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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 135

JUAN EL BAUTISTA

 

3. LA VIDA DE UN PASTOR

1497:7  135:3.1 A lo largo del valle de este arroyuelo, Juan construyó no menos de una docena de refugios de piedra y de corrales para la noche, a base de piedras apiladas, desde los cuales podía vigilar y proteger a sus rebaños de ovejas y cabras. La vida de pastor le dejaba mucho tiempo libre para pensar. Hablaba mucho con Ezda, un niño huérfano de Bet-sur, a quien en cierto modo había adoptado, y que cuidaba de los rebaños cuando Juan iba a Hebrón para ver a su madre y vender ovejas, y también cuando bajaba a En-Gedi para los oficios del sábado. Juan y el muchacho vivían de manera muy simple, alimentándose de carne de cordero, leche de cabra, miel silvestre y las langostas comestibles de esta región. Esta dieta habitual la complementaban, de vez en cuando, con las provisiones que traían de Hebrón y En-Gedi.

1498:1  135:3.2 Isabel mantenía informado a Juan de los asuntos de Palestina y del mundo. Él estaba cada vez más profundamente convencido de que se acercaba rápidamente el momento en que el antiguo orden de cosas iba a terminar, de que él se convertiría en el precursor de la llegada de una nueva era, "el reino de los cielos". Este rudo pastor tenía una gran predilección por los escritos del profeta Daniel. Había leído mil veces la descripción que Daniel hacía de la gran estatua; Zacarías le había dicho que ésta representaba la historia de los grandes reinos del mundo, empezando por Babilonia, luego Persia, Grecia y finalmente Roma. Juan se daba cuenta de que Roma ya estaba compuesta por unos pueblos y razas tan políglotas, que nunca podría convertirse en un imperio con unos cimientos sólidos y firmemente consolidado. Creía que Roma ya estaba entonces dividida en Siria, Egipto, Palestina y otras provincias. Luego continuó leyendo que "en los días de estos reyes, el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será destruido. Y este reino no será entregado a otros pueblos, sino que romperá en pedazos y destruirá a todos esos reinos, y subsistirá para siempre". "Y le entregaron un dominio, gloria y un reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio perpétuo que nunca perecerá, y su reino nunca será destruido." "Y el reino, el dominio y la grandeza del reino que están por debajo de todos los cielos, serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es un reino eterno, y todos los dominios le servirán y le obedecerán."

1498:2  135:3.3 Juan nunca fue completamente capaz de elevarse por encima de la confusión que le producía lo que había oído decir a sus padres sobre Jesús y estos pasajes que leía en las escrituras. En el libro de Daniel leía: "Tuve unas visiones nocturnas, y contemplé a alguien semejante al Hijo del Hombre que venía con las nubes del cielo, y le entregaron un dominio, la gloria y un reino." Pero estas palabras del profeta no concordaban con lo que sus padres le habían enseñado. Su conversación con Jesús, cuando fue a visitarlo a la edad de dieciocho años, tampoco se correspondía con estas declaraciones de las escrituras. A pesar de esta confusión, su madre le aseguró todo el tiempo que duró su perplejidad que su primo lejano, Jesús de Nazaret, era el verdadero Mesías, que había venido para sentarse en el trono de David, y que él (Juan) se convertiría en su primer precursor y en su principal apoyo.
1498:3  135:3.4 Debido a todo lo que había escuchado sobre el vicio y la perversidad de Roma y el libertinaje y la esterilidad moral del imperio, por todo lo que había oído de las maldades de Herodes Antipas y de los gobernadores de Judea, Juan tendía a creer que el final de la era estaba próximo. A este noble y rudo hijo de la naturaleza le parecía que el mundo estaba maduro para el final de la era del hombre y el amanecer de la era nueva y divina —el reino de los cielos. En el corazón de Juan creció el sentimiento de que iba a ser el último de los antiguos profetas y el primero de los nuevos. Vibraba honradamente con el impulso creciente de salir fuera y proclamar a todos los hombres: "¡Arrepentíos! ¡Poneos bien con Dios! Disponeos para el fin; preparaos para la aparición del orden nuevo y eterno de las cosas terrestres, el reino de los cielos".

 

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