ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 162 EN LA FIESTA DE Los TABERNÁCULos
1. Los PELIGROS DE LA VISITA A JERUSALÉN
1788:5 162:1.1 Mucho antes de que huyeran de Galilea, los seguidores de Jesús le habían suplicado que fuera a Jerusalén para proclamar el evangelio del reino, a fin de que su mensaje tuviera el prestigio de haber sido predicado en el centro de la cultura y de la erudición judías; pero ahora que había venido de hecho a Jerusalén para enseñar, temían por su vida. Sabiendo que el sanedrín había intentado llevar a Jesús a Jerusalén para juzgarlo, y al recordar las recientes declaraciones reiteradas del Maestro de que debía someterse a la muerte, los apóstoles se habían quedado literalmente pasmados ante su repentina decisión de asistir a la fiesta de los tabernáculos. A todas sus súplicas anteriores para que fuera a Jerusalén, Jesús había contestado: "Aún no ha llegado la hora." Ahora, ante sus protestas de temor, se limitaba a responder: "Pero ya ha llegado la hora."
1789:1 162:1.2 Durante la fiesta de los tabernáculos, Jesús entró audazmente en Jerusalén en varias ocasiones y enseñó públicamente en el templo. Hizo esto a pesar de los esfuerzos de sus apóstoles por disuadirlo. Aunque le habían insistido durante mucho tiempo para que proclamara su mensaje en Jerusalén, ahora temían verlo entrar en la ciudad en estos momentos, porque sabían muy bien que los escribas y los fariseos estaban decididos a llevarlo a la muerte.
1789:2 162:1.3 La audaz aparición de Jesús en Jerusalén confundió más que nunca a sus seguidores. Muchos discípulos suyos, e incluso el apóstol Judas Iscariote, se habían atrevido a pensar que Jesús había huido precipitadamente a Fenicia porque tenía miedo de los dirigentes judíos y de Herodes Antipas. No comprendían el significado de los desplazamientos del Maestro. Su presencia en Jerusalén en la fiesta de los tabernáculos, incluso en contra de los consejos de sus seguidores, bastó para poner fin definitivamente a todos los rumores sobre su miedo y su cobardía.
1789:3 162:1.4 Durante la fiesta de los tabernáculos, miles de creyentes de todas las partes del imperio romano vieron a Jesús, le oyeron enseñar, y muchos de ellos fueron incluso hasta Betania para conversar con él sobre el progreso del reino en sus regiones de origen.
1789:4 162:1.5 Había muchas razones para que Jesús pudiera predicar públicamente en los patios del templo durante los días de la fiesta; la razón principal era el miedo que se había adueñado de los oficiales del sanedrín a consecuencia de la secreta división de sentimientos que se había producido en sus propias filas. Era un hecho de que muchos miembros del sanedrín creían secretamente en Jesús o bien estaban decididamente en contra de que se le arrestara durante la fiesta, cuando tantísimos visitantes estaban presentes en Jerusalén, muchos de los cuales creían en él o al menos simpatizaban con el movimiento espiritual que patrocinaba.
1789:5 162:1.6 Los esfuerzos de Abner y de sus compañeros a través de Judea también habían contribuido mucho a consolidar un sentimiento favorable hacia el reino, de tal manera que los enemigos de Jesús no se atrevían a manifestar demasiado abiertamente su oposición. Ésta fue una de las razones por las que Jesús pudo visitar públicamente Jerusalén y salir de allí con vida. Uno o dos meses antes, le hubieran dado muerte con toda seguridad.
1789:6 162:1.7 El atrevimiento audaz de Jesús de aparecer públicamente en Jerusalén intimidó a sus enemigos; no estaban preparados para un desafío tan atrevido. Durante este mes, el sanedrín hizo débiles tentativas por arrestar al Maestro en varias ocasiones, pero estos esfuerzos no condujeron a nada. Sus enemigos estaban tan sorprendidos por la inesperada aparición pública de Jesús en Jerusalén, que supusieron que las autoridades romanas le habían prometido su protección. Como sabían que Felipe (el hermano de Herodes Antipas) era casi un discípulo de Jesús, los miembros del sanedrín consideraron que Felipe había obtenido unas promesas para proteger a Jesús de sus enemigos. Antes de que se dieran cuenta de que se habían equivocado al creer que su aparición repentina y audaz en Jerusalén se debía a un acuerdo secreto con los funcionarios romanos, Jesús ya había salido del territorio de su jurisdicción.
1789:7 162:1.8 Sólo los doce apóstoles sabían que Jesús se proponía asistir a la fiesta de los tabernáculos cuando partieron de Magadán. Los otros seguidores del Maestro se quedaron muy asombrados cuando apareció en los patios del templo y empezó a enseñar públicamente, y las autoridades judías se llevaron una sorpresa indescriptible cuando les informaron que estaba enseñando en el templo.
1790:1 162:1.9 Aunque los discípulos de Jesús no esperaban que asistiera a la fiesta, la gran mayoría de los peregrinos que venían de lejos, y que habían oído hablar de él, albergaban la esperanza de poder verlo en Jerusalén. Y no quedaron decepcionados, porque enseñó en diversas ocasiones en el Pórtico de Salomón y en otras partes de los patios del templo. En realidad, estas enseñanzas fueron la proclamación oficial o solemne de la divinidad de Jesús al pueblo judío y al mundo entero.
1790:2 162:1.10 Las opiniones de las multitudes que escuchaban las enseñanzas del Maestro estaban divididas. Unos decían que era un buen hombre; otros, que era un profeta; otros, que era realmente el Mesías; otros decían que era un intrigante malicioso, que desviaba a la gente con sus doctrinas extrañas. Sus enemigos dudaban en acusarlo abiertamente por temor a los creyentes que estaban a su favor, mientras que sus amigos temían reconocerlo abiertamente por temor a los dirigentes judíos, sabiendo que el sanedrín estaba decidido a matarlo. Pero incluso sus enemigos se maravillaban de su enseñanza, pues sabían que no había sido instruido en las escuelas de los rabinos.
1790:3 162:1.11 Cada vez que Jesús iba a Jerusalén, sus apóstoles se llenaban de terror. Día tras día, se sentían más atemorizados cuando escuchaban sus declaraciones cada vez más audaces sobre la naturaleza de su misión en la tierra. No estaban acostumbrados a escuchar a Jesús hacer unas proclamaciones tan rotundas y unas afirmaciones tan sorprendentes, ni siquiera cuando predicaba entre sus amigos.