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ÍNDICE DEL ESTUDIO

Veintiún pasos hacia un despertar espiritual
La sabiduría del Libro de Urantia
de Harry McMullan, III
Traducción de Ángel Sánchez-Escobar

Paso 9: Nos comprometimos


 Calculamos el coste y descubrimos que la única vida que merecía la pena vivir era la basada en la verdad y en la dedicación a nuestro amoroso Padre celestial. De todo corazón, entregamos cada aspecto de nuestras vidas a Dios y nos comprometimos a hacer su voluntad.

 Al hombre primitivo le mantenía vivo en el mundo hostil que les rodeaba su innata beligerancia, falta de confianza y malicia, y estos instintos de autoprotección nos servían, pero dificultaban el progreso espiritual por esa misma falta de una firme confianza. Pero para entrar en el reino, ésta es exactamente la que debemos adquirir.

 Vivir en el espíritu implica ser conscientes de la comunicación entre nuestras almas y su Hacedor. Cuando prestamos atención al espíritu de Dios, nos comprometemos de forma instantánea con lo que Dios exactamente desee de nosotros, sin que nos importe el coste o las consecuencias que pudiesen originarse. Nuestro progreso en el reino necesita de un proceso subjetivo y lleno de sutilezas ya que no existen fórmulas establecidas, que resultan engañosas e incluso contraproducentes para los que no alcanzan a comprenden la acción del espíritu interior. La vida en el reino es un proceso de liberación que requiere que iniciemos de todo corazón y sin reservas un camino estrecho y exigente, en la seguridad de que en esa orilla lejana encontraremos paz, gozo y vida eterna.

 Entrar en el reino nos exige que dejemos a un lado cualquier cosa, relación o actividad que se interponga entre nosotros y la vida divina. Si nuestro compromiso con Dios no es incondicional, si ponemos el más leve freno, nuestra dedicación espiritual será incompleta porque nosotros seguimos con las riendas de nuestras vidas. Si obedecemos a nuestro Padre noventa y nueve veces de cien veces, estaremos poniendo freno a una obediencia que no podemos cuestionar, porque cada nueva situación demanda una nueva reflexión para ver si esta vez hemos de seguir o no la guía divina.

 Aunque pudiera parecer lo contrario, hay poca diferencia espiritual entre obedecer a Dios un noventa y nueve por ciento de las veces u obedecerle un uno por ciento; la diferencia es simplemente de grado. Sólo en las vidas que han decidido de antemano, seguir su voluntad sin importar el coste o las consecuencias, puede el Padre expresarse en plenitud.

 ¿Y si pudiéramos vivir de esa manera tan sólo una hora? ¿Y si los problemas que nos han oprimido durante años desaparecieran de repente para nunca más volver? ¿Y si pudiéramos ver a los ángeles que caminan a nuestro lado y que nos apoyan en nuestras batallas de la vida?   ¿Y si pudiéramos estar seguros de que los acontecimientos de nuestras vidas diarias forman parte de un plan mayor diseñado por un Ser Omnisapiente?

 ¿Quién mueve todo esto? ¿Cómo podemos entrar en ese maravilloso reino desde el lugar en que nos encontramos? En la búsqueda de Dios, los ascetas se mortificaban físicamente, sumergiéndose en aguas heladas, escalando  montañas y soportando las mayores privaciones y sufrimientos con la esperanza de ganar el favor de un Dios severo y distanciado. Intentando reducir las distracciones del mundo que Dios ha creado para que vivamos, los monjes permanecen durante años en un silencio estricto o pasan los días recitando oraciones establecidas hasta quedar hipnotizados por la repetición monótona del movimiento de sus lenguas.

 Otros quieren inútilmente controlar los secretos del universo y llegar a un estado celestial aprendiendo más del Sostenedor Universal, intentando encontrar a Dios mediante el conocimiento. Pero ninguno de estos caminos extremos, aunque se hayan hecho con buena intención, ha llevado a las almas hasta el reino como cuando se vive en la fe en contacto directo con el mundo que Dios ha creado. Intentar ser "mejores" y encontrar a Dios  por medio de la sumisión de nuestro cuerpo o la educación de nuestras mentes,  conduce al fracaso, porque en ambas posibilidades la persona ejercita el control, y la esencia de la vida en el reino es nuestra rendición a la dirección de Dios. No se busca el reino para que el mundo se someta a nuestro antojo, sino, mediante la fe, para ser un instrumento al servicio de la voluntad del Padre.

 Si el precio que tenemos que pagar vale el premio que obtendremos, no lo dudes; dirígete al Padre por ti mismo. Háblale de lo que quieres en la vida, de tus anhelos y esperanzas, al igual que de tus problemas y miedos. Reúne valor para decirle que de ahora en adelante quieres vivir a su manera, sin importarte el posible coste en cosas y relaciones de este mundo. Dile al Padre que confías en él totalmente, que tu vida es suya, y que tus más íntimo deseo es obedecerle a él incluso en los asuntos más nimios. Permanece entonces en silencio y oye su respuesta en tu alma, su bienvenida al mundo espiritual.

