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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 172

LA ENTRADA EN JERUSALÉN

 

3. LA PARTIDA HACIA JERUSALÉN

1880:7  172:3.1 Betania estaba a unos tres kilómetros del templo, y era la una y media de aquel domingo por la tarde cuando Jesús se preparó para salir hacia Jerusalén. Sentía un profundo afecto por Betania y su gente sencilla. Nazaret, Cafarnaum y Jerusalén lo habían rechazado, pero Betania lo había aceptado, había creído en él. Fue en este pueblecito, en el que casi todos los hombres, mujeres y niños eran creyentes, donde Jesús escogió realizar la obra más poderosa de su donación terrenal: la resurrección de Lázaro. No resucitó a Lázaro para que los habitantes pudieran creer, sino más bien porque ya creían.
1880:8  172:3.2 Jesús había reflexionado toda la mañana sobre su entrada en Jerusalén. Hasta ese momento, siempre se había esforzado por impedir que el público lo aclamara como el Mesías, pero ahora la situación era diferente. Se estaba acercando al final de su carrera en la carne, el sanedrín había decretado su muerte, y no iba a pasar nada porque permitiera a sus discípulos que expresaran libremente sus sentimientos, tal como hubiera ocurrido si hubiera elegido hacer una entrada oficial y pública en la ciudad.
1881:1  172:3.3 Jesús no decidió efectuar esta entrada pública en Jerusalén como un último intento por hacerse con el favor popular, ni como una tentativa final para obtener el poder. Tampoco lo hizo del todo para satisfacer los anhelos humanos de sus discípulos y apóstoles. Jesús no albergaba ninguna de las ilusiones de un soñador fantasioso; sabía muy bien cuál iba a ser el desenlace de esta visita.
1881:2  172:3.4 Después de haber decidido hacer una entrada pública en Jerusalén, el Maestro se vio enfrentado a la necesidad de escoger un método apropiado para ejecutar esta resolución. Jesús reflexionó sobre las numerosas profecías, más o menos contradictorias, llamadas mesiánicas, pero sólo parecía haber una que pudiera seguir de manera apropiada. La mayoría de estas declaraciones proféticas describían a un rey, el hijo y sucesor de David, un hombre audaz y enérgico que liberaría temporalmente a todo Israel del yugo de la dominación extranjera. Pero había un pasaje en las Escrituras que a veces había sido asociado con el Mesías por parte de aquellos que más defendían el concepto espiritual de su misión; Jesús consideró que podría utilizar coherentemente este pasaje como guía para la entrada que proyectaba hacer en Jerusalén. Este escrito se encontraba en Zacarías y decía: "Regocíjate mucho, oh hija de Sion; da gritos de júbilo, oh hija de Jerusalén. He aquí que tu rey viene hacia ti. Es justo y trae la salvación. Viene como alguien humilde, montado en un asno, en un pollino, el hijo de una asna."

1881:3  172:3.5 Un rey guerrero siempre entraba en una ciudad montado a caballo; un rey en misión de paz y de amistad siempre entraba montado en un asno. Jesús no quería entrar en Jerusalén a lomos de un caballo, pero estaba dispuesto a entrar pacíficamente y con buena voluntad, subido en un burro, como el Hijo del Hombre.

