ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 163 LA ORDENACIÓN DE Los SETENTA EN MAGADÁN
2. EL JOVEN RICO Y OTROS CASOS
1801:4 163:2.1 Más de cincuenta discípulos que deseaban la ordenación y el nombramiento como miembros de los setenta fueron rechazados por el comité que Jesús había designado para seleccionar a estos candidatos. Este comité estaba compuesto por Andrés, Abner y el jefe en activo del cuerpo evangélico. En todos los casos en que este comité de tres miembros no se ponía de acuerdo unánimemente, llevaban al candidato ante Jesús. El Maestro no rechazó a ninguna persona particular que deseara ardientemente la ordenación como mensajero del evangelio, pero después de haber hablado con Jesús, más de una docena de candidatos ya no desearon convertirse en mensajeros del evangelio.
1801:5 163:2.2 Un discípulo ferviente vino a ver a Jesús, diciendo: "Maestro, quisiera ser uno de tus nuevos apóstoles, pero mi padre es muy anciano y está a punto de morir; ¿se me permitiría volver a mi casa para enterrarlo?" Jesús le dijo a este hombre: "Hijo mío, los zorros tienen guaridas y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza. Eres un discípulo fiel, y puedes continuar siéndolo mientras regresas a tu hogar para cuidar a tus seres queridos, pero no sucede así con los mensajeros de mi evangelio. Lo han abandonado todo para seguirme y proclamar el reino. Si quieres ser ordenado instructor, debes dejar que otros entierren a los muertos mientras sales a anunciar la buena nueva." Y este hombre se alejó, muy desilusionado.
1801:6 163:2.3 Otro discípulo vino a ver al Maestro y le dijo: "Quisiera ser ordenado mensajero, pero me gustaría ir a mi casa durante un corto período de tiempo para confortar a mi familia." Jesús replicó: "Si deseas ser ordenado, debes estar dispuesto a abandonarlo todo. Los mensajeros del evangelio no pueden tener su afecto dividido. Ningún hombre que ha puesto la mano en el arado, y se vuelve atrás, es digno de convertirse en un mensajero del reino."1801:7 163:2.4 Andrés trajo entonces ante Jesús a cierto joven rico que era un fervoroso creyente y deseaba recibir la ordenación. Este joven, llamado Matadormo, era miembro del sanedrín de Jerusalén; había escuchado enseñar a Jesús y posteriormente había sido instruido en el evangelio del reino por Pedro y los otros apóstoles. Jesús habló con Matadormo sobre los requisitos de la ordenación y le pidió que demorara su decisión hasta que hubiera reflexionado más plenamente sobre el asunto. A primeras horas de la mañana siguiente, cuando Jesús salía a dar un paseo, este joven se acercó y le dijo: "Maestro, quisiera conocer por ti las seguridades de la vida eterna. Puesto que he cumplido todos los mandamientos desde mi juventud, me gustaría saber qué más debo hacer para conseguir la vida eterna." En respuesta a esta pregunta, Jesús dijo: "Si guardas todos los mandamientos —no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, no engañarás, honrarás a tus padres— haces bien, pero la salvación es la recompensa de la fe, y no simplemente de las obras. ¿Crees en este evangelio del reino?" Y Matadormo contestó: "Sí, Maestro, creo todo lo que tú y tus apóstoles me habéis enseñado." Jesús dijo: "Entonces, eres en verdad mi discípulo y un hijo del reino."
1802:1 163:2.5 El joven dijo entonces: "Pero Maestro, no me conformo con ser tu discípulo; quisiera ser uno de tus nuevos mensajeros." Cuando Jesús escuchó esto, lo miró con un gran amor y dijo: "Haré que seas uno de mis mensajeros si estás dispuesto a pagar el precio, si suples la única cosa que te falta." Matadormo respondió: "Maestro, haré lo que sea para que se me permita seguirte." Jesús besó en la frente al joven arrodillado, y le dijo: "Si quieres ser mi mensajero, ve a vender todo lo que posees; cuando hayas dado el producto a los pobres o a tus hermanos, ven y sígueme, y tendrás un tesoro en el reino de los cielos."
