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ÍNDICE DEL ESTUDIO

Veintiún pasos hacia un despertar espiritual
La sabiduría del Libro de Urantia
de Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

Paso 5: Perdonamos a los demás


 Con la ayuda de Dios perdonamos a todas las personas que alguna vez nos hicieron daño.
 
 Imagínate la dureza de un mundo en el que no se perdonase. En los tiempos antiguos, la vida del hombre estaba dominada por su determinación para buscar la venganza, y se daban desaires imaginarios que provocaban enemistades durante generaciones. El odio racial y religioso todavía representa una plaga para nuestro mundo e impulsa guerras sin sentido en las que todas las partes implicadas pierden. Ese orgullo insensato, a menudo atribuido falsamente a una causa religiosa, hace que los hombres actúen de forma completamente contraria al espíritu de la religión, en cuyo nombre se cometen atrocidades.

  Es tu oportunidad ahora de romper ese amargo círculo y liberar a nuestros hermanos del peso de su culpa con el mismo perdón por el que Dios nos concedió un nuevo comienzo. El perdón es contagioso y de forma instantánea puede curar las antiguas heridas, ya enconadas, de aquellos con los que estamos distanciados. Cuando el daño que se nos ha hecho es demasiado profundo, no parece humanamente posible perdonar, pero incluso en este caso, la gracia de Dios hace posible todas las cosas. En tal caso, simplemente tenemos que perdonar hasta donde seamos capaces de hacerlo, y pedirle al Padre que siga ese proceso hasta completarlo.

 Perdonar es esencial para nuestra salud espiritual. Si deseamos conocer la plenitud del perdón de Dios, debemos perdonar a aquellos que nos han hecho daño. Ambas acciones son inseparables, porque albergar resentimiento obstaculiza la vía por la que fluye el perdón del Padre. El perdón sincero libera la energía divina necesaria para que se suelten las amarras de nuestras almas. Es como una lluvia fresca que hace que broten flores aletargadas durante mucho tiempo en una estéril colina, que arranca las espinas punzantes y cura la enfermedad que devora nuestros resentidos corazones. El perdón rompe las cadenas que nos mantienen unidos a nuestros adversarios en un abrazo no deseado, unas cadenas de hierro forjado que nos atan a las personas que más odiamos. Incluso aunque nuestros hermanos no nos correspondan, el perdón nos libera de esa prisión emocional en la que estamos, de ese sentimiento que nos envenena, y podemos seguir por nuestro camino en paz.

 Perdonar un agravio toma menos de lo que podamos imaginar; el odio y el resentimiento sólo son  actitudes, no son ni sangre ni huesos. El perdón está a nuestro rápido alcance, y sólo la terquedad o el orgullo puede impedir que gocemos con prontitud de los frutos de espíritu. ¿Cómo podemos dudar de perdonar a nuestros hermanos cuando Dios nos ha tratado con tanta generosidad, y cuando toda la lógica nos dice que es mejor que lo hagamos? ¿Qué mórbido placer existe en albergar rencores que nos hacen daño y que nos roban la alegría a la que tenemos derecho por nacimiento?

 Dios nos ha perdonado por amor, y en esta nueva relación tenemos que encontrar fuerzas para perdonar a los demás. Al perdonar, recuperamos a nuestros hermanos y nos recuperamos a nosotros mediante la Fuente de la que procede toda rehabilitación.

 Sabemos de la voluntad del Padre así como lo que tenemos que hacer. Sabemos de la venganza por sus frutos, al igual que del perdón. Debemos perdonar completamente a cada uno de nuestros hermanos, para que el resentimiento no aceche nuestros sueños esta noche, para que se nos alivie la culpa, para que podamos recuperar nuestros lazos de amistad y para que Dios vuelva a estar en comunión con nosotros. Hoy es el día que nos ha dado Dios para deshacernos de ese círculo de venganza e ira que nos debilita, y a medida que comenzamos a perdonar, su espíritu descansará dulcemente en nuestras almas. En el perdón, el Padre revela sus nombre, que es Amor. Nosotros liberamos a nuestros hermanos de su peso, y al hacerlo así nos liberamos a nosotros mismos. Desechamos esas turbulentas y perversas actitudes para entrar en el reino celestial del Padre, donde residen todas las cosas que de verdad merecen la pena. La libertad de espíritu que experimentamos al perdonar nos conduce hasta lugares que los ojos no han visto ni oídos han oído, a todo lo que el Padre ha preparado para aquellos que le aman y se atreven a seguir su misericordioso deseo. El cielo y la tierra son tuyos, Padre misericordioso. Ayúdanos hoy a poner nuestras cosas en orden, para que podamos
encontrarnos libres para perseguir las tuyas. Danos coraje para hacer tu voluntad, hoy mismo.

