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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 179

LA ÚLTIMA CENA

 

1. EL DESEO DE SER PREFERIDO

1936:6  179:1.1 Cuando los apóstoles fueron conducidos al piso superior por Juan Marcos, contemplaron una sala amplia y cómoda que estaba completamente preparada la cena, y observaron que el pan, el vino, el agua y las hierbas estaban dispuestos en un extremo de la mesa. Salvo en este extremo donde se encontraban el pan y el vino, esta larga mesa estaba rodeada por trece triclinios, tal como hubiera estado preparada para la celebración de la Pascua en una familia judía adinerada.
1936:7  179:1.2 Mientras los doce entraban en esta habitación de arriba, observaron justo por dentro de la puerta los cántaros de agua, las palanganas y las toallas para lavar sus pies polvorientos; y puesto que no estaba previsto que ningún criado hiciera este servicio, los apóstoles empezaron a mirarse entre sí en cuanto Juan Marcos los hubo dejado, y cada uno empezó a pensar para sus adentros: ¿Quién va a lavarnos los pies? Y cada cual pensó igualmente que él no sería el que actuaría en apariencia como servidor de los demás.
1937:1  179:1.3 Mientras permanecían allí de pie con este dilema en el corazón, examinaron la disposición de los asientos en la mesa, y observaron el diván más elevado del anfitrión, con un lecho a la derecha y los otros once dispuestos alrededor de la mesa, hasta llegar al asiento opuesto a este segundo asiento de honor situado a la derecha del anfitrión.
1937:2  179:1.4 Esperaban la llegada del Maestro en cualquier momento, pero tenían la incertidumbre de si debían sentarse o esperar a que viniera para que les asignara sus sitios. Mientras titubeaban, Judas se dirigió al asiento de honor, a la izquierda del anfitrión, y manifestó que tenía la intención de recostarse allí como convidado preferido. Este acto de Judas provocó inmediatamente una violenta disputa entre los demás apóstoles. Apenas acababa Judas de ocupar el asiento de honor cuando Juan Zebedeo reclamó para sí el siguiente asiento preferido, el que se encontraba a la derecha del anfitrión. Simón Pedro se enfureció tanto con esta presunción de Judas y de Juan por ocupar los lugares de preferencia que, mientras los demás apóstoles observaban irritados, caminó alrededor de la mesa y se situó en el lecho más bajo, al final de la fila de asientos, exactamente enfrente del que había escogido Juan Zebedeo. Puesto que otros apóstoles habían ocupado los asientos elevados, Pedro pensó en elegir el más bajo, y lo hizo no solamente para protestar contra el orgullo indecente de sus hermanos, sino con la esperanza de que Jesús, cuando entrara y lo viera en el lugar menos honorífico, lo hiciera subir a uno más elevado, desplazando así a otro que se había atrevido a honrarse a sí mismo.
1937:3  179:1.5 Con las posiciones más elevadas y más bajas ya ocupadas, los demás apóstoles escogieron sus sitios, algunos cerca de Judas y otros cerca de Pedro, hasta que todos estuvieron instalados. Estaban sentados alrededor de la mesa en forma de U, en estos divanes reclinados, en el orden siguiente: a la derecha del Maestro, Juan; a la izquierda, Judas, Simón Celotes, Mateo, Santiago Zebedeo, Andrés, los gemelos Alfeo, Felipe, Natanael, Tomás y Simón Pedro.

1937:4  179:1.6 Están reunidos para celebrar, al menos en espíritu, una institución que databa incluso de un período anterior a Moisés y que se refería a la época en que sus antepasados eran esclavos en Egipto. Esta cena es su último encuentro con Jesús, e incluso en esta ocasión solemne, bajo la dirección de Judas, los apóstoles se dejan llevar una vez más por su vieja predilección por el honor, la preferencia y la exaltación personal.

1937:5  179:1.7 Aún estaban diciéndose recriminaciones irritadas cuando el Maestro apareció en la puerta, donde vaciló un instante mientras una expresión de desencanto se deslizaba lentamente por su rostro. Sin hacer ningún comentario se dirigió a su sitio, y no cambió la distribución de los asientos.
1937:6  179:1.8 Ahora estaban preparados para empezar la cena, salvo que aún no se habían lavado los pies, y que su estado de ánimo era de todo menos agradable. Cuando el Maestro llegó, aún se estaban haciendo comentarios desfavorables unos a otros, por no decir nada de los pensamientos de algunos de ellos, que tenían el suficiente control emocional como para abstenerse de expresar públicamente sus sentimientos.

 

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