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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 178

EL ÚLTIMO DÍA EN EL CAMPAMENTO

 

3. CAMINO DE LA CENA

1934:3  178:3.1 Procurando de nuevo evitar las multitudes que cruzaban el valle de Cedrón de acá para allá entre el parque de Getsemaní y Jerusalén, Jesús y los doce pasaron por la cresta occidental del Monte de los Olivos para llegar a la carretera que descendía desde Betania hasta la ciudad. Cuando se acercaron al lugar donde Jesús se había detenido la noche anterior para hablar de la destrucción de Jerusalén, se detuvieron inconscientemente y permanecieron allí contemplando en silencio la ciudad. Como iban un poco temprano, y puesto que Jesús no deseaba atravesar la ciudad hasta después de la puesta del sol, dijo a sus compañeros:

1934:4  178:3.2 "Sentaos y descansad mientras os hablo de lo que pronto debe suceder. Todos estos años he vivido con vosotros como hermanos; os he enseñado la verdad sobre el reino de los cielos y os he revelado los misterios del mismo. Mi padre ha hecho en verdad muchas obras maravillosas en conexión con mi misión en la tierra. Habéis sido testigos de todo esto y habéis participado en la experiencia de ser compañeros de trabajo de Dios. Y sois testigos de que os he advertido durante algún tiempo que dentro de poco tendré que regresar a la tarea que el Padre me ha asignado; os he dicho claramente que debo dejaros en el mundo para continuar la obra del reino. Con esta finalidad os seleccioné en las colinas de Cafarnaum. Ahora debéis prepararos para compartir con otros la experiencia que habéis tenido conmigo. Al igual que el Padre me envió a este mundo, estoy a punto de enviaros para que me representéis y terminéis la obra que he empezado.
1934:5  178:3.3 "Contempláis esa ciudad con tristeza, porque habéis escuchado mis palabras sobre el fin de Jerusalén. Os he prevenido de antemano para que no perezcáis en su destrucción y se retrase así la proclamación del evangelio del reino. Os advierto asímismo que tengáis cuidado y no os expongáis innecesariamente al peligro cuando vengan a llevarse al Hijo del Hombre. Es indispensable que me vaya, pero vosotros debéis quedaros para dar testimonio de este evangelio cuando yo me haya ido, tal como le ordené a Lázaro que huyera de la ira de los hombres, para que pudiera vivir y dar a conocer la gloria de Dios. Si es voluntad del Padre que me vaya, nada de lo que hagáis podrá frustrar el plan divino. Cuidad de vosotros mismos para que no os maten también. Que vuestras almas defiendan valientemente el evangelio con el poder del espíritu, pero no os equivoquéis tratando tontamente de defender al Hijo del Hombre. No necesito ninguna protección humana; los ejércitos del cielo están cerca en este mismo momento; pero estoy decidido a hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos, y por eso debemos someternos a lo que muy pronto nos va a suceder.
1934 :6  178:3.4 "Cuando veáis esta ciudad destruida, no olvidéis que ya habéis entrado en la vida eterna de servicio perpétuo en el reino siempre en progreso del cielo, e incluso del cielo de los cielos. Deberíais saber que hay muchas moradas en el universo de mi Padre y en el mío, y que a los hijos de la luz les espera allí la revelación de unas ciudades cuyo constructor es Dios y de unos mundos cuyas costumbres de vida son la rectitud y la alegría en la verdad. Os he traído el reino de los cielos aquí a la tierra, pero declaro que todos aquellos de vosotros que entren en él por la fe y permanezcan en él mediante el servicio viviente de la verdad, ascenderán con seguridad a los mundos superiores y se sentarán conmigo en el reino espiritual de nuestro Padre. Pero primero debéis ceñiros y completar la obra que habéis empezado conmigo. Primero debéis pasar por muchas tribulaciones y soportar muchas penas —y esas pruebas son ahora inminentes— y cuando hayáis terminado vuestro trabajo en la tierra, vendréis a mi alegría, al igual que yo he terminado la obra de mi Padre en la tierra, y estoy a punto de regresar a su abrazo."

1935:1  178:3.5 Cuando el Maestro terminó de hablar, se levantó y todos le siguieron mientras descendían el Olivete y entraban con él en la ciudad. Ninguno de los apóstoles, salvo tres, sabía adónde iban mientras caminaban por las estrechas calles a la caída de la noche. Las multitudes los empujaban, pero nadie los reconoció ni supo que el Hijo de Dios pasaba por allí camino de su última reunión como un ser mortal con sus embajadores escogidos del reino. Y los apóstoles tampoco sabían que uno de ellos mismos ya había empezado a conspirar para traicionar al Maestro y entregarlo a sus enemigos.
1935:2  178:3.6 Juan Marcos los había seguido todo el camino hasta la ciudad, y después de que hubieron entrado por la puerta, corrió por otra calle, de manera que los estaba esperando para recibirlos cuando llegaran a la casa de su padre.

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