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ÍNDICE DEL ESTUDIO La sabiduría del Libro de Urantia de Harry McMullan, III Traducción de Ángel Sánchez-Escobar Paso 7: Aceptamos el perdón de Dios
Aceptamos plenamente el perdón de Dios y la erradicación espiritual de todas nuestras malas acciones y defectos. Una vez que nos hemos afrontado nuestros errores y malas acciones, los hemos confesado a Dios y a un amigo de confianza, hemos perdonado a todos los que nos hicieron mal, hemos pedido perdón a los que hicimos mal, y hemos realizado las enmiendas, tenemos derecho a experimentar plenamente el perdón de Dios y a ocupar, con confianza, nuestro lugar en la familia universal del Padre. Con la ayuda de Dios, nos hemos enfrentado a nuestros miedos, hemos desechado el falso orgullo al reconocer ante alguna persona lo que hemos hecho, hemos pedido disculpas a los que hicimos daño, y de la mejor manera que sabemos, hemos reparado los errores cometidos en el pasado. Ahora sigue un acto de fe crucial: debemos poner en manos de nuestro Padre todas estas cosas para que él las haga desaparecer incluso de nuestra memoria. Hemos tratado con los errores cometidos en el pasado de la mejor manera que sabemos y tenemos derecho a sentirnos libres de su gran peso. Debemos ahora evitar pensar de nuevo en estos errores, olvidándolos y dejándolos atrás, y continuar adelante hacia el futuro que Dios nos tiene preparado. A medida que Dios cura nuestras heridas, los malos recuerdos se convierten en algo tan irreal como cuando nos despertamos de una pesadilla. Hemos mostrado misericordia hacia aquellos que nos hicieron mal y no nos podemos imaginar que nuestro Padre vaya a ser menos misericordioso con nosotros. El Padre nos comprende desde el principio y sabe cómo llegamos a cometer los errores; él contempla las debilidades humanas con los ojos de un padre misericordioso. El Padre perdona nuestros errores incluso antes de que se lo pidamos, porque su perdón no se condiciona por lo que hicimos sino que existe como algo natural en su amor de padre. Dios nos ha perdonado ya, a pesar de que este perdón no está disponible ante nosotros hasta que nosotros hayamos perdonado, hayamos pedido perdón y realizado las enmiendas. Aceptar el perdón de Dios exigió que pusiéramos ante él todos los pormenores de los errores cometidos. Por tanto, regodearnos de nuevo en éstos sólo nos arrastraría hacia un círculo de culpabilidad y de recriminación de uno mismo, hacia un círculo degenerativo y de fracaso personal. Todo ha terminado, Dios nos ha perdonado; hay una nueva vida que nos llama tras las colinas. Este paso hacia el perdón nos libera de las garras del pasado para que podamos continuar liberados con nuestra nueva vida en el espíritu. Nuestras enmiendas no fueron actos de contrición, como si un Dios severo nos hiciera pasar por un ritual de penitencia, pero tuvimos que realizarlas porque resultaron ser la respuesta correcta, apropiada y responsable a la situación que habíamos creado. El Padre sólo quiere que nuestra humildad nos haga libres. Los errores cometidos, que no podemos enmendar, se alejan en la penumbra del olvido a medida que el perdón diluye y destruye cualquier vestigio que todavía pueda tener algún poder sobre nosotros en el presente. Nos estamos deshaciendo de cualquier vínculo de comportamiento
destructivo y estamos aprendiendo en mayor profundidad a hacer la voluntad
del Padre. Encontramos al Padre en la renovada sonrisa, la de ese amigo
que estaba en la distancia y por el que sentimos el afecto que resulta
de estar en sintonía con el universo, con el que siempre ha sido
nuestro universo. Encontramos paz en relación a todo lo sucedido,
incluso a nuestras equivocadas acciones, y confiamos en que Dios haga el
bien de cada uno de estos desafortunados episodios de nuestra vida. Hemos
experimentado la verdad y nunca podemos volvernos atrás y pecar.
Podemos ahora vivir nuestras vidas con entusiasmo y energías.
