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ÍNDICE DEL ESTUDIO

Veintiún pasos hacia un despertar espiritual
La sabiduría del Libro de Urantia
de Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

Paso 4: Admitimos nuestros defectos


 Reconocimos nuestras malas acciones y nos arrepentimos con toda sinceridad, confesamos  nuestras equivocaciones ante Dios y pusimos nuestra confianza en un amigo fiel. Sin la posibilidad de errar, nunca se podrá crecer en la lealtad a algo superior. "Sí, lo haré" no tendría ningún valor si uno no puede decir, "No, no lo haré." La libertad que nos ha dado Dios para vivir y obrar en el mundo nos confirma que cometeremos errores, de otra manera lo que parece ser un mar de libertad se convertiría en un mero espejismo en el desierto.
 
 Pero al mismo tiempo, estos errores inevitables que se cometen por inmadurez nos paralizan y sobrecargan con culpa y dudas en nosotros mismos; nos hacen prisioneros del pasado; y nos acusan ante el Hacedor. El plan de Dios para este mundo permite que cometamos errores; en este entorno de libertad, nuestra inmadurez no nos deja otra posibilidad. A través de los logros del espíritu, sin embargo, el Padre nos proporciona ciertos medios para triunfar sobre las sombras de la irrealidad, para crecer mediante los distintos problemas y las respuestas desiguales que vamos dando a los retos de la vida, y por los que  conseguimos las fuerzas, la convicción y la humildad que resultan de vivir personalmente la vida en toda su realidad y, a veces, en toda su crudeza.

 Pecar, que nunca es algo accidental, requiere de nuestra premeditación para violar lo que sabemos es lo correcto, y sin ese pensamiento o acción intencionada, no hay pecado. Puede que nuestra conciencia nos acuse frente a las costumbres de la sociedad, pero para pecar se requiere de una deslealtad deliberada a lo más elevado y verdadero del corazón humano, al  mismo Dios.

 El pecado nos separa de la conciencia feliz y estable de la presencia de Dios y deteriora nuestra relación con nuestros semejantes. Nos sentimos culpables, desilusionados con nosotros mismos, apartados del mundo, perdidos sin saber cómo hacer las cosas bien, y con la duda de saber si tenemos el valor o la capacidad de sacarnos a nosotros mismos de la maraña en la creemos vernos envueltos.

 Una vez que nos hemos comprometidos, necesitamos despojarnos de esta telaraña engañosa, pero necesitamos algo más que simplemente desear que así sea o intentar sutilmente esconderla en los más profundos recovecos de nuestra memoria, donde se crea un profundo resentimiento que la hace estallar en momentos de tensiones. La solución simplemente es la honestidad. La libertad de la tiranía del pecado y la culpa necesita de nuestro valor para enfrentarnos y admitir todo el mal que hemos cometido: contra Dios, contra nosotros mismos o contra otros, de pensamiento, palabra u obra, sin excusa o atenuante alguno. Debemos desterrar, de una vez y por todas, tanto los pecados que parecen intrascendentales como los importantes, para que nunca más nos veamos apesadumbrados por su acusadora memoria.

 Los pecados que con mayor dificultad reconocemos son precisamente los que originan un daño mayor, y admitirlos de forma parcial no producirá el efecto deseado: la libertad de los errores de nuestro pasado y un corazón que Dios ha hecho puro. Por tanto, debemos dolorosamente confesar, antes Dios, nuestras malas acciones, con todo detalle, no porque él no los sepa, sino para dilucidarlos ante nuestra propia conciencia. Debemos decirle a nuestro Padre que estamos sinceramente determinados a no caer de nuevo en los mismos derroteros, y pedir a Dios que nos perdone cada uno de estos pecados, cuya influencia nos debilita, y los haga desaparecer de los más recónditos lugares de nuestras mentes y de nuestra memoria.

 Después, tenemos que sacar valor para repetir todo lo que le hemos dicho al Padre a nuestro amigo más cercano o consejero, a alguien que nunca traicionará nuestra confianza. En ese determinado momento, debemos contar la historia de la manera que menos nos favorezca para no invalidar la confesión de nuestra  censurable conducta mediante justificaciones y atenuantes.

 Nuestro objetivo es la libertad y la rectitud, y esto sólo puede conseguirse barriendo de nuestro pasado todos esos pasos mal andados. Tal cual es, sin fingimientos, hemos ofrecido a Dios nuestro pasado, y ahora nos humillamos ante el mundo representado en este amigo o consejero a quien se lo contamos, a quien  hacemos partícipe, sin regodeos, de esos desafortunados aspectos de nuestro pasado, como una ama de casa que diligentemente limpia de suciedad y de trastos los rincones más ocultos de su casa.