1881:4  172:3.6 Jesús había intentado durante mucho tiempo, mediante una enseñanza directa, inculcar a sus apóstoles y a sus discípulos que su reino no era de este mundo, que se trataba de un asunto puramente espiritual; pero no había tenido éxito en este esfuerzo. Ahora quería intentar realizar, mediante un gesto simbólico, aquello que no había conseguido hacer por medio de una enseñanza clara y personal. En consecuencia, inmediatamente después del almuerzo, Jesús llamó a Pedro y a Juan y les ordenó que fueran a Betfagé, un pueblo vecino un poco retirado de la carretera principal, a corta distancia al noroeste de Betania. Les dijo además: "Id a Betfagé, y cuando lleguéis al cruce de los caminos, encontraréis el pollino de una burra atado allí. Desatad el pollino y traedlo con vosotros. Si alguien os pregunta por qué hacéis esto, decid simplemente: `El Maestro lo necesita.'" Cuando los dos apóstoles fueron a Betfagé tal como el Maestro les había ordenado, encontraron al pollino atado en la calle al lado de su madre y cerca de una casa de esquina. Mientras Pedro empezó a desatar el pollino, llegó el dueño y preguntó por qué hacían eso. Cuando Pedro le contestó lo que Jesús les había ordenado, el hombre dijo: "Si vuestro Maestro es Jesús de Galilea, el pollino está a su disposición." Y así regresaron llevando al pollino con ellos.
1881:5  172:3.7 Entretanto, varios cientos de peregrinos se habían reunido alrededor de Jesús y de sus apóstoles. Desde media mañana, los visitantes que pasaban camino de la Pascua se habían detenido allí. Mientras tanto, David Zebedeo y algunos de sus antiguos mensajeros decidieron dirigirse apresuradamente a Jerusalén, donde difundieron eficazmente la noticia, entre las multitudes de peregrinos que visitaban el templo, de que Jesús de Nazaret iba a hacer una entrada triunfal en la ciudad. En consecuencia, varios miles de estos visitantes acudieron en masa para saludar a este profeta, autor de prodigios, del que tanto se hablaba, y que algunos creían que era el Mesías. Esta multitud que salía de Jerusalén encontró a Jesús y al gentío que se dirigía hacia la ciudad poco después de que hubieran pasado la cima del Olivete, y hubieran empezado a descender hacia la ciudad.
1882:1  172:3.8 Cuando la procesión partió de Betania, había un gran entusiasmo en la alegre multitud de discípulos, creyentes y peregrinos visitantes, muchos de ellos procedentes de Galilea y Perea. Justo antes de partir, las doce mujeres del cuerpo femenino original, acompañadas por algunas de sus asociadas, llegaron al lugar y se unieron a esta procesión excepcional que se dirigía alegremente hacia la ciudad.
1882:2  172:3.9 Antes de partir, los gemelos Alfeo colocaron sus mantos encima del asno y lo sujetaron mientras se subía el Maestro. A medida que la procesión avanzaba hacia la cima del Olivete, la alegre multitud echaba al suelo sus prendas de vestir y traía ramas de los árboles cercanos para hacerle una alfombra de honor al asno que llevaba al Hijo real, al Mesías prometido. Mientras la multitud jubilosa continuaba avanzando hacia Jerusalén, empezaron a cantar, o más bien a gritar al unísono, el salmo: "Hosanna al hijo de David; bendito es el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas. Bendito sea el reino que desciende del cielo."
1882:3  172:3.10 Jesús se mostró alegre y jovial durante el trayecto hasta que llegó a la cumbre del Olivete, desde donde se tenía una vista panorámica sobre la ciudad y las torres del templo; el Maestro detuvo allí la procesión, y un gran silencio se apoderó de todos mientras lo veían llorar. Bajando la mirada sobre la inmensa multitud que salía de la ciudad para recibirlo, el Maestro, con mucha emoción y una voz llorosa, dijo: "¡Oh Jerusalén, si tan sólo hubieras conocido, tú también, al menos en este día tuyo, las cosas que pertenecen a tu paz, y que podrías haber tenido con tanta profusión! Pero ahora estas glorias están a punto de ocultarse a tus ojos. Estás a punto de rechazar al Hijo de la Paz y de volverle la espalda al evangelio de la salvación. Pronto vendrán los días en que tus enemigos abrirán una trinchera a tu alrededor, y te asediarán por todas partes; te destruirán por completo, de manera que no quedará piedra sobre piedra. Y todo esto te sucederá porque no has reconocido la hora de tu visita divina. Estás a punto de rechazar el regalo de Dios, y todos los hombres te rechazarán."
1882:4  172:3.11 Cuando hubo terminado de hablar, empezaron a descender del Olivete y pronto se reunieron con la multitud de visitantes que venía de Jerusalén ondeando ramas de palmera, gritando hosannas y expresando de otras maneras su regocijo y su buena hermandad. El Maestro no había planeado que estas multitudes salieran de Jerusalén para encontrarse con ellos; fue obra de otras personas. Nunca premeditó nada que fuera teatral.
1882:5  172:3.12 Junto con la multitud que afluía para dar la bienvenida al Maestro, también venían muchos fariseos y otros enemigos suyos. Estaban tan perturbados por esta explosión repentina e inesperada de aclamación popular, que tuvieron miedo de arrestarlo, por temor a que esta acción precipitara una revuelta abierta del populacho. Temían enormemente la actitud de la gran cantidad de visitantes, que habían oído hablar mucho de Jesús, y gran número de los cuales creían en él.
1882:6  172:3.13 Al acercarse a Jerusalén, la multitud se volvió más expresiva, tanto que algunos fariseos se abrieron paso hasta Jesús y dijeron: "Instructor, deberías reprender a tus discípulos y exhortarlos a que se comporten de una manera más correcta." Jesús respondió: "Es muy adecuado que estos hijos den la bienvenida al Hijo de la Paz, a quien los jefes de los sacerdotes han rechazado. Sería inútil detenerlos, no sea que estas piedras al borde del camino se pongan a gritar en su lugar."
1882:7  172:3.14 Los fariseos se apresuraron a adelantarse a la procesión para volver al sanedrín, que entonces estaba reunido en el templo, e informaron a sus colegas: "Mirad, todo lo que hacemos no sirve para nada; estamos confundidos por ese galileo. La gente se ha vuelto loca por él; si no detenemos a esos ignorantes, todo el mundo le seguirá."
1883:1  172:3.15 En realidad, no había que atribuir ningún significado profundo a esta explosión superficial y espontánea de entusiasmo popular. Esta bienvenida, aunque alegre y sincera, no representaba ninguna convicción real o profunda en el corazón de esta multitud jubilosa. Esta misma muchedumbre estuvo igualmente dispuesta a rechazar rápidamente a Jesús, más tarde aquella misma semana, en cuanto el sanedrín hubo tomado una posición firme y decidida contra él, cuando perdieron sus ilusiones —cuando se dieron cuenta de que Jesús no iba a establecer el reino de acuerdo con sus esperanzas albergadas durante mucho tiempo.
1883:2  172:3.16 Pero toda la ciudad estaba extraordinariamente agitada, de manera que todo el mundo preguntaba: "¿Quién es ese hombre?" Y la multitud contestaba: "Es Jesús de Nazaret, el profeta de Galilea."

 

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