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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 148

LA PREPARACIÓN DE Los EVANGELISTAS EN BETSAIDA

 

9. LA CURACIÓN DEL PARALÍTICO

1666:5  148:9.1 El viernes por la tarde, 1 de octubre, Jesús estaba celebrando su última reunión con los apóstoles, los evangelistas y otros líderes del campamento en vías de disolverse; los seis fariseos de Jerusalén estaban sentados en la primera fila de esta asamblea, en la espaciosa habitación agrandada de la parte delantera de la casa de Zebedeo. Entonces se produjo uno de los episodios más extraños y singulares de toda la vida terrestre de Jesús. En aquel momento, el Maestro estaba hablando de pie en esta gran habitación, que había sido construída para acoger estas reuniones durante la estación de las lluvias. La casa estaba totalmente rodeada por una gran muchedumbre que agudizaba el oído para captar algunas palabras del discurso de Jesús.
1666:6  148:9.2 Mientras la casa estaba abarrotada de gente y totalmente rodeada de oyentes entusiastas, un hombre que llevaba mucho tiempo afligido de parálisis fue traído por sus amigos desde Cafarnaum en una pequeña litera. Este paralítico había oído que Jesús estaba a punto de marcharse de Betsaida, y después de hablar con Aarón el albañil, que había sido curado tan recientemente, decidió que le llevaran a la presencia de Jesús, donde podría buscar la curación. Sus amigos trataron de entrar en la casa de Zebedeo por la puerta de delante y por la de atrás, pero el gentío era demasiado compacto. Sin embargo, el paralítico se negó a darse por vencido; pidió a sus amigos que consiguieran unas escaleras, con las cuales subieron al tejado de la habitación en la que Jesús estaba hablando, y después de aflojar las tejas, bajaron audazmente al enfermo en su litera con unas cuerdas hasta que el afligido se encontró en el suelo directamente delante del Maestro. Cuando Jesús vio lo que habían hecho, dejó de hablar, mientras que los que estaban con él en la habitación se maravillaron de la perseverancia del enfermo y sus amigos. El paralítico dijo: "Maestro, no quisiera interrumpir tu enseñanza, pero estoy decidido a curarme. No soy como aquellos que recibieron la curación y se olvidaron enseguida de tu enseñanza. Quisiera curarme para poder servir en el reino de los cielos." A pesar de que la aflicción de este hombre se la había producido su propia vida disipada, al ver su fe, Jesús le dijo al paralítico: "Hijo, no temas; tus pecados están perdonados. Tu fe te salvará." "Son, fear not; your sins are forgiven. Your faith shall save you."
1667:1  148:9.3 Cuando los fariseos de Jerusalén, junto con otros escribas y juristas que estaban sentados con ellos, escucharon esta declaración de Jesús, empezaron a decirse entre ellos: "¿Cómo se atreve este hombre a hablar así? ¿No comprende que esas palabras son una blasfemia? ¿Quién puede perdonar los pecados si no Dios?" Al percibir en su espíritu que razonaban de esta manera en su propia mente y entre ellos, Jesús les dirigió la palabra, diciendo: "¿Por qué razonáis así en vuestro corazón? ¿Quiénes sois vosotros para juzgarme? ¿Qué diferencia hay entre decirle a este paralítico: tus pecados están perdonados, o decirle: levántate, coge tu litera y anda? Pero para que vosotros, que presenciáis todo esto, podáis saber definitivamente que el Hijo del Hombre tiene autoridad y poder en la tierra para perdonar los pecados, le diré a este hombre afligido: Levántate, recoge tu litera y vete a tu propia casa." Cuando Jesús hubo hablado así, el paralítico se levantó, los que estaban presentes le abrieron paso, y salió delante de todos ellos. Aquellos que vieron estas cosas se quedaron asombrados. Pedro disolvió la asamblea, mientras que muchos oraban y glorificaban a Dios, confesando que nunca habían visto antes unos acontecimientos tan extraordinarios.

1667:2  148:9.4 Los mensajeros del sanedrin llegaron más o menos en aquel momento para ordenar a los seis espías que regresaran a Jerusalén. Cuando escucharon este mensaje, emprendieron un serio debate entre ellos; una vez que terminaron de discutir, el jefe y dos de sus asociados regresaron con los mensajeros a Jerusalén, mientras que los otros tres espías fariseos confesaron su fe en Jesús y se dirigieron inmediatamente al lago, donde fueron bautizados por Pedro y admitidos por los apóstoles en la comunidad como hijos del reino.

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