ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 162 EN LA FIESTA DE Los TABERNÁCULos
4. LA FIESTA DE Los TABERNÁCULos
1793:5 162:4.1 La presencia de una gente que venía de todos los rincones del mundo conocido, desde España hasta la India, hacía que la fiesta de los tabernáculos fuera una ocasión ideal para que Jesús proclamara públicamente, por primera vez en Jerusalén, la totalidad de su evangelio. Durante esta fiesta, la gente vivía mucho al aire libre, en cabañas de hojas. Era la fiesta de la cosecha y al tener lugar, como así era, en el frescor de los meses de otoño, los judíos del mundo asistían en mayor número que a la fiesta de la Pascua, al final del invierno, o a la de Pentecostés al principio del verano. Los apóstoles veían, por fin, a su Maestro proclamar audazmente su misión en la tierra delante, por así decirlo, del mundo entero.
1794:1 162:4.2 Ésta era la fiesta de las fiestas, pues todo sacrificio que no se hubiera efectuado en las otras festividades se podía hacer en este momento. Ésta era la ocasión en que se recibían las ofrendas en el templo; era una combinación de los placeres de las vacaciones y de los ritos solemnes del culto religioso. Era un momento de regocijo racial, mezclado con los sacrificios, los cantos levíticos y los toques solemnes de las trompetas plateadas de los sacerdotes. Por la noche, el impresionante espectáculo del templo y sus multitudes de peregrinos estaba intensamente iluminado por los grandes candelabros que ardían con esplendor en el patio de las mujeres, así como por el resplandor de docenas de antorchas colocadas en los patios del templo. Toda la ciudad estaba decorada alegremente, excepto el castillo romano de Antonia, que dominaba con un contraste siniestro esta escena festiva y de culto. ¡Cuánto odiaban los judíos este recordatorio siempre presente del yugo romano!
1794:2 162:4.3 Durante la fiesta se sacrificaban setenta bueyes, el símbolo de las setenta naciones del mundo pagano. La ceremonia del derramamiento del agua simbolizaba la efusión del espíritu divino. Esta ceremonia del agua tenía lugar después de la procesión de los sacerdotes y levitas a la salida del sol. Los fieles bajaban por los peldaños que conducían del patio de Israel al patio de las mujeres, mientras sonaba una sucesión de toques en las trompetas de plata. Luego, los fieles continuaban caminando hacia la hermosa puerta, que se abría hacia el patio de los gentiles. Allí se volvían para ponerse frente al oeste, repetir sus cantos y continuar su camino hacia el agua simbólica.1794:3 162:4.4 Casi cuatrocientos cincuenta sacerdotes, con un número correspondiente de levitas, oficiaban el último día de la fiesta. Al amanecer se congregaban los peregrinos de todas las partes de la ciudad; cada uno llevaba en la mano derecha un haz de mirto, de sauce y de palmas, y en la mano izquierda una rama de manzana del paraíso —la cidra o "fruta prohibida". Estos peregrinos se dividían en tres grupos para esta ceremonia matutina. Un grupo permanecía en el templo para asistir a los sacrificios de la mañana. Otro grupo bajaba de Jerusalén hasta cerca de Maza para cortar las ramas de sauce destinadas a adornar el altar de los sacrificios. El tercer grupo formaba una procesión que caminaba detrás del sacerdote encargado del agua, que llevaba la jarra de oro destinada a contener el agua simbólica; este grupo salía del templo por Ofel y llegaba hasta cerca de Siloé, donde se encontraba la puerta de la fuente. Después de haber llenado la jarra de oro en el estanque de Siloé, la procesión regresaba al templo, entraba por la puerta del agua y se dirigía directamente al patio de los sacerdotes, donde el sacerdote que llevaba la jarra de agua se unía al sacerdote que llevaba el vino para la ofrenda de la bebida. Estos dos sacerdotes se encaminaban después a los embudos de plata que conducían a la base del altar, y vertían en ellos el contenido de las jarras. La ejecución de este rito de verter el vino y el agua era la señal que esperaban los peregrinos reunidos para empezar a cantar los salmos 113 al 118 inclusive, alternando con los levitas. A medida que repetían estos versos, ondeaban sus haces hacia el altar. Luego se realizaban los sacrificios del día, asociados con la repetición del salmo del día; el último día de la fiesta se repetía el salmo ochenta y dos a partir del quinto verso.