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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 184

ANTE EL TRIBUNAL DEL SANEDRÍN

 

4. LA HORA DE LA HUMILLACIÓN

1984:2  184:4.1 En la cuestión de pronunciar una sentencia de muerte, la ley judía exigía que el tribunal celebrara dos sesiones. Esta segunda sesión debía tener lugar al día siguiente de la primera, y los miembros del tribunal debían pasar las horas intermedias ayunando y lamentándose. Pero estos hombres no podían esperar al día siguiente para confirmar su decisión de que Jesús debía morir. Sólo esperaron una hora. Mientras tanto, dejaron a Jesús en la sala de audiencia al cuidado de los guardias del templo, que junto con los criados del sumo sacerdote, se divirtieron acumulando todo tipo de indignidades sobre el Hijo del Hombre. Se burlaron de él, le escupieron y lo abofetearon cruelmente. Le golpeaban en la cara con una vara y luego le decían: "Profetiza, Libertador, y dinos quién te ha golpeado." Continuaron así durante una hora entera, ultrajando y maltratando a este hombre de Galilea que no ofrecía resistencia.
1984:3  184:4.2 Durante esta hora trágica de sufrimientos y de juicios burlescos a manos de los guardias y criados ignorantes e insensibles, Juan Zebedeo estuvo esperando a solas, lleno de terror, en una habitación contigua. Cuando empezaron estos abusos, Jesús le indicó a Juan con un gesto de la cabeza que debía retirarse. El Maestro sabía muy bien que si permitía a su apóstol permanecer en la sala presenciando estas indignidades, se despertaría en Juan tal resentimiento que le hubiera conducido a una explosión de protesta indignada que probablemente le hubiera costado la vida.
1984:4  184:4.3 Durante esta hora espantosa, Jesús no pronunció ni una palabra. Para este alma humana dulce y sensible, unida en una relación de personalidad con el Dios de todo este universo, no hubo un período más amargo en la copa de su humillación que esta hora terrible a merced de estos guardias y criados ignorantes y crueles, que se habían sentido estimulados a maltratarlo debido al ejemplo de los miembros de este pretendido tribunal sanedrista.

1984:5  184:4.4 El corazón humano quizás no puede concebir el escalofrío de indignación que recorrió un enorme universo, mientras las inteligencias celestiales presenciaban este espectáculo de su amado Soberano sometiéndose a la voluntad de sus criaturas ignorantes y desviadas, en la esfera ensombrecida por el pecado de la desafortunada Urantia.
1984:6  184:4.5 ¿Qué es esa característica animal en el hombre que le conduce a querer insultar y atacar físicamente aquello que no puede alcanzar espiritualmente ni conseguir intelectualmente? Aún se esconde en el hombre medio civilizado una malvada brutalidad que intenta desahogarse en aquellos que son superiores en sabiduría y en logros espirituales. Observad la malvada tosquedad y la brutal ferocidad de estos hombres supuestamente civilizados, mientras obtenían cierta forma de placer animal atacando físicamente al Hijo del Hombre que no ofrecía resistencia. Mientras estos insultos, burlas y golpes caían sobre Jesús, él no se defendía, pero no estaba indefenso. Jesús no estaba derrotado, se limitaba a no luchar en el sentido material.
1985:1  184:4.6 Éstos son los momentos de las mayores victorias del Maestro en toda su larga y extraordinaria carrera como autor, sostén y salvador de un enorme y extenso universo. Después de vivir hasta su plenitud una vida revelando Dios al hombre, Jesús está dedicado ahora a revelar el hombre a Dios de una manera nueva y sin precedentes. Jesús está revelando ahora a los mundos la victoria final sobre todos los temores del aislamiento de la personalidad que siente la criatura. El Hijo del Hombre ha conseguido finalmente realizar su identidad como Hijo de Dios. Jesús no duda en afirmar que él y el Padre son uno; y basándose en el hecho y la verdad de esta experiencia suprema y celeste, exhorta a todo creyente en el reino a que se vuelva uno con él, como él y su Padre son uno. La experiencia viviente en la religión de Jesús se convierte así en la técnica cierta y segura mediante la cual los mortales de la tierra, espiritualmente aislados y cósmicamente solitarios, consiguen escapar del aislamiento de la personalidad, con todos sus efectos de temores y de sentimientos de impotencia asociados. En las realidades fraternales del reino de los cielos, los hijos de Dios por la fe encuentran su liberación final del aislamiento del yo, tanto de manera personal como planetaria. El creyente que conoce a Dios experimenta cada vez más el éxtasis y la grandeza de la socialización espiritual a escala del universo —la ciudadanía en el cielo asociada a la realización eterna del destino divino consistente en alcanzar la perfección.

 

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