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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 189

LA RESURRECCIÓN

 

4. EL DESCUBRIMIENTO DE LA TUMBA VACÍA

2025:2  189:4.1 Al acercarse el momento de la resurrección de Jesús este domingo de madrugada, hay que recordar que los diez apóstoles se alojaban en la casa de Elías y María Marcos, donde estaban durmiendo en la habitación de arriba, descansando en los mismos divanes en los que se habían reclinado durante la última cena con su Maestro. Este domingo por la mañana, todos estaban reunidos allí, excepto Tomás. Tomás estuvo con ellos durante unos minutos cuando se reunieron inicialmente a últimas horas del sábado por la noche, pero la visión de los apóstoles, unida a la idea de lo que le había sucedido a Jesús, fue demasiado para él. Echó una ojeada a sus compañeros y abandonó inmediatamente la habitación, encaminándose a la casa de Simón en Betfagé, donde pensaba lamentarse de sus penas en la soledad. Todos los apóstoles sufrían, no tanto debido a la duda y a la desesperación como al temor, la pena y la vergüenza.

2025:3  189:4.2 En la casa de Nicodemo se encontraban reunidos, con David Zebedeo y José de Arimatea, unos doce o quince discípulos de Jesús de los más sobresalientes en Jerusalén. En la casa de José de Arimatea había unas quince o veinte de las principales mujeres creyentes. Estas mujeres eran las únicas que se encontraban en la casa de José, y habían permanecido encerradas durante las horas del sábado y la noche después del sábado, de manera que ignoraban que una guardia militar vigilaba la tumba; tampoco sabían que habían rodado una segunda piedra delante de la tumba, y que el sello de Pilatos había sido colocado en las dos piedras.
2025:4  189:4.3 Un poco antes de las tres de este domingo por la mañana, cuando los primeros signos del amanecer empezaron a aparecer hacia el este, cinco de estas mujeres partieron para la tumba de Jesús. Habían preparado en abundancia unas lociones especiales para embalsamar, y llevaban consigo numerosos vendajes de lino. Tenían la intención de aplicar con más esmero los ungüentos fúnebres en el cuerpo de Jesús y de envolverlo más cuidadosamente en los nuevos vendajes.
2025:5  189:4.4 Las mujeres que salieron con esta misión de ungir el cuerpo de Jesús fueron: María Magdalena, María la madre de los gemelos Alfeo, Salomé la madre de los hermanos Zebedeo, Juana la mujer de Chuza y Susana la hija de Ezra de Alejandría.
2025:6  189:4.5 Eran aproximadamente las tres y media cuando las cinco mujeres, cargadas con sus ungüentos, llegaron delante de la tumba vacía. En el momento de salir por la puerta de Damasco, se encontraron con algunos soldados más o menos sobrecogidos de terror que huían hacia el interior de la ciudad, y esto hizo que se detuvieran durante unos minutos; pero como no sucedía nada más, reanudaron su camino.
2025:7  189:4.6 Se quedaron enormemente sorprendidas cuando vieron que la piedra estaba apartada de la entrada de la tumba, ya que durante el camino habían comentado entre ellas: "¿Quién nos ayudará a apartar la piedra?" Depositaron su carga en el suelo y empezaron a mirarse unas a otras asustadas y con una gran estupefacción. Mientras permanecían allí, temblando de miedo, María Magdalena se aventuró a rodear la piedra más pequeña y se atrevió a entrar en el sepulcro abierto. Esta tumba de José estaba situada en su jardín, en la ladera de la parte oriental de la carretera, y también miraba hacia el este. A esta hora había la suficiente claridad de un nuevo día como para que María pudiera ver el lugar donde había reposado el cuerpo del Maestro, y percibir que ya no estaba allí. En el nicho de piedra donde habían puesto a Jesús, María sólo vio el paño doblado donde había reposado su cabeza y los vendajes con los que había sido envuelto, que yacían intactos y tal como habían descansado en la piedra antes de que las huestes celestiales sacaran el cuerpo. La sábana que lo cubría yacía a los pies del nicho fúnebre.
2026:1  189:4.7 Después de que María hubo permanecido unos momentos en la entrada de la tumba (al principio no distinguía con claridad cuando entró en ella), vio que el cuerpo de Jesús ya no estaba y que en su lugar sólo quedaban estos lienzos fúnebres, y dio un grito de alarma y de angustia. Todas las mujeres estaban extremadamente nerviosas; habían tenido los nervios de punta desde que encontraron a los soldados dominados por el pánico en la puerta de la ciudad, y cuando María dio este grito de angustia, se aterrorizaron y huyeron a toda prisa. No se detuvieron hasta que hubieron recorrido todo el camino hasta la puerta de Damasco. En ese momento, Juana tomó conciencia de que habían abandonado a María; reunió a sus compañeras y emprendieron el camino de vuelta hacia la tumba.
2026:2  189:4.8 Mientras se acercaban al sepulcro, la asustada Magdalena, que había sentido aun más terror cuando no encontró a sus hermanas esperándola al salir de la tumba, se precipitó ahora hacia ellas, exclamando con excitación: "No está ahí —¡se lo han llevado!" Las llevó de vuelta a la tumba, y todas entraron y vieron que estaba vacía.
2026:3  189:4.9 Las cinco mujeres se sentaron entonces en la piedra cerca de la entrada y discutieron la situación. Aún no se les había ocurrido que Jesús había sido resucitado. Habían estado solas todo el sábado, y suponían que el cuerpo había sido trasladado a otro lugar de descanso. Pero cuando reflexionaban sobre esta solución a su dilema, no acertaban a explicarse la colocación ordenada de los lienzos fúnebres; ¿cómo podían haber sacado el cuerpo, si los mismos vendajes en los que estaba envuelto habían sido dejados en la misma posición, y aparentemente intactos, en la plataforma fúnebre?

