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ÍNDICE DEL ESTUDIO

Veintiún pasos hacia un despertar espiritual
La sabiduría del Libro de Urantia
de Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

Paso 8: Vivimos una nueva vida



 Tomamos la decisión de vivir una nueva vida, dejando atrás la ira, la ansiedad, la impaciencia, el orgullo y el miedo, rehusando aferrarnos o alimentar estas reliquias de nuestro pasado. Sin tardar más, admitimos nuestros fallos y nos negamos a albergar nunca más sentimientos de culpa.

 Hay en cada corazón un reino al que el creyente está llamado a entrar. Es un reino de paz, gozo, amor e inconmensurable paz. Este reino siempre ha estado ahí, pero pocos han depositado su confianza lo suficiente como para entrar, a pesar de que, desde su interior, una voz en calma y tenue nos habla en susurros del amor del Padre. Para los que viven con este propósito y se regocijan en este amor, el reino de Dios es un río que limpia nuestras almas y nos hace completos. Este río, descrito por los profetas y confirmados por los santos, recorre su curso a través de los tiempos y de los universos, así como a través de nuestros corazones.

 Este reino no es sólo un estado mental, sino también un lugar real. Es como si una persona enferma y sin hogar que caminara sola sobre la nieve en una ciudad extraña, sintiendo el fuente viento a través de su viejo abrigo, se viera de momento transportada a la isla de sus sueños ensortijada de olas y conchas de mar,  y pudiera sentarse descalza sobre la tibia arena al lado de la persona que ama. De hecho, nuestro Padre hace posible que sintamos continuamente en nosotros un paraíso mucho mejor -la paz personal y la felicidad que todos ansiamos- a medida que nos dedicamos a nuestra vida cotidiana.

 Pensad cuánto ganaríamos en efectividad si actuáramos constantemente a partir de este reino: nuestros espíritus serían como inexpugnables ciudadelas; nuestra comunicación con los demás sería amable, creativa y alentadora; nuestras mentes estarían en paz sin dejarse nunca más turbar por las tensiones emocionales ni desgarrar por objetivos y propósitos contradictorios; nuestros cuerpos serían mas saludables; nuestras vidas más simples y más efectivas.

 En esta nueva vida, hemos encontrado libertad del influjo de la culpa porque hemos pedido y experimentado el perdón por cada error que hayamos cometido en el pasado; hemos presentado todo ante nuestro Padre, y hemos conseguido la paz con nuestros semejantes. Vivimos y actuamos con la confianza de hombres y mujeres que saben por qué están aquí y lo que están haciendo. Las barreras nunca más nos parecen infranqueables, ni las adversidades las únicas a tener en cuenta en el escenario de nuestras vidas. Nuestros corazones se desbordan del amor del Soberano de los universos, de quien dirige nuestros pasos.

 Por mucho tiempo, el egoísmo impulsaba nuestras viejas vidas. A medida que nuestros valores superiores se fortalecían, intentamos ser mejores, pero fracasamos porque intentamos mejorar usando nuestra propia fuerza de voluntad y nuestros propios medios. Este intento de cambio en nosotros mismos resultó ser frustrante, agotador y finalmente infructuoso, porque nuestro yo era incapaz de transformarse a sí mismo más que el agua puede mutarse en vino. Sólo al rendirnos antes un Poder Superior cabría esperar una verdadera transformación, porque Dios disfruta haciendo por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. La fe abre las puertas hacia nuestro ser interior, nos nutre con verdaderas fuerzas espirituales y nos vincula a los cauces ascendentes del universo.

 Esta nueva vida es diferente y no una variación de la que ya conocíamos; es algo completamente nuevo. Un saltador de altura eleva su pértiga mediante un paciente entrenamiento, requiriendo en cada pequeña mejora un arduo trabajo. La vida del reino no es así; es un entorno de paz interior, de gozo, de belleza y de acción que no se puede realizar mediante la construcción de nuestro carácter o pensamiento  positivo, aunque estas técnicas pueden ser de alguna u otra manera efectivas. El reino de los cielos es donde siempre hemos querido vivir, y donde, mediante la fe, podemos ir ahora mismo. Es el lugar con que los profetas soñaron, y que todos los que aman a Dios buscan. En el reino, el espíritu de Dios nos acompaña día a día en nuestra vida, en nuestros sentimientos de amor, en lo que conseguimos a través del poder que fluye de la Fuente en el Paraíso del amor eterno.

 El reino de los cielos nos eleva por encima de las vides colgantes de nuestro pasado que han tenido a nuestras almas atadas a la tierra con sus acusaciones de culpa y pecado. El pasado ha perdido para siempre su poder sobre nosotros, porque sabemos que el Padre ha perdonado todos nuestros malos pasos y errores. Comenzamos de nuevo, y nada ya nos puede retener ahora excepto nuestros temores y dudas.

 Esta nueva vida no nos libra de nuestros fallos futuros, pero nos hace ver el proceso por el que estos errores pueden reducirse y superarse. La nueva vida hace de nuestra vida en rectitud un gozo en lugar de un peso, porque vivimos bajo la guía de Dios y compartimos cada momento con él. El Padre, al dirigir su río de amor hacia nuestros corazones, nos inspira una fe que deshace cualquier obstáculo a causa del egoísmo y de la duda. Vivimos en el mundo del Padre y nos reconocemos como sus hijos.

