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ÍNDICE DEL ESTUDIO La sabiduría del Libro de Urantia de Harry McMullan, III Traducción de Ángel Sánchez-Escobar Paso 21: Amamos a Dios
Crecemos en nuestro conocimiento, amor y adoración del Padre Celestial, fuente de ese infinito amor que nos ha creado y nos sustenta. La humanidad se agita como zarandeada por un mar picado, nos parece que incluso se deleita en sus propias debilidades; la tierra parece gemir al ritmo de una imaginación exacerbada y perturbada, abriendo en su seno grietas por las que podemos caer; hay unos ojos que nos acechan para robarnos lo poco que tenemos; y al pensar en el final de nuestra vida, un estremecimiento nos recorre el cuerpo. Pero ahí está nuestro Padre celestial, que sabe nuestros nombres y nuestros caminos, dispuesto para llevarnos completos a su reino y para darnos la paz que tanto ansían nuestros corazones Ayúdanos a sumergir nuestros maltrechos remos en el océano de tu amor y desaparecer así en tu infinitud para emerger de nuevo ya rehechos. Te amamos, Padre, y anhelamos tu amor cada vez más. Eres el principio y el fin; tú riges las idas y venidas de todas las cosas. Danos tu paz, Padre celestial, para que podamos sentirnos seguros mientras nos afanamos por hacer tu voluntad en este agitado mundo. Ayúdanos a seguirte tanto en los momentos de alegría como en el trueno de la tormenta. Ayúdanos a darte las gracias tanto cuando nos sentimos contentos como cuando nos sentimos abatidos. Depositamos en ti todos los deseos de nuestras almas; concede claridad a nuestras débiles y desordenadas mentes. ¡Ven en poder a los que buscamos tu espíritu! Que los cielos revelen tu poder soberano, y que tu espíritu descienda para inspirar a aquellos que te buscan. Con los ojos del espíritu percibimos la belleza en lo común
como si buscáramos pepitas de oro en el lodo del río. Vemos
la excelencia de tu plan y la sabiduría de tu llamada. Tu paz descansa
sobre nosotros. Estamos por fin aprendiendo a saber discernir tu voluntad.
Las ataduras que tanto nos limitaban se deshacen con el sol
que empieza a calentar temprano las laderas de las montañas. No
nos sentimos atrapados nunca más sino que nos sentimos libres para
seguir el destino que tú nos has dispuesto, y no nos es posible
seguir ningún otro camino, Padre querido, tras haber descubierto,
en ese que va a ti, la belleza y bondad que tú has depositado. Disfrutamos
de las cosas más comunes de la vida en nuestro conocimiento de que
fuiste tú quien le diste forma, e incluso somos capaces de ver inmensas
praderas de paz y realización tras la desarmonía y
la enfermedad. Te vemos en las sombras, tras esa puerta que abrimos, y
cabalgamos al viento de tu amor. Te seguiremos para siempre, cada vez más
allá, más cerca de ti, hasta que el mal y el pecado se quiebren
en la nada. Tú consuelas nuestros corazones, compartes nuestras
alegrías y luchas con nosotros en todas nuestras batallas. Tú
eres el único Dios verdadero; tú nos conoces bien y nos mantienes
a salvo.
Nuestro Padre es misericordioso y majestuoso, infinitamente sabio, poderoso y omnisapiente. Él nos observa tras las nubes y conoce el fin desde el principio. La vida que estamos ahora viendo no es sino un mero preludio, un atisbo de nuestra andadura eterna, donde las aparentes coincidencias se ven con luz diáfana, dando un propósito a nuestras vivencias; un propósito eterno que Dios ha establecido para nosotros en su plan divino antes de que el mundo tuviera su comienzo, y en cuya realización nos deleitamos y encontramos nuestra realización. En la plenitud de los tiempos, el Ser Supremo, como testigo de nuestra supervivencia tras nuestra estancia en los mundos del espacio, completará el plan evolutivo de Dios Amamos a Dios no sólo por sus atributos, sino porque quiso crearnos y porque nos sostiene día a día. Él responde a nuestras oraciones, nos cuida en las dificultades de la vida, nos proporciona mundos en los que vivir tras nuestra estancia en la tierra. Dios nos da seguridad cuando la duda cruza por nuestros corazones humanos, haciendo que su caudal de amor nutra nuestros espíritus. Él nos da cobijo en el terror de la noche y nos alienta cuando desfallecemos. Él conoce nuestros caminos y nuestros nombres y es el Padre perfecto. Su plan divino nos provee en la necesidad de ahora y en la futura, porque en él vivimos, nos movemos y somos. El Señor de luz es una fuerza que se mueve, una llama divina que barre a todos los que se yerguen con orgullo ante él, pero que reúne en su seno al manso y al humilde. Dormimos acunados en su amor, e imbuidos de su poder de lo alto seguimos adelante para seguir su misericordioso mandato. Su imagen inspira nuestras mentes porque nos hace ver un propósito tras nuestros afanes en la vida. Renacidos, de día vemos su imagen en cada flor, y por la noche descansamos en el conocimiento de su afecto. Cuando todo lo demás en la tierra falla, seguimos sus pasos a través de las dunas inexploradas del desierto. Su casa está cerca, y tenemos la llave. El nombre del Eterno está escrito en nuestros corazones y está atento a nuestro pensamiento para salvarnos con su poder. Ayúdanos a oír tus palabras y a seguir tu espíritu,
Padre nuestro. Muéstranos los misterios de la vida para ser capaces
de concebir todo tu profundo amor. Danos más de ti mismo y guíanos
cuando en la oscuridad del camino. Te adoramos cruzando las murallas del
tiempo y el espacio, y en tu presencia gozamos de un poco de Paraíso
estando en la tierra. Te alabamos por salvarnos de todo lo que hemos dejado
atrás. Eres la fuente de la vida y de la sonrisa, de todo lo bueno,
lo bello, lo verdadero, y te serviremos hasta el fin, y más allá.
