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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 172

LA ENTRADA EN JERUSALÉN

 

1. EL SÁBADO EN BETANIA

1878:4  172:1.1 Los peregrinos que venían de fuera de Judea, así como las autoridades judías, se habían preguntado: "¿Qué pensáis? ¿Vendrá Jesús a la fiesta?" Por ello, la gente se alegró cuando escuchó que Jesús estaba en Betania, pero los jefes de los sacerdotes y de los fariseos estaban un poco perplejos. Se sentían contentos de tenerlo bajo su jurisdicción, pero estaban algo desconcertados por su audacia; recordaban que en su visita anterior a Betania, Lázaro había sido resucitado de entre los muertos, y Lázaro se estaba convirtiendo en un gran problema para los enemigos de Jesús.
1878:5  172:1.2 Seis días antes de la Pascua, la tarde después del sábado, todo Betania y todo Betfagé se reunió para celebrar la llegada de Jesús con un banquete público en la casa de Simón. Esta cena era en honor de Jesús y de Lázaro, y fue ofrecida desafiando al sanedrín. Marta dirigía el servicio de la comida; su hermana María se encontraba entre las espectadoras, porque era contrario a la costumbre de los judíos que una mujer se sentara en un banquete público. Los agentes del sanedrín estaban presentes, pero temían arrestar a Jesús en medio de sus amigos.
1879:1  172:1.3 Jesús conversó con Simón sobre el Josué de antaño, cuyo nombre era homónimo del suyo, y contó cómo Josué y los israelitas habían llegado a Jerusalén a través de Jericó. Al comentar la leyenda del derrumbamiento de las murallas de Jericó, Jesús dijo: "No me ocupo de esas murallas de ladrillo y de piedra; pero quisiera que las murallas del prejuicio, de la presunción y del odio se desmoronaran delante de esta predicación del amor del Padre por todos los hombres."
1879:2  172:1.4 El banquete continuó de una manera muy alegre y normal, salvo que todos los apóstoles estaban más serios que de costumbre. Jesús estaba excepcionalmente alegre y había jugado con los niños hasta el momento de sentarse a la mesa.

1879:3  172:1.5 No sucedió nada extraordinario hasta cerca del final del festín, cuando María, la hermana de Lázaro, se salió del grupo de espectadoras, avanzó hasta el lugar donde Jesús estaba reclinado como huésped de honor, y se puso a abrir un gran frasco de alabastro que contenía un ungüento muy raro y costoso. Después de ungir la cabeza del Maestro, empezó a verterlo sobre sus pies, y luego se soltó los cabellos para secárselos con ellos. El olor del ungüento impregnó toda la casa, y todos los presentes se asombraron por lo que María había hecho. Lázaro no dijo nada, pero cuando alguna gente murmuró manifestando su indignación porque un ungüento tan caro se utilizara de esta manera, Judas Iscariote se dirigió al lugar donde Andrés estaba reclinado y dijo: "¿Por qué no se ha vendido ese ungüento y se ha dado el dinero para alimentar a los pobres? Deberías decirle al Maestro que censure este derroche."
1879:4  172:1.6 Sabiendo lo que pensaban y escuchando lo que decían, Jesús puso su mano sobre la cabeza de María, que estaba arrodillada a su lado, y con una expresión de bondad en su rostro, dijo: "Que cada uno de vosotros la deje en paz. ¿Por qué la molestáis con esto, ya que ha hecho una buena cosa según su corazón? A vosotros que murmuráis y decís que este ungüento debería haberse vendido y el dinero entregado a los pobres, dejad que os diga que a los pobres los tendréis siempre con vosotros, de manera que podréis ayudarlos en cualquier momento que os parezca bien. Pero yo no estaré siempre con vosotros; pronto iré hacia mi Padre. Esta mujer ha guardado este ungüento durante mucho tiempo para cuando entierren mi cuerpo; y puesto que le ha parecido bien efectuar esta unción anticipándose a mi muerte, esa satisfacción no le será denegada. Al hacer esto, María os ha reprendido a todos, en el sentido de que con este acto manifiesta su fe en lo que he dicho sobre mi muerte y ascensión hacia mi Padre que está en los cielos. Esta mujer no será recriminada por lo que ha hecho esta noche; os digo más bien que en las eras por venir, en cualquier parte del mundo que se predique este evangelio, lo que ella ha hecho se contará en memoria suya."
1879:5  172:1.7 A causa de esta reprimenda, tomada por una recriminación personal, Judas Iscariote se decidió finalmente a buscar venganza para sus sentimientos heridos. Muchas veces había albergado estas ideas de manera subconsciente, pero ahora se atrevía a considerar estos pensamientos perversos en su mente clara y consciente. Otras muchas personas lo animaron en esta actitud, pues el precio de este ungüento equivalía al salario de un hombre durante un año —suficiente para abastecer de pan a cinco mil personas. Pero María amaba a Jesús; había adquirido este precioso ungüento para embalsamar su cuerpo después de muerto, pues creía en sus palabras cuando les advertía que debía morir; y no se le podía rehusar porque cambiara de idea y escogiera otorgar esta ofrenda al Maestro mientras aún estaba vivo.
1879:6  172:1.8 Tanto Lázaro como Marta sabían que María había tardado mucho tiempo en ahorrar el dinero destinado a comprar este frasco de nardo, y aprobaban por completo que actuara en este asunto según los deseos de su corazón, pues eran ricos y podían permitirse fácilmente hacer esta ofrenda.
1880:1  172:1.9 Cuando los jefes de los sacerdotes tuvieron noticia de esta cena en Betania en honor de Jesús y Lázaro, empezaron a consultarse para ver lo que debían hacer con Lázaro. Decidieron enseguida que Lázaro también tenía que morir. Concluyeron, con toda la razón, que sería inútil ejecutar a Jesús si dejaban vivir a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.

 

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