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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 149

LA SEGUNDA GIRA DE PREDICACIÓN

 

3. LA HOSTILIDAD DE Los JEFES RELIGIOSOS

1672:4  149:3.1 A pesar de que la gente común acogía favorablemente a Jesús y sus enseñanzas, los jefes religiosos de Jerusalén estaban cada vez más alarmados y hostiles. Los fariseos habían formulado una teología sistemática y dogmática. Jesús era un instructor que enseñaba a medida que se presentaba la ocasión; no era un educador sistemático. Jesús enseñaba mediante parábolas, basándose más en la vida que en la ley. (Y cuando empleaba una parábola para ilustrar su mensaje, tenía la intención de utilizar una sola característica de la historia con esa finalidad. Se pueden obtener muchas ideas falsas sobre las enseñanzas de Jesús cuando se intentan transformar sus parábolas en alegorías.)
1672:5  149:3.2 Los jefes religiosos de Jerusalén se estaban poniendo casi frenéticos a causa de la reciente conversión del joven Abraham y de la deserción de los tres espías, que habían sido bautizados por Pedro, y ahora acompañaban a los evangelistas en esta segunda gira de predicación por Galilea. Los dirigentes judíos estaban cada vez más cegados por el miedo y los prejuicios, mientras que sus corazones se endurecían debido al rechazo contínuo de las atractivas verdades del evangelio del reino. Cuando los hombres se cierran al llamamiento del espíritu que reside en ellos, poco se puede hacer para modificar su actitud.
1672:6  149:3.3 Cuando Jesús se reunió por primera vez con los evangelistas en el campamento de Betsaida, al terminar su alocución les dijo: "Debéis recordar que tanto física como mentalmente —emocionalmente— los hombres reaccionan de manera individual. La única cosa uniforme que tienen los hombres es el espíritu interior. Aunque los espíritus divinos pueden variar un poco en la naturaleza y la magnitud de su experiencia, reaccionan de manera uniforme a todas las peticiones espirituales. La humanidad sólo podrá alcanzar la unidad y la fraternidad a través de este espíritu, y apelando a él." Pero muchos líderes de los judíos habían cerrado las puertas de su corazón al llamamiento espiritual del evangelio. A partir de este día, no dejaron de hacer planes y de conspirar para destruir al Maestro. Estaban convencidos de que Jesús tenía que ser detenido, condenado y ejecutado como delincuente religioso, como un violador de las enseñanzas cardinales de la sagrada ley judía.

 


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