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ÍNDICE DEL ESTUDIO La sabiduría del Libro de Urantia de Harry McMullan, III Traducción de Ángel Sánchez-Escobar Paso 5: Perdonamos a los demás
Con la ayuda de Dios perdonamos a todas las personas que alguna
vez nos hicieron daño.
Es tu oportunidad ahora de romper ese amargo círculo y liberar a nuestros hermanos del peso de su culpa con el mismo perdón por el que Dios nos concedió un nuevo comienzo. El perdón es contagioso y de forma instantánea puede curar las antiguas heridas, ya enconadas, de aquellos con los que estamos distanciados. Cuando el daño que se nos ha hecho es demasiado profundo, no parece humanamente posible perdonar, pero incluso en este caso, la gracia de Dios hace posible todas las cosas. En tal caso, simplemente tenemos que perdonar hasta donde seamos capaces de hacerlo, y pedirle al Padre que siga ese proceso hasta completarlo. Perdonar es esencial para nuestra salud espiritual. Si deseamos conocer la plenitud del perdón de Dios, debemos perdonar a aquellos que nos han hecho daño. Ambas acciones son inseparables, porque albergar resentimiento obstaculiza la vía por la que fluye el perdón del Padre. El perdón sincero libera la energía divina necesaria para que se suelten las amarras de nuestras almas. Es como una lluvia fresca que hace que broten flores aletargadas durante mucho tiempo en una estéril colina, que arranca las espinas punzantes y cura la enfermedad que devora nuestros resentidos corazones. El perdón rompe las cadenas que nos mantienen unidos a nuestros adversarios en un abrazo no deseado, unas cadenas de hierro forjado que nos atan a las personas que más odiamos. Incluso aunque nuestros hermanos no nos correspondan, el perdón nos libera de esa prisión emocional en la que estamos, de ese sentimiento que nos envenena, y podemos seguir por nuestro camino en paz. Perdonar un agravio toma menos de lo que podamos imaginar; el odio y el resentimiento sólo son actitudes, no son ni sangre ni huesos. El perdón está a nuestro rápido alcance, y sólo la terquedad o el orgullo puede impedir que gocemos con prontitud de los frutos de espíritu. ¿Cómo podemos dudar de perdonar a nuestros hermanos cuando Dios nos ha tratado con tanta generosidad, y cuando toda la lógica nos dice que es mejor que lo hagamos? ¿Qué mórbido placer existe en albergar rencores que nos hacen daño y que nos roban la alegría a la que tenemos derecho por nacimiento? Dios nos ha perdonado por amor, y en esta nueva relación tenemos que encontrar fuerzas para perdonar a los demás. Al perdonar, recuperamos a nuestros hermanos y nos recuperamos a nosotros mediante la Fuente de la que procede toda rehabilitación. Sabemos de la voluntad del Padre así como lo que tenemos
que hacer. Sabemos de la venganza por sus frutos, al igual que del perdón.
Debemos perdonar completamente a cada uno de nuestros hermanos, para que
el resentimiento no aceche nuestros sueños esta noche, para que
se nos alivie la culpa, para que podamos recuperar nuestros lazos de amistad
y para que Dios vuelva a estar en comunión con nosotros. Hoy es
el día que nos ha dado Dios para deshacernos de ese círculo
de venganza e ira que nos debilita, y a medida que comenzamos a perdonar,
su espíritu descansará dulcemente en nuestras almas. En el
perdón, el Padre revela sus nombre, que es Amor. Nosotros liberamos
a nuestros hermanos de su peso, y al hacerlo así nos liberamos a
nosotros mismos. Desechamos esas turbulentas y perversas actitudes para
entrar en el reino celestial del Padre, donde residen todas las cosas que
de verdad merecen la pena. La libertad de espíritu que experimentamos
al perdonar nos conduce hasta lugares que los ojos no han visto ni oídos
han oído, a todo lo que el Padre ha preparado para aquellos que
le aman y se atreven a seguir su misericordioso deseo. El cielo y la tierra
son tuyos, Padre misericordioso. Ayúdanos hoy a poner nuestras cosas
en orden, para que podamos
Citas de El libro de Urantia "Yo os digo: amad a vuestros enemigos,
haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad
por los que os ultrajan. Y todo lo que vosotros creáis que haría
yo para los hombres, hacedlo también vosotros por ellos.
Cuando se refería a mostrar misericordia quería decir liberarse espiritualmente de todos los rencores, resentimientos, ira y ansia de poder egoísta y de venganza. Y cuando dijo: "No resistáis al mal", explicó más tarde que no quería decir que se tolerara el pecado ni que se confraternizara con la iniquidad. Más bien intentaba enseñar a perdonar, "a no resistir el mal trato contra la persona de uno, la ignoble injuria contra nuestros sentimientos y nuestra dignidad personal". (p.1590§3;141:3.8) Incluso el perdón de los pecados obra
de este mismo modo infalible. El Padre en el cielo te ha perdonado incluso
antes de que hayas pensado en pedírselo, pero dicho perdón
no es accesible a tu vivencia religiosa personal hasta que no perdones
tú a tus semejantes.(p.1638§4; 146:2.4)
Jesús enseñó que el pecado no nacía de una naturaleza deficiente, sino que más bien procedía de la intención de una mente dominada por una insumisa voluntad. Sobre el pecado, enseñó que Dios ha perdonado, que nosotros podemos disponer personalmente de ese perdón mediante el acto de perdonar a nuestros semejantes. Cuando perdonas a tu hermano en la carne, creas de esa manera en tu alma la capacidad para recibir la realidad del perdón de Dios por tus errores. (p.1861§5; 170:2.19) "Cuando un hombre sensato comprende el
impulso interior de sus semejantes, les amará. Y cuando amáis
a vuestro hermano, ya le habéis perdonado. Esta capacidad de comprender
la naturaleza humana y olvidar sus aparentes errores es semejarse a Dios.
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