2026:4  189:4.10 Mientras estas mujeres estaban sentadas allí a primeras horas del amanecer de este nuevo día, miraron hacia un lado y observaron a un desconocido silencioso e inmóvil. Por un momento se asustaron de nuevo, pero María Magdalena se precipitó hacia él y, pensando que podría ser el jardinero, le dijo: "¿Dónde habéis llevado al Maestro? ¿Dónde lo han enterrado? Dínoslo para poder ir a buscarlo." Como el desconocido no le contestaba a María, ésta empezó a llorar. Entonces Jesús les habló, diciendo: "¿A quién buscáis?" María dijo: "Buscamos a Jesús, que fue enterrado en la tumba de José, pero ya no está. ¿Sabes dónde lo han llevado?" Entonces dijo Jesús: "¿No os dijo este Jesús, incluso en Galilea, que moriría pero que resucitaría de nuevo?" Estas palabras asustaron a las mujeres, pero el Maestro estaba tan cambiado que aún no lo reconocían a la tenue luz del contraluz. Mientras meditaban sus palabras, Jesús se dirigió a Magdalena con una voz familiar, diciendo: "María." Cuando ella escuchó esta palabra de simpatía bien conocida y de saludo afectuoso, supo que era la voz del Maestro, y se precipitó para arrodillarse a sus pies, exclamando: "¡Mi Señor y Maestro!" Todas las demás mujeres reconocieron que era el Maestro el que se encontraba delante de ellas con una forma glorificada, y rápidamente se arrodillaron delante de él.

2027:1  189:4.11 Estos ojos humanos fueron capaces de ver la forma morontial de Jesús gracias al ministerio especial de los transformadores y de los medianos, en asociación con algunas personalidades morontiales que en ese momento acompañaban a Jesús.

2027:2  189:4.12 Cuando María intentó abrazar sus pies, Jesús le dijo: "No me toques, María, porque no soy como me has conocido en la carne. Con esta forma permaneceré con vosotros algún tiempo antes de ascender hacia el Padre. Pero id todas ahora y decid a mis apóstoles —y a Pedro— que he resucitado y que habéis hablado conmigo."
2027:3  189:4.13 Después de que estas mujeres se hubieron recobrado del impacto de su asombro, se apresuraron en regresar a la ciudad y a la casa de Elías Marcos, donde contaron a los diez apóstoles todo lo que les había sucedido; pero los apóstoles no estaban dispuestos a creerlas. Al principio pensaron que las mujeres habían visto una visión, pero cuando María Magdalena repitió las palabras que Jesús les había dicho, y cuando Pedro escuchó su nombre, salió precipitadamente de la habitación de arriba, seguido de cerca por Juan, para llegar a la tumba lo más rápidamente posible y ver estas cosas por sí mismo.
2027:4  189:4.14 Las mujeres repitieron a los otros apóstoles la historia de su conversación con Jesús, pero no querían creer; y no quisieron ir a averiguarlo por sí mismos como hicieron Pedro y Juan.

 

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