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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 122

EL NACIMIENTO Y LA INFANCIA DE JESÚS

 

9. LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

1352:4  122:9.1 Moisés había enseñado a los judíos que cada hijo primogénito pertenecía al Señor, pero que en lugar de sacrificarlo, como era costumbre entre las naciones paganas, ese hijo podría vivir siempre que sus padres lo redimieran mediante el pago de cinco siclos a cualquier sacerdote autorizado. También existía un mandato mosaico que ordenaba que después de haber pasado cierto tiempo, una madre tenía que presentarse en el templo para purificarse (o que alguien hiciera en su lugar el sacrificio apropiado). Era costumbre realizar ambas ceremonias al mismo tiempo. En consecuencia, José y María subieron personalmente al templo, en Jerusalén, para presentar a Jesús ante los sacerdotes, efectuar su redención y hacer al mismo tiempo el sacrificio apropiado para asegurar la purificación ceremonial de María de la supuesta impureza del alumbramiento.
1353:1  122:9.2 Dos personajes de carácter notable se paseaban constantemente por los patios del templo: Simeón, un cantor, y Ana, una poetisa. Simeón era de Judea, pero Ana era de Galilea. Los dos estaban juntos con frecuencia y ambos eran íntimos amigos del sacerdote Zacarías, que les había confiado el secreto de Juan y de Jesús. Tanto Simeón como Ana deseaban ardientemente la venida del Mesías, y su confianza en Zacarías les condujo a creer que Jesús era el libertador esperado por el pueblo judío.
1353:2  122:9.3 Zacarías sabía el día que José y María tenían que venir al templo con Jesús y había convenido con Simeón y Ana que, en la procesión de los niños primogénitos, haría un saludo con la mano levantada para indicarles cuál era Jesús.
1353:3  122:9.4 Para esta ocasión, Ana había escrito un poema que Simeón se puso a cantar, ante el gran asombro de José, de María y de todos los que se encontraban reunidos en los patios del templo. He aquí su himno de redención del hijo primogénito:

1353:4  122:9.5 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
Porque nos ha visitado y ha traído la redención a su pueblo;
Ha levantado un ancla de salvación para todos nosotros
En la casa de su siervo David.
Según ha dicho por boca de sus santos profetas
—Nos salva de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;
Muestra misericordia a nuestros padres y recuerda su santa alianza—
El juramento por el que prometió a Abraham nuestro padre,
Que nos concedería, después de librarnos de la mano de nuestros enemigos,
Servirle sin temor,
En santidad y rectitud delante suya, todos los días de nuestra vida.
Sí, y tú, niño de la promesa, serás llamado el profeta del Altísimo;
Porque irás delante de la faz del Señor para establecer su reino,
Para dar conocimiento de la salvación a su pueblo
En la remisión de sus pecados.
Regocijáos en la tierna misericordia de nuestro Dios, porque desde lo alto el alba nos ha visitado ahora
Para iluminar a los que habitan en las tinieblas y en la sombra de la muerte,
Para guiar nuestros pasos por los caminos de la paz.
Y ahora deja a tu siervo partir en paz, Oh, Señor, según tu palabra,
Porque mis ojos han contemplado tu salvación,
Que has preparado delante de la faz de todos los pueblos;
Una luz para iluminar incluso a los gentiles
Y para la gloria de tu pueblo Israel.

1353:27  122:9.6 En el camino de vuelta a Belén, José y María permanecieron silenciosos —confundidos y sobrecogidos. María estaba muy turbada por el saludo de despedida de Ana, la anciana poetisa, y José no estaba de acuerdo con este esfuerzo prematuro por hacer de Jesús el Mesías esperado del pueblo judío.

 

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