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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 184

ANTE EL TRIBUNAL DEL SANEDRÍN

 

3. ANTE EL TRIBUNAL DE Los SANEDRISTAS

1982:2  184:3.1 Eran aproxidadamente las tres y media de la madrugada de este viernes cuando el sumo sacerdote, Caifás, declaró constituido el tribunal sanedrista de investigación y pidió que Jesús fuera traído ante ellos para ser juzgado oficialmente. En tres ocasiones anteriores, el sanedrín, por una gran mayoría de votos, había decretado la muerte de Jesús, había decidido que merecía la muerte basándose en las acusaciones irregulares de transgredir la ley, blasfemar y burlarse de las tradiciones de los padres de Israel.
1982:3  184:3.2 Esta reunión del sanedrín no se había convocado de manera regular y no se celebraba en el lugar habitual, la cámara de piedras labradas del templo. Se trataba de un tribunal especial compuesto por unos treinta sanedristas, y se había convocado en el palacio del sumo sacerdote. Juan Zebedeo estuvo presente con Jesús durante todo este pretendido juicio.
1982:4  184:3.3 ¡Cuánto se vanagloriaban estos jefes de los sacerdotes, escribas, saduceos y algunos fariseos, de que este Jesús que había comprometido su posición social y desafiado su autoridad, estuviera ahora seguro entre sus manos! Y estaban decididos a no dejarlo escapar vivo de sus garras vengativas.
1982:5  184:3.4 Normalmente, cuando los judíos juzgaban a un hombre por un delito capital, procedían con una gran cautela y proporcionaban todas las garantías de la equidad en la selección de los testigos y en toda la conducta del juicio. Pero en esta ocasión, Caifás era más un fiscal que un juez imparcial.

1982:6  184:3.5 Jesús apareció ante este tribunal vestido con su ropa habitual y con las manos atadas detrás de la espalda. Todo el tribunal se quedó sorprendido y algo confuso por su aspecto majestuoso. Nunca habían contemplado a un preso semejante ni habían presenciado aquella sangre fría en un hombre que podía perder la vida.

1982:7  184:3.6 La ley judía exigía que al menos dos testigos estuvieran de acuerdo en un punto cualquiera antes de que se pudiera hacer una acusación contra un preso. Judas no podía servir de testigo contra Jesús, porque la ley judía prohibía expresamente el testimonio de un traidor. Más de veinte falsos testigos estaban disponibles para testificar contra Jesús, pero sus declaraciones eran tan contradictorias y tan evidentemente inventadas que los mismos sanedristas se sentían bastante avergonzados con el espectáculo. Jesús permanecía allí de pie, mirando con benignidad a aquellos perjuros, y su mismo semblante desconcertaba a los testigos mentirosos. Durante todos estos falsos testimonios, el Maestro no dijo ni una sola palabra; no respondió a ninguna de sus numerosas falsas acusaciones.
1982:8  184:3.7 La primera vez que dos de los testigos se acercaron algo a una apariencia de acuerdo fue cuando dos hombres atestiguaron que habían escuchado decir a Jesús, en el transcurso de uno de sus discursos en el templo, que "destruiría este templo hecho por las manos del hombre y en tres días construiría otro templo sin emplear las manos del hombre." Aquello no era exactamente lo que Jesús había dicho, aparte del hecho de que había señalado su propio cuerpo cuando hizo aquel comentario.
1982:9  184:3.8 Aunque el sumo sacerdote le gritó a Jesús: "¿No contestas a ninguna de estas acusaciones?", Jesús no abrió la boca. Permaneció allí en silencio mientras todos aquellos falsos testigos prestaban sus declaraciones. El odio, el fanatismo y la exageración sin escrúpulos caracterizaban de tal manera las palabras de aquellos perjuros, que sus testimonios caían por su propio peso. La mejor refutación de aquellas falsas acusaciones era el silencio sosegado y majestuoso del Maestro.
1983:1  184:3.9 Anás llegó poco después de que los falsos testigos empezaran a declarar, y tomó asiento al lado de Caifás. Anás se levantó entonces para argumentar que aquella amenaza de Jesús de destruir el templo era suficiente para justificar tres cargos contra él:

1. Que era un peligroso embaucador del pueblo. Que les enseñaba cosas imposibles y que los engañaba de otras maneras.
2. Que era un revolucionario fanático pues abogaba por el empleo de la violencia contra el templo sagrado, porque ¿cómo podría destruirlo de otra manera?
3. Que enseñaba la magia, puesto que prometía construir un nuevo templo, y sin ayudarse con las manos.