1802:2 163:2.6 Cuando Matadormo escuchó estas palabras, su semblante cambió. Se levantó y se alejó apenado, pues tenía grandes posesiones. Este joven fariseo rico había sido criado en la creencia de que la riqueza era el signo del favor de Dios. Jesús sabía que Matadormo no estaba liberado del amor de sí mismo y de sus riquezas. El Maestro quería liberarlo del amor a la riqueza, no necesariamente de la riqueza. Aunque los discípulos de Jesús no se deshacían de todos sus bienes terrenales, los apóstoles y los setenta sí lo hacían. Matadormo deseaba ser uno de los setenta nuevos mensajeros, y por ese motivo Jesús le pidió que se deshiciera de todas sus posesiones temporales.1802:3 163:2.7 Casi todo ser humano tiene alguna cosa a la que se aferra como a un mal favorito, y tiene que renunciar a ella como parte del precio de admisión en el reino de los cielos. Si Matadormo se hubiera deshecho de su riqueza, probablemente hubiera sido puesta de nuevo en sus manos para que la administrara como tesorero de los setenta. Porque más adelante, después del establecimiento de la iglesia en Jerusalén, Matadormo sí obedeció el mandato del Maestro, aunque ya era demasiado tarde para disfrutar de la asociación con los setenta, y se convirtió en el tesorero de la iglesia de Jerusalén, cuyo jefe era Santiago, el hermano carnal del Señor.
1802:4 163:2.8 Siempre ha sido así y siempre será así: Los hombres deben tomar sus propias decisiones. Los mortales pueden hacer uso de cierta gama de posibilidades dentro de la libertad de elección. Las fuerzas del mundo espiritual no desean coaccionar al hombre; le permiten seguir el camino que él mismo ha escogido.
1802:5 163:2.9 Jesús preveía que Matadormo, con sus riquezas, no podría ser de ninguna manera ordenado como compañero de unos hombres que lo habían abandonado todo por el evangelio; al mismo tiempo veía que, sin sus riquezas, se convertiría en el máximo dirigente de todos ellos. Pero, al igual que los mismos hermanos de Jesús, Matadormo nunca llegó a ser grande en el reino porque él mismo se privó de esa asociación íntima y personal con el Maestro que podría haber experimentado si hubiera estado dispuesto a hacer en ese momento lo que Jesús le pedía, cosa que hizo en efecto, pero varios años después.
1803:1 163:2.10 Las riquezas no tienen ninguna relación directa con la entrada en el reino de los cielos, pero el amor por la riqueza sí tiene que ver. Las lealtades espirituales hacia el reino son incompatibles con la servidumbre a la codicia materialista. El hombre no puede compartir su lealtad suprema a un ideal espiritual con una devoción material.
1803:2 163:2.11 Jesús no enseñó nunca que fuera malo poseer riquezas. Sólo a los doce y a los setenta les pidió que dedicaran todas sus posesiones terrenales a la causa común. Incluso entonces, se encargó de que sus bienes se liquidaran de una manera ventajosa, como en el caso del apóstol Mateo. Jesús aconsejó muchas veces a sus discípulos acaudalados lo que le había enseñado al hombre rico de Roma. El Maestro consideraba que la inversión sabia de las ganancias sobrantes era una forma legítima de asegurarse contra la inevitable adversidad futura. Cuando la tesorería apostólica estaba desbordante, Judas ponía fondos en depósito para utilizarlos posteriormente en el caso de que los apóstoles sufrieran una gran disminución de los ingresos. Judas hacía esto después de consultarlo con Andrés. Jesús no se ocupó nunca personalmente de las finanzas apostólicas, excepto de los desembolsos destinados a las limosnas. Pero había un abuso económico que condenó muchas veces, y fue la explotación injusta de los hombres débiles, ignorantes y menos afortunados por parte de sus semejantes fuertes, agudos y más inteligentes. Jesús declaró que este tratamiento inhumano de hombres, mujeres y niños era incompatible con los ideales de la fraternidad del reino de los cielos.