 Adquirimos esta nueva fe entregándonos al poder transformador de Dios y comprometiéndonos a vivir de acuerdo con lo que sabemos que es lo verdadero, lo mejor y lo correcto. Nos deshacemos de cada obstáculo y avanzamos con la confianza en la voluntad de Dios a medida que ésta se revela. Tenemos fuerzas para seguir la voluntad del Padre, y lo hacemos con éxito.

 Con la ayuda de Dios nos crecemos sobre las cosas que hemos dejado atrás, nos libramos de esos perniciosos hábitos de pensamiento a los que tan dependientes nos sentíamos. Su aparente atractivo ya no lo es ahora que hemos aprendido algo mejor. En las dificultades familiares, en las insatisfacciones personales en la angustia emocional, el coste que hay que pagar cuando nos encontramos fuera del reino de Dios es demasiado alto. Nuestras ataduras instintivas al miedo y a la duda  se desvanecen, se evaporan ante los rayos del amor del nuestro Padre. Nunca más tendremos dudas del reino ni pondremos en una balanza las ventajas o inconvenientes de su relativo coste o beneficio. Nos adentramos de todo corazón en lo que siempre había estado disponible para nosotros, pero que sólo hasta hace poco tiempo se nos ha hecho real

 Estamos expectantes con cada hora que pasamos en el reino del Padre, sin saber lo que nos traerá, sólo sabiendo que el Padre nos traerá lo bueno. Todas las cosas se convierten en cosas nuevas
 

Citas de El libro de Urantia
 
      Debes entregar todo deseo de mente y todo impulso del alma al abrazo transformador del crecimiento espiritual. [...] (P.1002§9; 91:9.4)

      La soberbia es el peor de todos los peligros que acechan la naturaleza mortal del hombre y arriesgan su integridad espiritual. La valentía es valiosa, pero el egocentrismo es jactancioso y suicida.[...]
      La soberbia es engañosa, embriagadora y causa del pecado ya se encuentre en el individuo, en el grupo, en la raza o en la nación. Es absolutamente verdad, "Antes de la caída es la soberbia".  (p.1223§1-2;  111:6.9-10)

 "Recordad que un  sastre sensato no cose un trozo de tela nueva y sin encoger sobre una túnica vieja, porque, cuando se moje, podría encoger y producir un rasgón peor. Tampoco ponen los hombres vino nuevo en odres viejas, para que el vino nuevo no rompa las odres destruyendo así tanto el vino como las odres. El hombre sensato pone el vino nuevo en odres nuevas. Por eso mis discípulos demuestran sabiduría al no traer muchas cosas del viejo orden a la nueva enseñanza del evangelio del reino.[...]" (p.1655§4; 147:7.2)

 Jesús comprendía muy bien lo difícil que les resulta a los hombres romper con su pasado. Sabía cómo el predicador influye en los seres humanos con su elocuencia y cómo la conciencia responde a la llamada de la emoción tal como la mente responde a la lógica y a la razón, pero también sabía cuánta mayor era la dificultad del hombre para renunciar a su pasado. (p.1722§4; 154:6.8)
 
      Durante la estancia en Sidón, Jesús se refirió en sus instrucciones al progreso espiritual. Les dijo que no podían quedarse inmóviles; debían seguir avanzando en rectitud si no querían retroceder al mal y al pecado. Les advirtió que "se olvidaran de las cosas del pasado mientras avanzaban y se aferraban a las realidades más grandes del reino". [...]
      Dijo Jesús: "Mis discípulos no sólo deben cesar de hacer el mal, sino que deben aprender a hacer el bien; debéis no solamente limpiaros de todo pecado consciente, sino también negaros a albergar ni siquiera sentimientos de culpa alguno. Si confesáis vuestros pecados, éstos serán perdonados; por tanto debéis mantener una conciencia libre de ofensas". (p.1736§3-4; 156:2.6-7)

 "Pero cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino y se arrojase al mar. Si las cosas que hacéis con vuestras manos o las cosas que veis con vuestros ojos os dañan en vuestro progreso en el reino, sacrificad esos preciados ídolos, porque es mejor entrar en el reino sin muchas de las cosas que amamos de la vida que aferrarse a estos ídolos y encontrarse fuera del reino. [...]" (p.1761§2; 158:8.1)

       Veo en las enseñanzas de Jesús la religión en su mejor expresión. Este evangelio nos permite buscar al verdadero Dios y encontrarlo. Pero, ¿estamos dispuestos a pagar el precio de esta entrada en el reino de los cielos? ¿Estamos dispuestos a renacer? ¿A ser rehechos? ¿Estamos dispuestos a someternos a este terrible y agotador proceso de destrucción de uno mismo y de reconstrucción del alma? Acaso no ha dicho el maestro: "Quien quiera salvar su vida la perderá. No penséis que he venido para traer paz sino contienda  para el alma". En verdad, tras pagar el precio de la dedicación a la voluntad del Padre, experimentaremos una gran paz, siempre y cuando sigamos caminando por los caminos espirituales de la vida consagrada.
      Ahora pues, estamos verdaderamente abandonando el aliciente de una forma conocida de existencia para dedicarnos,  sin reservas, a buscar al aliciente de una forma de existencia desconocida e inexplorada, de una vida futura de aventura en los mundos espirituales del idealismo superior de la realidad divina. [...] (P.1782§1-2; 160:5.10-11)