Citas de El libro de Urantia Todos los mundos de luz reconocen y adoran al Padre Universal, al hacedor eterno y sostenedor infinito de toda la creación. Universo tras universo, las criaturas dotadas de voluntad emprenden el largo, largo viaje al Paraíso, el fascinante afán, la aventura eterna de llegar a Dios Padre. La meta trascendente de los hijos del tiempo consiste en encontrar al Dios eterno, comprender su naturaleza divina, reconocer al Padre Universal. Las criaturas conocedoras de Dios poseen una única aspiración suprema, un único ardiente deseo, y éste es llegar a ser, en sus propias esferas, como él es en su Paraíso de perfección personal, y en su esfera universal de suprema rectitud. Del Padre Universal que habita la eternidad surge un mandato supremo: "Sed vosotros perfectos, como yo soy perfecto". Esta recomendación divina es llevada con amor y misericordia a través de los tiempos y de los universos, hasta alcanzar incluso a tan modestas criaturas de origen animal como las razas humanas de Urantia. (p.21§3; 1:0.3) El Padre Universal nunca impone forma alguna de reconocimiento arbitrario, de adoración ceremonial o de servilismo a las criaturas de inteligencia y voluntad del universo. Los habitantes evolutivos de los mundos del tiempo y del espacio, por sí mismos -en sus propios corazones- han de reconocerle, amarle y adorarle de forma voluntaria. El Creador no desea la sumisión de la libre voluntad espiritual de sus criaturas materiales por coacción o imposición. La ofrenda más especial que el hombre puede hacer a Dios consiste en dedicar, con todo afecto, su voluntad humana a hacer la voluntad del Padre; de hecho, la consagración de la voluntad de las criaturas constituye la única ofrenda de auténtico valor que el hombre puede ofrecer al Padre del Paraíso. El hombre vive, se mueve y tiene su ser en Dios; no hay nada que le pueda ofrecer a Dios a no ser su determinación para dejarse guiar por la voluntad del Padre, y esta toma de decisiones de las criaturas inteligentes y de voluntad de los universos constituye la realidad de esa adoración auténtica que tanto satisface a la naturaleza amorosa del Padre Creador. (p.22§5; 1:1.2) A pesar de que Dios es poder eterno, presencia majestuosa, ideal trascendente y espíritu glorioso, aunque sea todo esto e infinitamente más, no obstante, es verdadera y perpetuamente un Creador provisto de personalidad perfecta, una persona que puede "conocer y ser conocida", que puede "amar y ser amada", alguien que puede hacerse amigo nuestro; siempre que puedas ser conocido, tal como otros seres humanos han sido conocidos, como el amigo de Dios.[...] (p.28 §5; 1:5.8) Al fin y al cabo, la más grande evidencia de la bondad de Dios y la suprema razón para amarle lo constituye el don del Padre que mora en vosotros: el Modelador que con tanta paciencia aguarda la hora en que los dos os hagáis uno para la eternidad. No encontraréis a Dios aunque lo busquéis, pero si os dejáis guiar por el espíritu interior, os sentiréis infaliblemente llevado paso tras paso, vida tras vida, universo tras universo y era tras era, hasta finalmente encontraros en la presencia personal del Padre Universal del Paraíso. (39 §4; 2:5.5) Nuestro Padre no está oculto ni se encuentra recluido de forma arbitraria. Él ha puesto en ejecución los medios disponibles a su sabiduría divina en un interminable esfuerzo por revelarse a los hijos de los que son sus dominios universales. Hay una grandeza infinita y una generosidad inexpresable relacionadas con la majestuosidad de su amor, que le hace anhelar la vinculación con todos los seres creados capaces de comprenderle, amarle o acercarse a él; y son, por tanto, vuestras propias limitaciones, inseparables de vuestra personalidad finita y de vuestra existencia material, las que determinan el momento y el lugar y las circunstancias en que podréis lograr el objetivo del viaje de ascensión de los mortales, y encontraros en la presencia del Padre en el centro de todas las cosas. (p. 62§4; 5:1.2) El Padre desea que todas sus criaturas
estén en comunión personal con él. Él tiene
un lugar en el Paraíso para recibir a todos aquellos cuya condición
de supervivencia y cuya naturaleza espiritual les posibilite tal logro.
Por tanto, fijad en vuestra filosofía de una vez y para siempre
lo siguiente: para cada uno de vosotros y para todos nosotros, Dios es
accesible, el Padre es alcanzable, el camino está abierto; las fuerzas
del amor divino y los caminos y medios de la administración divina
están implicados en un esfuerzo conjunto para facilitar el avance
a cualquier inteligencia digna, de cualquier universo, hasta la presencia
en el Paraíso del Padre Universal. (p. 63§6 5:1.8)
Y todas estas cosas son parte del Padre Universal. El Padre es amor vivo, y esta vida del Padre está en sus Hijos. Y el espíritu del Padre está en los hijos de sus Hijos, en los hombres mortales. Al fin y al cabo, la idea del Padre seguirá siendo el más elevado concepto humano de Dios. (p.2097§3;196:3.32)
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