 Cuando contamos estos pecados cometidos con nuestro dolor y en toda su crudeza, la tenebrosa hegemonía que tenían sobre nosotros se debilita. Cuando los desenterramos y los ponemos al descubierto, quedan despojados de su pretendida soberanía y se diluyen en las sombras de la nada. Aunque tenemos que  reparar el daños que hicimos a otras personas, no debemos volver a pensar más en ellos, porque al hacerlo así, hacemos que su pernicioso poder resurja, debilitándonos y poniendo en cuestión el perdón y la misericordia de Dios. Hemos confesado nuestros pecados y se nos han perdonado; continuar prestando atención a su desvencijado cadáver sólo puede llegar a contaminarnos de nuevo. Cuando ocultábamos estos pecados, el  terrible magnetismo que ejercían sobre nosotros duplicaba su poder, pero una vez que los ponemos al descubierto, su dominio sobre nosotros desaparece sin mayor dolor, a no ser que caigamos en  la tentación de rememorar esas lamentables experiencias que tanto daño causaron tanto a nosotros como a otras personas.

 Cuando hacemos la paz con nosotros mismos, experimentamos la paz con el mundo. En la confesión, expulsamos ese falso orgullo que emocionalmente nos coartaba, impidiéndonos perdonar a otros o aceptarnos a nosotros mismos. La confesión da origen a un nuevo ser porque restablecemos nuestra relación con  Dios. Al aclarar las cosas  ante Dios, nos las aclaramos a nosotros mismos y al mundo.

 De vez en cuando haremos cosas que nos crearán alguna infelicidad, pero a pesar de esto, el Padre continúa amándonos y  dándonos poder  para vencer estos recordatorios que nos avisan de que seguimos siendo humanos. La confesión purga estos malos pasos, los despoja de poder, quita cualquier mancha de nuestras almas, y nos hace limpios, completos, restablecidos, renacidos, puros de corazón y libres para vivir las vidas que Dios ha preparado para nosotros.

Citas de El libro de Urantia

      Nunca, en tu ascenso al Paraíso, conseguirás nada si tu impaciencia te hace intentar eludir el plan divino establecido mediante atajos, estratagemas personales u otros artificios que mejoren tu avance en el camino de la perfección, para la perfección y hacia la perfección eterna. (p.846§4; 75:8.5)

      El pecado ha de redefinirse como deslealtad deliberada a la Deidad. Existen grados de deslealtad: la lealtad parcial por indecisión; la lealtad dividida por conflicto; la lealtad que perece por la indiferencia y la muerte de la lealtad por su devoción a ideales impíos. (p.984§5; 89:10.2)

      Confesar el pecado es repudiar con valentía la deslealtad, pero de ninguna manera mitiga las consecuencias en el espacio-tiempo de dicha deslealtad. Pero la confesión -el reconocimiento sincero de la naturaleza del pecado- es esencial para el crecimiento religioso y el avance espiritual.(p.984§8;  89:10.5)

      Dotar de libertad a seres imperfectos entraña una inevitable tragedia, y es connatural a  la perfecta Deidad ancestral compartir este sufrimiento con el afecto universal de su compañía amante.(p.1203§1;110:0.1)

     "¿Y no has leído en las Escrituras donde dice: 'Él mira a los hombres, y si alguno dijere: he pecado y he pervertido lo que era justo, y no me ha aprovechado, entonces Dios librará el alma de ese hombre de la oscuridad, y verá la luz'?[...]" (p.1440§2;130:8.2)

     "Pon fin a tu miseria odiando el pecado. Cuando mires al Magnánimo, apártate del pecado con todo tu corazón. No busques justificación al mal; no busques pretextos para pecar. Al esforzarte por enmendar los pecados cometidos adquieres fortaleza para resistir  en el futuro cualquier inclinación a pecar. La contención nace del arrepentimiento. No dejes ninguna falta sin confesar ante el Magnánimo.[...]" (p.1446§5; 131:3.3)

     "Si un hombre reconoce el camino del mal y se arrepiente sinceramente del pecado, entonces podrá buscar el perdón; podrá liberarse del castigo; podrá transformar la calamidad en bendición. [...]" (p.1452§3; 131:8.5)

