintamos hacia los demás, más se reflejará en éstos y más aumentará como mutua vivencia y en el mutuo impulso a amar.

 El universo nació del amor, no sólo del fuego. El amor es el impulso interior de la vida, y cuando amamos, esa fuerza formidable resuena con poder universal en lo alto, prometiendo una nueva vida y un yo renovado. Vemos por su luz, y, cuando se nubla el horizonte, hay unos rayos dorados que bañan al dador y al recipiente del amor al revelarse y encontrar su expresión el Padre del universo. La ausencia de amor sólo trae indiferencia u odio, y aparte del amor, cualquier relación entre los seres humanos queda vacía de contenido, y resulta inútil y engañosa. Pero en el amor del Padre somos completos, recobramos nuestras fuerzas, se desecan antiguos barrizales, se hace ligero el peso de nuestros hombros y vemos en el corazón de Dios en el momento de la creación.

 Los que dudan del poder del amor no conocen el gozo de la vida. Aquellos que colocan las cosas por encima del amor son prisioneros de la ilusión, porque ninguna posesión o posición merece la pena perder el amor, que perdura cuando las muchas cosas que hemos obtenido se deterioran o van a otras personas. El amor sobrevive a las cosas y es más dulce que éstas. El amor hace resaltar lo bueno de nuestras vivencias, perdura cuando todo lo demás falla. El amor alivia la fiebre de nuestras frentes y refrena la mano del verdugo. El amor por sí mismo hace que merezca la pena vivir y que sintamos a Dios de forma más real, y no a través de oraciones solitarias entre los muros de un claustro. El amor tiende un puente en el abismo que existe entre lo que somos y lo que queremos ser; nos da todo lo que tenemos y somos, y sin él estamos vacíos, atrapados en una prisión de negatividad y desesperación.
 

 Citas de El libro de Urantia

 Estos elevados niveles de vida humana se logran en el amor supremo de Dios y en el amor desinteresado del hombre. Si amas a tus semejantes, debes haber descubierto sus valores. Jesús amaba tanto a los hombres porque les otorgaba un alto valor. Puedes mejor descubrir los valores de los seres cercanos a ti descubriendo sus motivaciones. Si alguien te irrita, te produce sentimientos de resentimiento, debes ser compresivo e intentar discernir su punto de vista, las razones de su conducta tan censurable. Una vez que entiendas a tu prójimo, te volverás tolerante, y esta tolerancia crecerá y se convertirá  en amistad, y madurará hasta convertirse en amor. (p.1098§1;100:4.4 )

 Si tan sólo pudieras imaginar los motivos tras los actos de los seres cercanos a ti, cuanto mejor los comprenderías. Si tan sólo pudieras conocer a tus semejantes, acabaría por enamorarte de ellos.
      No puedes realmente amar a tus semejantes por un simple acto de tu voluntad. El amor tan sólo nace cuando se comprenden por completo las motivaciones y los sentimientos de tus semejantes. No es tan importante amar a todos los hombres hoy, como lo es que cada día aprendieras a amar a otro ser humano. Si cada día o cada semana consigues comprender a uno más de tus semejantes, y si éste es el límite de tu capacidad, estás entonces de cierto haciendo tu personalidad más social y realmente espiritual. El amor es contagioso, y cuando la devoción humana es inteligente y sensata, el amor es más contagioso que el odio. Pero tan sólo el amor genuino y desinteresado es verdaderamente contagioso. Si cada mortal pudiese volverse un foco dinámico  de  afecto, este virus benigno del amor pronto invadiría la corriente emotiva y sentimental de la humanidad hasta el punto de afectar a toda la civilización, y se realizaría así  la hermandad del hombre. (p.1098§3-4; 100:4.5-6)

 En el verdadero sentido de la palabra, el amor tiene la connotación de respeto mutuo de la personalidad completa, sea ésta humana o divina o humana y divina.[...] Todo lo que sea no espiritual en la experiencia humana, a excepción de la personalidad, es un medio para un fin. Toda verdadera relación del hombre mortal con otras personas -humanas o divinas- es un fin en sí mismo. [...] (p.1228§3-4; 112:2.3-4)

 Jesús amaba de forma natural a su gente; amaba a su familia, y este afecto natural había aumentado enormemente por su extraordinaria devoción hacia ellos. Cuanto más damos de nosotros a nuestros semejantes, tanto más llegamos a amarlos; y puesto que Jesús se había entregado tan plenamente a su familia, la amaba con un afecto grande y ferviente. (p.1419§2; 129:0.2)

      Los discípulos aprendieron muy pronto que el Maestro sentía un profundo respeto y una compasiva consideración por todo ser humano con quien se encontraba, y les conmovía sobremanera esta consideración constante e invariable que él tan sistemáticamente brindaba a toda clase de hombres, mujeres y niños. A veces se interrumpía en el medio de un profundo discurso, para salir al camino y ofrecer unas palabras de aliento a una mujer que pasaba agobiada por el peso de su cuerpo y de su alma. Interrumpía una intensa conversación con sus apóstoles para fraternizar con un niño intruso. No había para Jesús nada más importante que ese ser humano que por casualidad se encontraba en su presencia inmediata. [...] (p.1545§10; 138:8.9)

      Desde el Sermón del monte hasta el discurso de la Última cena, Jesús enseñó a sus seguidores a manifestar amor paterno en vez de amor fraterno. El amor fraterno significa amar al prójimo como a uno mismo, y esto sería el cumplimiento adecuado de la "regla de oro". Pero el afecto paterno requiere que ames a tus semejantes como Jesús te ama a ti. (p.1573§3; 140:5.1)

 "Vosotros bien conocéis el mandamiento que manda que os améis los unos a los otros; que ames a tu prójimo como te amas a ti mismo. Pero no estoy plenamente satisfecho ni siquiera con esa devoción sincera por parte de mis hijos. Quiero que hagáis actos de amor aún más grandes en el reino de la hermandad de los creyentes. Así pues os doy este nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros así como yo os he amado. Así todos los hombres sabrán que sois mis discípulos, si os amáis de esa manera. [...]" (p.1944§4; 180:1.1)

      En el reino de la hermandad de los creyentes,  de los que aman la verdad y conocen a Dios, esta regla de oro adquiere una nuevas cualidades de comprensión espiritual, en esos niveles superiores de interpretación, que hacen que los hijos mortales de Dios vean en este mandamiento del Maestro la obligación de que se relacionen con sus semejantes para recibir, como resultado de su contacto con el creyente, el mejor bien posible. Esta es la esencia de la verdadera religión: amar a vuestro prójimo como a vosotros mismos. (p.1950 §2; 180:5.7)