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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 163

LA ORDENACIÓN DE Los SETENTA EN MAGADÁN

 

4. LA DESPEDIDA DE Los SETENTA

1804:5  163:4.1 El día que los setenta salieron para efectuar su primera misión fue un momento emocionante en el campamento de Magadán. Aquella mañana temprano, en su última conversación con los setenta, Jesús hizo hincapié en los puntos siguientes:

1804:6  163:4.2 1. El evangelio del reino debe ser proclamado en el mundo entero, tanto a los gentiles como a los judíos.
1804:7  163:4.3 2. Cuando cuidéis a los enfermos, absteneos de enseñarles a esperar milagros.
1805:1  163:4.4 3. Proclamad una fraternidad espiritual de los hijos de Dios, y no un reino exterior de poder mundano y de gloria material.
1805:2  163:4.5 4. Evitad perder el tiempo mediante un exceso de visitas sociales y otras trivialidades, que podrían disminuir vuestra consagración entusiasta a la predicación del evangelio.
1805:3  163:4.6 5. Si la primera casa que hayáis escogido como cuartel general resulta ser un hogar digno, permaneced allí durante toda vuestra estancia en esa ciudad.
1805:4  163:4.7 6. Indicad claramente a todos los creyentes fieles que ha llegado la hora de romper abiertamente con los jefes religiosos de los judíos de Jerusalén.
1805:5  163:4.8 7. Enseñad que todo el deber del hombre se encuentra resumido en este mandamiento único: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente y con toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo. (Debían enseñar que esto representaba todo el deber del hombre, en lugar de las 613 reglas de vida expuestas por los fariseos.)

1805:6  163:4.9 Después de que Jesús hubiera hablado así a los setenta en presencia de todos los apóstoles y discípulos, Simón Pedro se los llevó aparte y les predicó su sermón de ordenación; fue una ampliación de las instrucciones que les había dado el Maestro en el momento de imponerles las manos y de seleccionarlos como mensajeros del reino. Pedro exhortó a los setenta a que fomentaran, en su experiencia, las virtudes siguientes:

1805:7  163:4.10 1. La devoción consagrada. Orar siempre para que enviaran más obreros a la cosecha del evangelio. Explicó que cuando uno ora así, dirá con más probabilidad: "Aquí estoy; envíame." Les exhortó a que no olvidaran su adoración diaria.
1805:8  163:4.11 2. El coraje verdadero. Les advirtió que se encontrarían con hostilidades y que estuvieran seguros de que sufrirían persecuciones. Pedro les dijo que su misión no era una empresa para cobardes, y aconsejó a los que tuvieran miedo que se retiraran antes de partir. Pero ninguno desistió.
1805:9  163:4.12 3. La fe y la confianza. Para esta corta misión, debían salir sin recursos ningunos; debían confiar en el Padre para la comida, el alojamiento y todas las demás necesidades.
1805:10  163:4.13 4. El ardor y la iniciativa. Debían estar dominados por un ardor y un entusiasmo inteligente; debían ocuparse estrictamente de los asuntos de su Maestro. El saludo oriental era una ceremonia bastante larga y elaborada; por eso Jesús les había indicado que "no saludaran a nadie por el camino". Se trataba de una expresión corriente para exhortar a alguien a ocuparse de sus asuntos sin perder el tiempo. No tenía nada que ver con la cuestión del saludo amistoso.
1805:11  163:4.14 5. La amabilidad y la cortesía. El Maestro les había ordenado que evitaran perder el tiempo de manera innecesaria en ceremonias sociales, pero les recomendó la cortesía hacia todos aquellos con quienes se pusieran en contacto. Debían mostrar una gran amabilidad con los que los hospedaran en su hogar. Fueron estrictamente advertidos contra el hecho de dejar un hogar modesto para hospedarse en uno más cómodo o más influyente.
1805:12  163:4.15 6. La asistencia a los enfermos. Pedro encargó a los setenta que buscaran a los que estaban enfermos de la mente y del cuerpo, y que hicieran todo lo que pudieran por aliviar o curar sus enfermedades.

1805:13  163:4.16 Una vez que hubieron recibido sus órdenes y sus instrucciones, partieron de dos en dos para realizar su misión en Galilea, Samaria y Judea.

1806:1  163:4.17 Aunque los judíos tenían una estima particular por el número setenta, considerando a veces que las naciones paganas sumaban un total de setenta, y aunque estos setenta mensajeros debían llevar el evangelio a todos los pueblos, sin embargo, por lo que podemos discernir, el hecho de que este grupo comportara exactamente setenta miembros era una simple coincidencia. Es indudable de que Jesús hubiera aceptado a media docena más, pero no estaban dispuestos a pagar el precio de separarse de sus riquezas y de sus familias.

 

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