ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 179 LA ÚLTIMA CENA
1937:7 179:2.1 Después de que el Maestro hubiera ocupado su lugar, no se dijo ni una palabra durante unos momentos. Jesús los examinó a todos y suavizó la tensión con una sonrisa, diciendo: "He deseado mucho comer esta Pascua con vosotros. Quería comer una vez más con vosotros antes de mi sufrimiento, y sabiendo que mi hora ha llegado, he organizado esta cena con vosotros para esta noche porque, en cuanto al mañana, todos estamos en las manos del Padre, cuya voluntad he venido a hacer. No volveré a comer con vosotros hasta que os sentéis conmigo en el reino que mi Padre me dará cuando haya terminado aquello para lo que me envió a este mundo."
1938:1 179:2.2 Después de haber mezclado el agua y el vino, trajeron la copa a Jesús, y cuando la hubo recibido de las manos de Tadeo, la sostuvo mientras daba gracias. Cuando hubo terminado de dar gracias, dijo: "Tomad esta copa y compartidla entre vosotros, y cuando la bebáis, sabed que no volveré a beber con vosotros el fruto de la vid, puesto que ésta es nuestra última cena. Cuando nos sentemos de nuevo de esta manera, será en el reino venidero."
1938:2 179:2.3 Jesús empezó a hablar así a sus apóstoles porque sabía que su hora había llegado. Comprendía que había llegado el momento en que debía regresar al Padre, y que su obra en la tierra estaba casi terminada. El Maestro sabía que había revelado el amor del Padre en la tierra y había mostrado su misericordia a la humanidad, y que había completado aquello para lo que había venido al mundo, incluído el recibir todo el poder y la autoridad en el cielo y en la tierra. Asímismo, sabía que Judas Iscariote había decidido plenamente entregarlo esta noche en manos de sus enemigos. Se daba cuenta plenamente de que esta pérfida traición era obra de Judas, pero que también agradaba a Lucifer, Satanás y Caligastia, el príncipe de las tinieblas. Pero no le temía a ninguno de los que perseguían su derrota espiritual, así como tampoco a los que buscaban su muerte física. El Maestro sólo tenía una inquietud, y era la seguridad y la salvación de sus seguidores escogidos. Y así, sabiendo plenamente que el Padre había puesto todas las cosas bajo su autoridad, el Maestro se preparó ahora para poner en práctica la parábola del amor fraterno.