Citas de El libro de Urantia Dios es divinamente bondadoso con los pecadores. Cuando los rebeldes vuelven a la rectitud, se les recibe con misericordia, "pues nuestro Dios es amplio en perdonar". "Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados". "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios". (p.39§3;2:5.4) Cuando la Deidad perdona los pecados, se renueva la relación de lealtad tras un período en que el hombre es consciente de la interrupción de dichas relaciones como consecuencia de su deliberada rebelión. No se tiene que buscar el perdón, sino tan sólo recibirlo siendo consciente del restablecimiento de la relación de lealtad entre la criatura y su Creador. [...] (p.985§1; 89:10.6) "Todos los llamados de mi nombre, para gloria mía los he creado, y ellos serán mi alabanza. Yo, yo mismo, soy el que borro sus trasgresiones para mi satisfacción, y no me acordaré de sus pecados". (p.1069§5; 97:7.10) "'Venid ahora, discurramos', dice el Señor. 'Aunque vuestros pecados fuesen como rojo escarlata, se tornarían tan blancos como la nieve. Aunque fueren rojos como el carmesí, se tornarían del color de la lana'. [...]" (p.1445§4 131:2.10) "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos de rebelión. Dice el Señor: 'Volved a mí, y tendré misericordia de vosotros; seré amplio en perdonar'." (p.1445§5; 131:2.11) "Y este es todo nuestro deber: que ningún hombre haga a otro lo que a él le repugnaría; no abriguéis malicia, no castiguéis al que os castiga, conquistad la ira con la misericordia y disipad el odio con la benevolencia. Y todo esto debemos hacer porque Dios es un amigo generoso y un padre misericordioso que hace remisión de todas nuestras ofensas terrenales". (p.1449§1;131:4.6) "Esta religión del Sabio limpia al creyente de todo mal pensamiento y acto pecaminoso. Me inclino ante el Dios de los cielos en arrepentimiento si le he ofendido en pensamiento, palabra u obra -de forma intencionada o involuntaria- y ofrezco mis oraciones para pedir misericordia y alabanzas para pedir perdón. Sé que cuando hago confesión, si me propongo no volver a hacer el mal, que el pecado se disipará de mi alma. Sé que el perdón quita las ataduras del pecado. [...]" (p.1450§4;131:5.5) "Cuando los hombres y las mujeres preguntan qué deben hacer para salvarse, contestaréis: cree en este evangelio del reino; acepta el perdón divino.[...]" (p. 1682§4; 150:5.2) "Os aconsejo que no temáis a nadie, ni en el cielo ni en la tierra, sino que os regocijéis en el conocimiento de Aquel que tiene el poder de liberaros de toda injusticia y de presentaros sin culpa ante los tribunales del universo." (p.1820§2; 165:3.3) "El perdón divino es inevitable; es propio y natural de la infinita comprensión de Dios, de su perfecto conocimiento de todo lo relacionado con el juicio equivocado y la elección errónea del hijo.[...]" (p.1898 §3; 174:1.3) La cruz por siempre muestra que la actitud
de Jesús hacia los pecadores no fue ni de condenación ni
de excusa, sino más bien de salvación amorosa y eterna. Jesús
es en verdad un salvador en el sentido de que su vida y su muerte atraen
a los hombres a la bondad y a la rectitud en el vivir. Jesús ama
tanto a los hombres que este amor despierta en el corazón humano
una reacción amorosa. El amor es verdaderamente contagioso y eternamente
creativo. La muerte de Jesús en la cruz ejemplifica un amor que
es lo suficientemente fuerte y divino como para perdonar el pecado y absorber
toda maldad. Jesús desveló a este mundo una clase de rectitud
más elevada que la justicia: el simple y preciso bien y mal. El
amor divino no solamente perdona las faltas; las absorbe y realmente las
destruye. El perdón del amor trasciende por entero el perdón
de la misericordia. La misericordia pone a un lado la culpa por el mal
realizado; pero el amor destruye para siempre el pecado y toda debilidad
que resulte de éste. Jesús trajo a Urantia un nueva forma
de vida. Nos enseñó a no resistir al mal sino a encontrar
a través de éste la bondad que destruye con eficacia al mal.
El perdón de Jesús no es excusar; es salvar de la condenación.
La salvación no le resta importancia a la falta; la enmienda. El
verdadero amor no transige con el odio ni lo excusa, sino que lo destruye.
El amor de Jesús no está nunca satisfecho con el simple perdón.
El amor del Maestro implica rehabilitación, supervivencia eterna.
Es del todo apropiado hablar de salvación como redención,
si con eso os referís a esta rehabilitación eterna.
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