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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 132

LA ESTANCIA EN ROMA

1455:1  132:0.1 PUESTO que Gonod traía los saludos de los príncipes de la India para Tiberio, el soberano romano, los dos indios y Jesús se presentaron ante él al tercer día de llegar a Roma. El arisco emperador estaba excepcionalmente jovial aquel día y charló largo rato con los tres. Cuando se retiraron de su presencia, el emperador, refiriéndose a Jesús, comentó al ayudante que estaba a su derecha: "Si yo tuviera el porte real y los modales agradables de ese chico, sería un verdadero emperador, ¿verdad?".

1455:2  132:0.2 Mientras estaba en Roma, Ganid tenía unas horas regulares para estudiar y para visitar los lugares de interés de la ciudad. Su padre tenía que tratar muchos negocios, y como deseaba que su hijo creciera para que fuera su digno sucesor en la dirección de sus vastos intereses comerciales, pensó que había llegado el momento de introducir al muchacho en el mundo de los negocios. En Roma había muchos ciudadanos de la India, y a menudo uno de los propios empleados de Gonod lo acompañaba como intérprete, de manera que Jesús disponía de días enteros para él; esto le proporcionó tiempo para conocer completamente esta ciudad de dos millones de habitantes. Se le encontraba con frecuencia en el foro, el centro de la vida política, jurídica y comercial. A menudo subía al Capitolio y mientras contemplaba este magnífico templo dedicado a Júpiter, Juno y Minerva, reflexionaba sobre la ignorancia servil en la que estaban sumidos los romanos. También pasaba mucho tiempo en el monte Palatino, donde se encontraban la residencia del emperador, el templo de Apolo y las bibliotecas griega y latina.

1455:3  132:0.3 En esta época, el Imperio Romano incluía todo el sur de Europa, Asia Menor, Siria, Egipto y el noroeste de África, y entre sus habitantes se contaban ciudadanos de todos los países del hemisferio oriental. La razón principal por la que Jesús había consentido en hacer este viaje era su deseo de estudiar este conjunto cosmopolita de mortales de Urantia, y de mezclarse con ellos.
1455:4  132:0.4 Durante su estancia en Roma, Jesús aprendió muchas cosas sobre los hombres, pero la más valiosa de todas las múltiples experiencias de sus seis meses de permanencia en esta ciudad fue su contacto con los dirigentes religiosos de la capital del imperio, y la influencia que ejerció sobre ellos. Antes del final de su primera semana en Roma, Jesús había localizado a los principales dirigentes de los cínicos, los estoicos y los cultos de misterio, en particular los del grupo mitríaco, y había tomado contacto con ellos. Para Jesús podía ser o no evidente que los judíos iban a rechazar su misión, pero preveía con toda seguridad que sus mensajeros no tardarían en venir a Roma para proclamar el reino de los cielos; por lo tanto se dedicó a preparar el camino, de la manera más sorprendente, para que su mensaje fuera recibido mejor y con más seguridad. Seleccionó a cinco dirigentes de los estoicos, a once de los cínicos y a dieciséis jefes del culto de los misterios, y pasó una gran parte de su tiempo libre, durante casi seis meses, en asociación íntima con estos educadores religiosos. He aquí el método que utilizó para instruirlos: ni una sola vez atacó sus errores ni tampoco mencionó nunca los defectos de sus enseñanzas. En cada caso seleccionaba la verdad que había en lo que enseñaban, y luego procedía a embellecer y a iluminar esta verdad en sus mentes de tal manera que en muy poco tiempo este realzamiento de la verdad desplazaba eficazmente al error que la acompañaba; así es como estos hombres y mujeres enseñados por Jesús fueron preparados para reconocer posteriormente verdades adicionales y similares en las enseñanzas de los primeros misioneros cristianos. Esta pronta aceptación de las enseñanzas de los predicadores del evangelio fue lo que dio un impulso tan poderoso a la rápida difusión del cristianismo en Roma, y desde allí, a todo el imperio.
1456:1  132:0.5 Se puede comprender mejor el significado de esta actividad extraordinaria cuando observamos el hecho de que, de este grupo de treinta y dos dirigentes religiosos de Roma instruídos por Jesús, solamente dos fueron estériles; los otros treinta jugaron un papel central en el establecimiento del cristianismo en Roma, y algunos de ellos ayudaron también a que el principal templo mitríaco se convirtiera en la primera iglesia cristiana de esta ciudad. Nosotros, que contemplamos las actividades humanas desde los bastidores y a la luz de los diecinueve siglos transcurridos, reconocemos solamente tres factores con un valor fundamental que contribuyeron a preparar muy pronto el terreno para la rápida propagación del cristianismo por toda Europa, y son los siguientes:

1. La elección y el mantenimiento de Simón Pedro como apóstol.
2. La conversación en Jerusalén con Esteban, cuya muerte condujo a atraer a Saulo de Tarso.
3. La preparación preliminar de estos treinta romanos para que dirigieran posteriormente la nueva religión en Roma y en todo el imperio.

1456:5  132:0.6 En el transcurso de todas sus experiencias, ni Esteban ni los treinta escogidos se dieron cuenta nunca de que habían hablado una vez con el hombre cuyo nombre se había convertido en el tema de sus enseñanzas religiosas. La obra de Jesús a favor de estos primeros treinta y dos fue enteramente personal. En sus trabajos con estas personas, el escriba de Damasco nunca se reunió con más de tres a la vez, rara vez con más de dos, y la mayoría de las veces los enseñaba individualmente. Pudo llevar a cabo esta gran obra de educación religiosa porque estos hombres y mujeres no estaban atados a las tradiciones, no eran víctimas de ideas preconcebidas sobre todos los desarrollos religiosos del futuro.
1456:6  132:0.7 En los años que siguieron después, Pedro, Pablo y los otros cristianos que enseñaron en Roma oyeron hablar muchísimas veces de este escriba de Damasco que los había precedido, y que tan evidentemente había preparado el camino (sin saberlo, creían ellos) para su llegada con el nuevo evangelio. Pablo nunca adivinó realmente la identidad de este escriba de Damasco, pero poco tiempo antes de su muerte, debido a la similitud de las descripciones de la persona, llegó a la conclusión de que el "fabricante de tiendas de Antioquía" era también el "escriba de Damasco". En cierta ocasión, mientras predicaba en Roma, Simón Pedro sospechó, al escuchar una descripción del escriba de Damasco, que esta persona podría haber sido Jesús, pero rápidamente desechó la idea, sabiendo muy bien (eso creía él) que el Maestro nunca había estado en Roma.

 


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