1983:5  184:3.10 Todo el sanedrín ya estaba de acuerdo en que Jesús era culpable de unas transgresiones de las leyes judías que merecían la muerte, pero ahora les preocupaba más preparar unas acusaciones relacionadas con su conducta y sus enseñanzas, que justificaran la sentencia de muerte que Pilatos debería pronunciar contra su preso. Sabían que tenían que obtener el consentimiento del gobernador romano antes de poder ejecutar legalmente a Jesús. Anás se sentía inclinado a seguir el método de hacer aparecer a Jesús como un peligroso educador que no podía estar por la calle entre la gente.
1983:6  184:3.11 Pero Caifás ya no podía soportar más la vista del Maestro, que permanecía allí de pie con una serenidad perfecta y en un absoluto silencio. Pensó que conocía al menos una manera de incitar al preso a hablar. En consecuencia, se precipitó hacia Jesús, agitó un dedo acusador delante del rostro del Maestro, y dijo: "En nombre del Dios vivo, te ordeno que nos digas si eres el Libertador, el Hijo de Dios." Jesús contestó a Caifás: "Lo soy. Pronto iré hacia el Padre, y dentro de poco el Hijo del Hombre será revestido de poder y reinará de nuevo sobre las huestes del cielo."
1983:7  184:3.12 Cuando el sumo sacerdote escuchó a Jesús pronunciar estas palabras, se encolerizó enormemente, y rasgando sus vestiduras exteriores, exclamó: "¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Mirad, ahora todos habéis escuchado la blasfemia de este hombre. ¿Qué pensáis ahora que podemos hacer con este blasfemo y transgresor de la ley?" Y todos contestaron al unísono: "Merece la muerte; que sea crucificado."
1983:8  184:3.13 Jesús no manifestó interés por ninguna de las preguntas que le hicieron cuando estaba delante de Anás o de los sanedristas, exceptuando la única pregunta relacionada con su misión donadora. Cuando se le preguntó si era el Hijo de Dios, contestó afirmativamente de manera instantánea e inequívoca.
1983:9  184:3.14 Anás deseaba que continuara el juicio y que se formularan unas acusaciones bien definidas en cuanto a la relación de Jesús con la ley y las instituciones romanas, para presentarlas posteriormente a Pilatos. Los consejeros estaban impacientes por terminar rápidamente este asunto, no sólo porque era el día de la preparación de la Pascua y no se podía hacer ningún trabajo seglar después del mediodía, sino también porque temían que Pilatos regresara en cualquier momento a Cesarea, la capital romana de Judea, puesto que sólo estaba en Jerusalén para la celebración de la Pascua.
1983:10  184:3.15 Pero Anás no logró conservar el control del tribunal. Después de que Jesús contestara tan inesperadamente a Caifás, el sumo sacerdote se adelantó y lo abofeteó. Anás se quedó verdaderamente impresionado cuando los otros miembros del tribunal escupieron a Jesús a la cara al salir de la sala, y muchos de ellos lo abofetearon burlonamente con la palma de la mano. Y así terminó, a las cuatro y media de la mañana, esta primera sesión del juicio de Jesús por parte de los sanedristas, en desorden y en medio de una confusión inaudita.

1984:1  184:3.16 Treinta falsos jueces llenos de prejuicios y cegados por la tradición, con sus falsos testigos, se atreven a sentarse a juzgar al justo Creador de un universo. Y estos acusadores apasionados están exasperados por el silencio majestuoso y el magnífico comportamiento de este Dios-hombre. Su silencio es terrible de soportar; su palabra es un reto intrépido. Permanece impasible ante sus amenazas e impávido ante sus ataques. El hombre juzga a Dios, pero incluso en ese momento Dios los ama y los salvaría si pudiera.

 

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