Citas de El libro de Urantia

      "Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os ultrajan. Y todo lo que vosotros creáis que haría yo para los hombres, hacedlo también vosotros por ellos.
      "Vuestro Padre en los cielos hace brillar el sol sobre malvados al igual que sobre buenos; del mismo modo él envía lluvia sobre justos e injustos. Vosotros sois los hijos de Dios; mucho más, sois ahora los embajadores del reino de mi Padre. Sed misericordiosos, así como Dios es misericordioso, y en el eterno futuro del reino seréis perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto.
      "Se os ha encomendado que salvéis a los hombres, no que los juzguéis. Al fin de vuestra vida terrenal, todos vosotros esperaréis misericordia; por ello, os pido que durante vuestra vida mortal mostréis misericordia hacia todos vuestros hermanos en la carne. [...]" (p.1571§2-4; 140:3.15-17)

    Cuando se refería a mostrar misericordia quería decir liberarse espiritualmente de todos los rencores,  resentimientos, ira y ansia de poder egoísta y de venganza. Y cuando dijo: "No resistáis al mal", explicó más tarde que no quería decir que se tolerara el pecado ni que se confraternizara con la iniquidad. Más bien intentaba enseñar a perdonar, "a no resistir el mal trato contra la persona de uno, la ignoble injuria contra nuestros sentimientos y nuestra dignidad personal". (p.1590§3;141:3.8)

     Incluso el perdón de los pecados obra de este mismo modo infalible. El Padre en el cielo te ha perdonado incluso antes de que hayas pensado en pedírselo, pero dicho perdón no es accesible a tu vivencia religiosa personal hasta que no perdones tú a tus semejantes.(p.1638§4; 146:2.4)
 
    "Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí, y yo le perdonaré? ¿Hasta siete veces?" Jesús le respondió a Pedro: "No sólo siete veces, sino incluso setenta veces y siete veces más. Así pues, se puede comparar el reino del cielo con cierto rey que, cierta vez, se puso a hacer las cuentas con sus mayordomos de palacio. En cuanto empezaron a rendir cuentas, trajeron ante su presencia a uno de sus siervos a cargo de éstas, que confesó deber a su rey diez mil talentos. Pero este funcionario de la corte del rey se lamentó diciendo que estaba pasando por un período difícil, y que no tenía con qué pagar este débito. Así pues, el rey mandó que sus propiedades fueran confiscadas y que sus hijos fueran vendidos para pagar su deuda. Al escuchar este mayordomo jefe un decreto tan severo, cayó de bruces ante el rey y le imploró que tuviera misericordia y que le diera un poco más de tiempo, diciendo, 'Señor, ten un poco más de paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo'. Cuando el rey contempló a este siervo negligente y a su familia, se despertó su compasión. Ordenó que fuera liberado y que se le perdonara completamente el préstamo.
      "Y este mayordomo jefe, habiendo recibido así misericordia y perdón de las manos del rey, se fue por su camino, y al toparse con uno de los mayordomos subordinados a él que le debía tan sólo cien denarios, le detuvo, le agarró por el cuello y le dijo: 'págame todo lo que me debes.' El subordinado cayó de rodillas ante él implorándole: 'ten un poco de paciencia conmigo, y pronto podré pagarte'. Pero este mayordomo jefe no supo mostrar misericordia sobre su compañero, sino que le arrojó en un calabozo hasta que pagara su deuda. Cuando sus subordinados vieron lo que había ocurrido, tanto les dolió que fueron y le relataron el hecho a su amo y señor, el rey. Al oír el rey el comportamiento de este mayordomo jefe, hizo llamar a este hombre sin gratitud ni perdón ante su presencia y le dijo: 'eres un siervo malvado e indigno. Cuando buscabas compasión, yo te perdoné con generosidad toda tu deuda. ¿Por qué no tratas a tus compañeros con misericordia, así como yo te traté a ti con misericordia?' Tan airado estaba el rey, que mandó entregar a este siervo indigno a los carceleros para que lo metieran en un calabozo hasta que pagara todo lo que debía. Así pues, derramará mi Padre celestial la más abundante misericordia sobre los que son generosamente misericordiosos para con sus semejantes. ¿Cómo puedes implorar a Dios que tenga consideración de tus defectos, si castigas a tus hermanos por ser culpables de tus  mismas debilidades humanas? Yo os digo a todos vosotros: habéis recibido de gracia las cosas buenas del reino; dad pues de gracia a vuestros semejantes en la tierra". (P.1763§1-2; 159:1.4-5)

      Jesús enseñó que el pecado no nacía de una naturaleza deficiente, sino que más bien procedía de la intención de una mente dominada por una insumisa voluntad. Sobre el pecado, enseñó que Dios ha perdonado, que nosotros podemos disponer personalmente de ese perdón mediante el acto de perdonar a nuestros semejantes. Cuando perdonas a tu hermano en la carne, creas de esa manera en tu alma la capacidad para recibir la realidad del perdón de Dios por tus errores. (p.1861§5; 170:2.19)

      "Cuando un hombre sensato comprende el impulso interior de sus semejantes, les amará. Y cuando amáis a vuestro hermano, ya le habéis perdonado. Esta capacidad de comprender la naturaleza humana y olvidar sus aparentes errores es semejarse a Dios. [...]
      "Vuestra incapacidad o falta de disposición para perdonar a vuestros semejantes es la medida de vuestra inmadurez, de vuestro fracaso para lograr madurez de compasión, comprensión y amor. Sois rencorosos y vengativos en proporción directa a vuestra ignorancia de la naturaleza interna y de los anhelos  verdaderos de vuestros hijos y de vuestros semejantes. El amor es la obra del impulso divino e interno de la vida. [...]" (p.1898§4-5;174:1.4-5)