 El Padre nos quita las manchas que empañaban nuestro yo interior y limpia nuestros corazones. Cuando Dios vive en nosotros y a través de nosotros, nos tornamos más eficientes y menos sujetos a las limitaciones normales de los humanos; como mediadores de quien rige los avatares de los mundos que circundan  el espacio, nos vemos con mayor capacidad. Al obrar con Dios, Dios obra en nosotros. Entrar en este misterioso reino ilumina la oscuridad y las sombras del mundo que nos rodea; cada una de las hojas de los árboles parece estremecerse de agradecimiento por el regalo de la vida. Sentimos que partimos hacia una aventura sin límites, para aportar nuestra pequeña porción en una historia interminable de misericordia y provisión.

Citas de El libro de Urantia

 Incluso para acercarse al conocimiento de una persona divina, todas las dotes de la personalidad del hombre han de consagrarse totalmente a ese esfuerzo; resulta inútil una dedicación incompleta y sin entusiasmo. (p. 30§4; 1:6.5)

 Aislar parte de la vida y llamarla religión es desintegrar la vida y distorsionar la religión. Y precisamente por esto el Dios de adoración exige o una total fidelidad  o nada. (p.1124§3; 102:6.1)

 El secreto de la supervivencia está implícito en el supremo deseo humano de semejarse a Dios, y está en relación con nuestra disposición de hacer y de ser todas y cada una de las cosas que son esenciales para acabar por lograr ese deseo que nos domina. (p.1205§6; 110:3.2)

 Cuando el hombre consagra su voluntad a hacer la voluntad del Padre, cuando el hombre da a Dios todo lo que tiene, Dios hace que ese hombre sea más de lo que es. (p.1285§3; 117:4.14)

 Lo que el joven más ansiaba hacer estaba realmente haciéndolo de forma inconsciente. Así fue, y así es, por siempre. Lo que una imaginación humana iluminada y reflexiva que ha recibido la enseñanza y la guía espirituales quiere con todo su corazón y sin egoísmos ser y hacer, se torna sensiblemente creativa según el grado de dedicación del mortal a la realización divina de la voluntad del Padre. Cuando el hombre va en compañía de Dios, pueden ocurrir, y realmente ocurren,  cosas grandiosas.(p.1467§5; 132:7.9

      "Los que busquen primeramente entrar en el reino, comenzando así a esforzarse por alcanzar una nobleza de carácter semejante a la de mi Padre, acabarán por poseer todas las demás cosas que les son necesarias. Pero os digo con toda sinceridad: a menos que intentéis entrar en el reino con la fe y con la confianza y seguridad de un pequeño, de ningún modo seréis  admitidos.[...]" (p.1536§5; 137:8.8)

      El derecho a entrar en el reino tiene la fe, la creencia personal, como condición. El coste de seguir ascendiendo de forma progresiva en el reino es una joya de valor inestimable; para poseerla, el hombre vende todo lo que tiene. (p.1583§2; 140:8.28)

 "El pagano afronta de forma directa sus objetivos; vosotros sois culpables de vuestra excesiva y persistente ensoñación. Si deseáis entrar al reino, ¿por qué no realizáis un asalto espiritual de igual manera que el pagano toma la ciudad que sitia? Apenas si sois merecedores del reino cuando una gran parte de vuestro servicio consiste en una actitud de lamentarse del pasado, quejarse del presente y ansiar vanamente el futuro.[...]" (p.1725§4; 155:1.3)

      Casi todo ser humano tiene algo a lo que se aferra como a un preciado mal, y que su entrada en el reino le requiere como parte del precio para ser admitido. (p.1802§3; 163:2.7)

 "Pero el Padre necesita que el afecto de sus hijos sea puro e íntegro. Se debe renunciar a cualquier cosa o persona que interfiera entre vosotros y el amor a la verdad del reino. [...]" (p.1803§5;163:3.3)

      Jesús enseñó que, por la fe, el creyente entra de inmediato en el reino. En diferentes  discursos enseñó que hay dos cosas esenciales para entrar en el reino por la fe:
           1. Fe, sinceridad. Acudir como un pequeño, para recibir el don de la filiación como un regalo; someterse a hacer la voluntad del Padre sin cuestionarla y con plena seguridad y genuina confianza  en la sabiduría del Padre; entrar al reino, libre de prejuicios y sin ideas preconcebidas; tener la mente abierta y dispuesta a aprender como un inocente niño.
           2. Ansia de verdad.  Sed de rectitud, cambio de actitud mental, proponerse ser como Dios y encontrar a Dios.( p.1861§2-4; 170:2.18)

      "Aquellos de vosotros que me sigáis de ahora en adelante debéis estar dispuestos a pagar el precio de la plena dedicación a hacer la voluntad de mi Padre. Si queréis ser mis discípulos, debéis estar dispuestos a abandonar padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas. Si cualquiera entre vosotros quiere ahora ser mi discípulo, debéis estar dispuestos a renunciar incluso a vuestra vida así como el Hijo del Hombre está a punto de ofrecer su vida para completar la misión de hacer la voluntad del Padre en la tierra y en la carne. [...]" (p.1869§4; 171:2.2)

       "Ahora bien, cada uno de vosotros debe sentarse y estimar el coste de ser mi discípulo. De ahora en adelante no podrás seguirnos para escuchar las enseñanzas y contemplar las obras; tendrás que enfrentarte a amargas persecuciones y dar prueba de este evangelio en momentos de apabullantes  decepciones. Si no estás dispuesto a renunciar a todo lo que eres  y a dedicar todo lo que tienes, no mereces ser mi discípulo. [...]" (p.1870§1; 171:2.4)