ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 127 Los AÑOS DE ADOLESCENCIA
1402:4 127:5.1 Aunque Jesús era pobre, su posición social en Nazaret no había disminuído en absoluto. Era uno de los jóvenes más destacados de la ciudad y muy considerado por la mayoría de las muchachas. Puesto que Jesús era un espléndido ejemplar de madurez física e intelectual, y dada su reputación como guía espiritual, no era de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader y negociante de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando poco a poco de este hijo de José. Primero confió sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, y Miriam a su vez se lo comentó a su madre. María se alarmó mucho. ¿Estaba a punto de perder a su hijo, que ahora era el cabeza indispensable de la familia? ¿Nunca se terminarían las dificultades? ¿Qué podría ocurrir después? Entonces se detuvo para meditar en el efecto que tendría el matrimonio sobre la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero al menos de vez en cuando, recordaba el hecho de que Jesús era un "hijo de la promesa". Después de discutir este asunto, María y Miriam decidieron hacer un esfuerzo para ponerle fin antes de que Jesús se enterara; fueron a ver directamente a Rebeca, le expusieron toda la historia y le contaron francamente su creencia de que Jesús era un hijo del destino, que iba a convertirse en un gran guía religioso, tal vez en el Mesías.
1402:5 127:5.2 Rebeca escuchó atentamente; se quedó pasmada con el relato y estuvo más decidida que nunca a unir su destino con el de este hombre de su elección y compartir su carrera de dirigente. Discurría (en su interior) que un hombre así tendría aún más necesidad de una esposa fiel y eficiente. Interpretó los esfuerzos de María por disuadirla como una reacción natural ante el temor de perder al jefe y único sostén de su familia; pero sabiendo que su padre aprobaba la atracción que sentía por el hijo del carpintero, suponía acertadamente que aquel proporcionaría con mucho gusto a la familia la renta suficiente con la que compensar ampliamente la pérdida de los ingresos de Jesús. Cuando su padre aceptó este proyecto, Rebeca mantuvo otras conversaciones con María y Miriam, pero al no conseguir su apoyo, tuvo el atrevimiento de acudir directamente a Jesús. Lo hizo con la cooperación de su padre, que invitó a Jesús a su casa para la celebración del decimoséptimo cumpleaños de Rebeca.
1403:1 127:5.3 Jesús escuchó con atención y simpatía la narración de todo lo sucedido, primero por parte del padre de Rebeca, y luego por ella misma. Contestó con amabilidad que ninguna cantidad de dinero podría reemplazar su obligación personal de criar a la familia de su padre, "de cumplir con el deber humano más sagrado —la lealtad a la propia carne y a la propia sangre". El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por las palabras de devoción familiar de Jesús y se retiró de la entrevista. Su único comentario a su esposa María fue: "No podemos tenerlo como hijo; es demasiado noble para nosotros".
1403:2 127:5.4 Entonces empezó la memorable conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida, Jesús había hecho poca distinción en sus relaciones con los niños y las niñas, con los jóvenes y las muchachas. Su mente había estado demasiado ocupada con los problemas urgentes de los asuntos prácticos de este mundo y con la contemplación misteriosa de su carrera eventual "relacionada con los asuntos de su Padre", como para haber considerado nunca seriamente la consumación del amor personal en el matrimonio humano. Pero ahora se encontraba frente a otro de los problemas que cualquier ser humano corriente tiene que afrontar y resolver. En verdad fue "probado en todas las cosas igual que vosotros".
1403:3 127:5.5 Después de escuchar con atención, agradeció sinceramente a Rebeca la admiración que le expresaba, y añadió: "Esto me alentará y me confortará todos los días de mi vida". Le explicó que no era libre de tener, con una mujer, otras relaciones que las de simple consideración fraternal y la de pura amistad. Precisó que su deber primero y supremo era criar a la familia de su padre, que no podía pensar en el matrimonio hasta que completara esta tarea; y entonces añadió: "Si soy un hijo del destino, no debo asumir obligaciones para toda la vida hasta el momento en que mi destino se haga manifiesto".
1403:4 127:5.6 A Rebeca se le rompió el corazón. No quiso ser consolada, y pidió insistentemente a su padre que se fueran de Nazaret, hasta que éste consintió finalmente en mudarse a Séforis. En los años que siguieron, Rebeca sólo tuvo una respuesta para los numerosos hombres que la pidieron en matrimonio. Vivía con una sola finalidad —esperar la hora en que aquel que era para ella el hombre más grande que hubiera vivido nunca, empezara su carrera como maestro de la verdad viviente. Lo siguió con devoción durante los años extraordinarios de su ministerio público. Estuvo presente (sin que Jesús lo advirtiera) el día que entró triunfalmente en Jerusalén; y se hallaba "entre las otras mujeres" al lado de María, aquella tarde fatídica y trágica en que el Hijo del Hombre fue suspendido en la cruz. Porque para ella, como para innumerables mundos de arriba, él era "el único enteramente digno de ser amado y el más grande entre diez mil".