     "Nuestro Padre ama incluso al malvado y es siempre bondadoso con el ingrato. Si hubiese más seres humanos que conocieran la bondad de Dios, de cierto serían  conducidos al arrepentimiento por sus maldades y sabrían renunciar a todo pecado conocido. [...]" (p.1454§1;131:10.4)

     Y toda esta fe verdadera está basada en la reflexión profunda, en la sincera crítica de uno mismo y en una conciencia moral inflexible.[...] (P.1459§5; 132:3.5)
 
      "Muchas veces, cuando habéis hecho el mal, habéis pensado en echarle las culpas de vuestros actos a la influencia del demonio, aunque en realidad habéis errado guiados por vuestras propias tendencias naturales. ¿Acaso no os dijo el profeta Jeremías hace mucho tiempo que el corazón humano es engañoso por encima de todas las cosas y, a veces, incluso sumamente perverso? ¡Cuán fácil es engañaros a vosotros mismos y caer así en temores inútiles, en distintos deseos, en placeres serviles, en la malicia, en la envidia e incluso en el odio y la venganza!" (p.1609§6; 143:2.5)

     Cuando los hombres creen en este evangelio, que es una revelación de la bondad de Dios, serán conducidos al arrepentimiento voluntario de todo pecado conocido. El darse cuenta de la filiación es incompatible con el deseo de pecar. [...]" (p.1683§2; 150:5.5)

     El primer paso hacia la solución de todo problema consiste en localizar la dificultad, aislar el problema y reconocer con franqueza su naturaleza y gravedad. El gran error es que, cuando los problemas de la vida despiertan en nosotros profundos temores, nos negamos a reconocerlos. Del mismo modo, cuando reconocer nuestras dificultades conlleva reducir nuestra presunción, durante tanto tiempo acariciada, admitir envidia o abandonar prejuicios profundamente arraigados, la persona, por lo común, prefiere aferrarse a sus antiguas ilusiones de seguridad y a falsos sentimientos de confianza durante mucho tiempo acariciados. Sólo una persona valiente está dispuesta a admitir con honestidad, y afrontar sin temor, lo que descubre una mente sincera y lógica. (p.1773§4; 160:1.7)

     La devoción, para el fariseo, era un modo de pretender tener, de forma pasiva,  superioridad moral pasiva y la confianza en una falsa seguridad espiritual; la devoción, para el publicano, era un modo de estimular el alma a comprender la necesidad del arrepentimiento, de la confesión y de la aceptación, por la fe, del perdón misericordioso. [...] (p.1838 §3;167:5.2)

     No se le ocurrió a Pedro que había negado a su Maestro hasta el momento en que cantó el gallo. Hasta el momento en que Jesús le miró, no se dio cuenta Pedro de  que no había estado a la altura de sus prerrogativas como embajador del reino.  Habiendo dado los primeros pasos por el camino del compromiso y de la menor resistencia, no parecía quedarle nada a Pedro sino continuar con la conducta que había elegido. Hace falta grandeza y nobleza de carácter para, después de haber tenido un mal comienzo, volver al camino correcto. Muchas veces la mente tiende a justificar nuestra continuidad en el camino del error una vez iniciado.(p.1981§5-6; 184:2.11-12)

      Al reflexionar sobre esta tragedia, creemos que Judas tomó el camino equivocado, principalmente, porque era  una persona con una marcada tendencia a aislarse de los demás, una persona encerrada en sí misma y  apartada de los contactos sociales ordinarios entre las personas. Continuamente se negaba  a confiar en  los apóstoles, sus compañeros, y a confraternizar de buen grado con ellos. [...] (p.2055§5; 193:4.2)

     Judas se negaba continuamente a confiar en sus hermanos. Cuando sentía la necesidad imperiosa, al acumularse sus conflictos de tipo emocional, de comunicarse, invariablemente buscaba el consejo, y recibía el insensato consuelo, de sus parientes no espirituales o de aquellos conocidos circunstanciales que no sólo eran indiferentes, sino en realidad hostiles, al bienestar y progreso de las realidades espirituales del reino celestial, del que él era uno de los doce consagrados embajadores en la tierra. (p.2056§1; 193:4.3)

       [A Judas] Le disgustaba hablar de sus problemas personales con sus compañeros más cercanos; se negaba a hablar de sus dificultades con sus verdaderos amigos y con los que realmente le amaban. Durante todos los años en que se relacionó con ellos, ni una sola vez recurrió al Maestro con un problema puramente personal. (p.2056§8;193:4.10)