ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 180 EL DISCURSO DE DESPEDIDA
1949:3 180:5.1 El nuevo ayudante que Jesús prometió enviar al corazón de los creyentes, derramar sobre todo el género humano, es el Espíritu de la Verdad. Este don divino no es la letra o la ley de la verdad, ni tampoco está destinado a funcionar como la forma o la expresión de la verdad. El nuevo instructor es la convicción de la verdad, la conciencia y la seguridad de los verdaderos significados en los niveles espirituales reales. Este nuevo instructor es el espíritu de la verdad viviente y creciente, de la verdad que se expande, se desarrolla y se adapta.
1949:4 180:5.2 La verdad divina es una realidad viviente que es percibida por el espíritu. La verdad sólo existe en los niveles espirituales superiores de la comprensión de la divinidad y de la conciencia de la comunión con Dios. Podéis conocer la verdad, y podéis vivir la verdad; podéis experimentar el crecimiento de la verdad en el alma, y gozar de la libertad que su luz aporta a la mente, pero no podéis aprisionar la verdad en unas fórmulas, códigos, credos o modelos intelectuales de conducta humana. Cuando intentáis formular humanamente la verdad divina, ésta muere rápidamente. Incluso en el mejor de los casos, el salvamento póstumo de la verdad aprisionada sólo puede terminar en la realización de una forma particular de sabiduría intelectual glorificada. La verdad estática es una verdad muerta, y sólo la verdad muerta puede ser formulada en una teoría. La verdad viviente es dinámica y sólo puede gozar de una existencia experiencial en la mente humana.
1949:5 180:5.3 La inteligencia tiene su origen en una existencia material que está iluminada por la presencia de la mente cósmica. La sabiduría consta de la conciencia del conocimiento, elevada a nuevos niveles de significados, y activada por la presencia de la dotación universal del espíritu ayudante de la sabiduría. La verdad es un valor de la realidad espiritual que sólo lo experimentan los seres dotados de espíritu que ejercen su actividad en los niveles supermateriales de conciencia del universo, y que después de reconocer la verdad, permiten que su espíritu activador viva y reine en sus almas.
1949:6 180:5.4 El verdadero hijo que posee perspicacia universal busca al Espíritu viviente de la Verdad en toda palabra sabia. La persona que conoce a Dios eleva constantemente la sabiduría a los niveles de verdad viviente donde se alcanza la divinidad; el alma que no progresa espiritualmente arrastra todo el tiempo a la verdad viviente hacia los niveles muertos de la sabiduría y hacia los dominios de la simple exaltación del conocimiento.
1949:7 180:5.5 Cuando la regla de oro está despojada de la perspicacia suprahumana del Espíritu de la Verdad, no es nada más que una regla de conducta altamente ética. Cuando la regla de oro se interpreta literalmente, puede convertirse en un instrumento muy ofensivo para vuestros semejantes. Sin un discernimiento espiritual de la regla de oro de la sabiduría, podéis razonar que, puesto que deseáis que todos los hombres os digan con franqueza toda la verdad que tienen en su mente, vosotros deberíais expresarles de manera franca y total todos los pensamientos de vuestra mente. Una interpretación tan poco espiritual de la regla de oro podría ocasionar una infelicidad indecible y unas penas sin fin.
1950:1 180:5.6 Algunas personas disciernen e interpretan la regla de oro como una afirmación puramente intelectual de la fraternidad humana. Otras experimentan esta expresión de las relaciones humanas como una satisfacción emocional de los tiernos sentimientos de la personalidad humana. Otros mortales reconocen esta misma regla de oro como la vara que mide todas las relaciones sociales, el modelo de la conducta social. Y otros aún la consideran como el mandato positivo de un gran instructor moral, que incorporó en esta declaración el concepto más elevado de la obligación moral en lo concerniente a todas las relaciones fraternales. En la vida de esos seres morales, la regla de oro se convierte en el centro sabio y la circunferencia de toda su filosofía.
