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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 151

ESTANCIA Y ENSEÑANZA A LA ORILLA DEL MAR

 

5. LA VISITA A JERESA

1694:6  151:5.1 La multitud continuó aumentando durante toda la semana. El sábado, Jesús se apresuró a partir hacia las colinas, pero cuando llegó el domingo por la mañana, la muchedumbre volvió. Jesús les habló a primera hora de la tarde después de la predicación de Pedro, y cuando hubo terminado, dijo a sus apóstoles: "Estoy cansado de las multitudes; crucemos a la otra orilla para poder descansar un día."
1694:7  151:5.2 Durante la travesía del lago, se encontraron con una de esas violentas y repentinas tempestades que son características del mar de Galilea, sobre todo en esta época del año. Esta extensión de agua se encuentra a unos doscientos metros por debajo del nivel del mar, y está rodeada por unos altos márgenes, especialmente al oeste. Hay gargantas escarpadas que van desde el lago hasta las colinas; durante el día, una bolsa de aire caliente se eleva por encima del lago, y después de la puesta del sol, el aire frío de las gargantas tiene tendencia a precipitarse sobre el lago. Estos vendavales llegan con rapidez y a veces se desvanecen de la misma forma repentina.
1694:8  151:5.3 Uno de estos vendavales vespertinos fue precísamente el que sorprendió a la barca que llevaba a Jesús a la otra orilla este domingo por la tarde. Otras tres barcas con algunos de los evangelistas más jóvenes seguían detrás. La tempestad era violenta, aunque limitada a esta región del lago, pues no había signos de tormenta en la orilla occidental. El viento era tan fuerte que las olas empezaron a inundar la barca. El fuerte viento había arrancado la vela antes de que los apóstoles pudieran recogerla, y ahora dependían totalmente de sus remos mientras bogaban penosamente hacia la costa, a unos dos kilómetros y medio de distancia.
1694:9  151:5.4 Mientras tanto, Jesús permanecía dormido en la popa de la barca debajo de un pequeño cobertizo. El Maestro estaba cansado cuando partieron de Betsaida, y para conseguir descansar, les había ordenado que lo llevaran en una embarcación hasta la otra orilla. Estos antiguos pescadores eran unos remeros vigorosos y experimentados, pero éste era uno de los peores temporales con que se habían encontrado nunca. Aunque el viento y las olas sacudían su barca como si fuera de juguete, Jesús continuaba durmiendo tranquilamente. Pedro estaba en el remo de la derecha, cerca de la popa. Cuando la barca empezó a llenarse de agua, dejó su remo y se precipitó hacia Jesús, sacudiéndolo vigorosamente para despertarlo. Cuando estuvo despierto, Pedro le dijo: "Maestro, ¿no sabes que estamos en medio de una violenta tormenta? Si no nos salvas, todos pereceremos."
1695:1  151:5.5 Jesús salió en medio de la lluvia y primero miró a Pedro, luego escudriñó en la oscuridad a los remeros que se esforzaban, y de nuevo volvió la vista hacia Simón Pedro, que, en su agitación, aún no había regresado a su remo, y le dijo: "¿Por qué tenéis todos tanto miedo? ¿Dónde está vuestra fe? Paz, permaneced tranquilos." Apenas había expresado Jesús esta reprimenda a Pedro y a los otros apóstoles, apenas le había pedido a Pedro que buscara la paz para calmar su alma inquieta, la atmósfera perturbada restableció su equilibrio y se asentó en una gran calma. Las olas irritadas se apaciguaron casi inmediatamente, mientras que los oscuros nubarrones que se habían disipado en un corto aguacero, se desvanecieron, y las estrellas del cielo brillaron en lo alto. En la medida en que podemos juzgar esto, todo fue una pura coincidencia; pero los apóstoles, y en particular Simón Pedro, nunca dejaron de considerar el episodio como un milagro de la naturaleza. Para los hombres de aquella época era muy fácil creer en los milagros de la naturaleza, puesto que creían firmemente que toda la naturaleza era un fenómeno directamente controlado por las fuerzas espirituales y los seres sobrenaturales.
1695:2  151:5.6 Jesús explicó claramente a los doce que había hablado a sus espíritus perturbados y que se había dirigido a sus mentes agitadas por el miedo, y que no había mandado a los elementos que obedecieran a su palabra, pero fue en vano. Los seguidores del Maestro siempre se empeñaron en interpretar a su propia manera todas estas coincidencias. A partir de este día, insistieron en considerar que el Maestro poseía un poder absoluto sobre los elementos naturales. Pedro no se cansó nunca de contar que "incluso los vientos y las olas le obedecían."
1695:3  151:5.7 Ya era casi de noche cuando Jesús y sus asociados llegaron a la orilla, y como era una noche tranquila y hermosa, todos descansaron en las barcas y no desembarcaron hasta la mañana siguiente, poco después de salir el sol. Cuando se hubieron reunido, unos cuarenta en total, Jesús dijo: "Subamos a aquellas colinas y permanezcamos allí unos días mientras reflexionamos sobre los problemas del reino del Padre."

 

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