1950:2 180:5.7 En el reino de la fraternidad creyente de los amantes de la verdad que conocen a Dios, esta regla de oro adquiere cualidades vivientes de realización espiritual en aquellos niveles superiores de interpretación que inducen a los hijos mortales de Dios a considerar que este mandato del Maestro les exige que se relacionen con sus semejantes de tal manera, que éstos reciban el mayor bien posible como resultado de su contacto con los creyentes. Ésta es la esencia de la verdadera religión: que améis a vuestro prójimo como a vosotros mismos.
1950:3 180:5.8 Pero la comprensión más elevada y la interpretación más verdadera de la regla de oro consiste en la conciencia del espíritu de la verdad de la realidad perdurable y viviente de esta declaración divina. El verdadero significado cósmico de esta regla de las relaciones universales solamente se revela en su comprensión espiritual, en la interpretación que el espíritu del Hijo hace de la ley de la conducta al espíritu del Padre que reside en el alma del hombre mortal. Cuando esos mortales conducidos por el espíritu se dan cuenta del verdadero significado de esta regla de oro, se llenan a rebosar con la certeza de ser ciudadanos de un universo amistoso, y sus ideales de realidad espiritual sólo se satisfacen cuando aman a sus semejantes como Jesús nos amó a todos. Ésta es la realidad de la comprensión del amor de Dios.
1950:4 180:5.9 Esta misma filosofía de flexibilidad viviente y de adaptabilidad cósmica de la verdad divina a las necesidades y capacidades individuales de cada hijo de Dios, ha de ser percibida antes de que podáis esperar comprender adecuadamente la enseñanza y la práctica del Maestro de la no resistencia al mal. La enseñanza del Maestro es básicamente una declaración espiritual. Incluso las implicaciones materiales de su filosofía no pueden considerarse con utilidad independientemente de sus correlaciones espirituales. El espíritu del mandato del Maestro consiste en no oponer resistencia a todas las reacciones egoístas hacia el universo, y al mismo tiempo alcanzar de manera dinámica y progresiva los niveles rectos de los verdaderos valores espirituales: la belleza divina, la bondad infinita y la verdad eterna —conocer a Dios y volverse cada vez más como él.
1950:5 180:5.10 El amor, el altruismo, debe someterse a una interpretación readaptativa constante y viviente de las relaciones, en conformidad con las directrices del Espíritu de la Verdad. El amor debe captar así los conceptos ampliados y siempre cambiantes del bien cósmico más elevado para la persona que es amada. Luego, el amor continúa adoptando esta misma actitud hacia todas las demás personas que quizás pudieran ser influidas por las relaciones crecientes y vivientes del amor que un mortal conducido por el espíritu siente por otros ciudadanos del universo. Toda esta adaptación viviente del amor debe efectuarse a la luz del entorno de mal presente y de la meta eterna de la perfección del destino divino.
1950:6 180:5.11 Y así, tenemos que reconocer claramente que ni la regla de oro ni la enseñanza de la no resistencia se pueden entender nunca correctamente como dogmas o preceptos. Sólo se pueden comprender viviéndolas, percatándose de sus significados en la interpretación viviente del Espíritu de la Verdad, que dirige el contacto afectuoso entre los seres humanos.
1951:1 180:5.12 Y todo esto indica claramente la diferencia entre la antigua religión y la nueva. La antigua religión enseñaba la abnegación; la nueva religión sólo enseña el olvido de sí mismo, una autorrealización elevada gracias al servicio social unido a la comprensión del universo. La antigua religión estaba motivada por la conciencia del miedo; el nuevo evangelio del reino está dominado por la convicción de la verdad, el espíritu de la verdad eterna y universal. En la experiencia de la vida de los creyentes en el reino, ninguna cantidad de piedad o de lealtad a un credo puede compensar la ausencia de esa amabilidad espontánea, generosa y sincera que caracteriza a los hijos del Dios viviente nacidos del espíritu. Ni la tradición, ni un sistema ceremonial de culto oficial pueden compensar la falta de compasión auténtica por nuestros semejantes.