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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 164

EN LA FIESTA DE LA CONSAGRACIÓN

 

3. LA CURACIÓN DEL MENDIGO CIEGO

1811:2  164:3.1 A la mañana siguiente, los tres fueron a desayunar a la casa de Marta en Betania, y luego se dirigieron inmediatamente a Jerusalén. Este sábado por la mañana, cuando Jesús y sus dos apóstoles se acercaban al templo, se encontraron con un mendigo muy conocido, un hombre que había nacido ciego, que estaba sentado en su lugar de costumbre. Aunque estos mendigos no pedían ni recibían limosnas el día del sábado, se les permitía que se sentaran en sus lugares habituales. Jesús se detuvo y miró al mendigo. Mientras contemplaba a este hombre que había nacido ciego, se le ocurrió una nueva manera de atraer la atención del sanedrín, y de los demás dirigentes judíos e instructores religiosos, sobre su misión en la tierra.
1811:3  164:3.2 Mientras el Maestro permanecía allí delante del ciego, absorto en sus meditaciones, Natanael reflexionaba sobre la posible causa de la ceguera de este hombre, y preguntó: "Maestro, para que este hombre naciera ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?"

1811:4  164:3.3 Los rabinos enseñaban que todos estos casos de ceguera de nacimiento estaban causados por el pecado. No sólo los niños eran concebidos y nacían en el pecado, sino que un niño podía nacer ciego como castigo por un pecado determinado cometido por su padre. Enseñaban incluso que el mismo niño podía pecar antes de nacer en el mundo. También enseñaban que estos defectos podían ser causados por algún pecado u otro vicio de la madre mientras estaba embarazada.
1811:5  164:3.4 En todas estas regiones existía una vaga creencia en la reencarnación. Los antiguos educadores judíos, así como Platón, Filón y muchos esenios, toleraban la teoría de que los hombres pueden cosechar en una encarnación lo que han sembrado en una existencia anterior; y así creían que en una vida expiaban los pecados cometidos en las vidas precedentes. El Maestro encontró difícil hacer creer a los hombres que sus almas no habían tenido una existencia anterior.
1811:6  164:3.5 Sin embargo, por muy inconsistente que parezca, aunque se suponía que este tipo de ceguera era el resultado del pecado, los judíos sostenían que era altamente meritorio dar limosnas a estos mendigos ciegos. Estos ciegos tenían la costumbre de cantar constantemente a los que pasaban: "Oh tiernos de corazón, conseguid méritos ayudando a los ciegos."

1811:7  164:3.6 Jesús emprendió la discusión de este caso con Natanael y Tomás, no solamente porque ya había decidido utilizar a este ciego como medio de atraer otra vez aquel día, y de manera sobresaliente, la atención de los dirigentes judíos sobre su misión, sino también porque siempre estimulaba a sus apóstoles a que buscaran las verdaderas causas de todos los fenómenos naturales o espirituales. Les había advertido con frecuencia que evitaran la tendencia común de atribuir a los acontecimientos físicos corrientes unas causas espirituales.
1812:1  164:3.7 Jesús decidió utilizar a este mendigo en sus planes para la obra de aquel día, pero antes de hacer nada por el ciego, cuyo nombre era Josías, empezó por contestar la pregunta de Natanael. El Maestro dijo: "Ni este hombre ni sus padres han pecado, para que las obras de Dios puedan manifestarse en él. Esta ceguera le ha sobrevenido en el curso natural de los acontecimientos, pero ahora, mientras que aún es de día, debemos hacer las obras de Aquel que me ha enviado, porque la noche llegará con seguridad, y entonces será imposible hacer el trabajo que estamos a punto de realizar. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo, pero dentro de poco tiempo ya no estaré con vosotros."
1812:2  164:3.8 Cuando Jesús terminó de hablar, dijo a Natanael y a Tomás: "Vamos a crear la vista de este ciego en este día de sábado, para que los escribas y los fariseos tengan plenamente la oportunidad que buscan para acusar al Hijo del Hombre." Entonces se inclinó hacia adelante, escupió en la tierra y mezcló la arcilla con la saliva, mientras hablaba de todo esto para que el ciego pudiera oírle; luego se acercó a Josías y puso la arcilla sobre sus ojos ciegos, diciendo: "Hijo mío, ve a lavar esta arcilla en el estanque de Siloé, y recibirás inmediatamente la vista." Y cuando Josías se hubo lavado así en el estanque de Siloé, volvió junto a sus amigos y su familia, viendo.
1812:3  164:3.9 Como siempre había sido mendigo, no sabía hacer otra cosa; así pues, en cuanto pasó la primera excitación por la creación de su vista, volvió al mismo sitio donde pedía limosnas. Cuando sus amigos, sus vecinos y todos los que lo habían conocido anteriormente observaron que podía ver, todos dijeron: "¿No es éste Josías, el mendigo ciego?" Algunos afirmaban que sí, mientras que otros decían: "No, es uno que se parece a él, pero este hombre puede ver." Pero cuando le preguntaron a él mismo, respondió: "Soy yo."
1812:4  164:3.10 Cuando empezaron a preguntarle cómo es que podía ver, les respondió: "Un hombre llamado Jesús pasó por aquí, y mientras hablaba de mí con sus amigos, hizo arcilla con su saliva, me ungió los ojos y me ordenó que fuera a lavármelos en el estanque de Siloé. Hice lo que este hombre me había dicho, y recibí la vista inmediatamente. Esto ocurrió hace sólo unas horas. Todavía no conozco el significado de muchas cosas que veo." Cuando la gente que empezó a congregarse a su alrededor le preguntó dónde podían encontrar al extraño hombre que lo había curado, Josías sólo pudo responder que no lo sabía.

1812:5  164:3.11 Éste es uno de los milagros más extraños de todos los que hizo el Maestro. Este hombre no había pedido que lo curaran. No sabía que el Jesús que le había ordenado que se lavara en Siloé, y que le había prometido la visión, era el profeta de Galilea que había predicado en Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos. Este hombre tenía poca fe en recibir la vista, pero la gente de aquella época tenía mucha fe en la eficacia de la saliva de un gran hombre o de un santo; de la conversación de Jesús con Natanael y Tomás, Josías había concluido que su supuesto benefactor era un gran hombre, un instructor erudito o un santo profeta; por eso hizo lo que Jesús le había ordenado.
1812:6  164:3.12 Jesús tenía tres razones para utilizar la arcilla y la saliva, y para ordenar al ciego que se lavara en el estanque simbólico de Siloé:

1812:7  164:3.13 1. Este milagro no era una respuesta a la fe personal. Era un prodigio que Jesús decidió realizar con una finalidad escogida por él mismo, pero lo preparó de tal manera que aquel hombre pudiera recibir un beneficio duradero.
1813:1  164:3.14 2. Como el ciego no había pedido la curación, y puesto que su fe era pequeña, se le habían indicado estos actos materiales con la finalidad de estimularlo. Josías sí creía en la superstición de la eficacia de la saliva, y sabía que el estanque de Siloé era un lugar casi sagrado. Pero difícilmente hubiera ido allí si no hubiera sido necesario lavar la arcilla de la unción. En esta operación había la suficiente ceremonia como para incitarlo a actuar.
1813:2  164:3.15 3. Pero Jesús tenía un tercer motivo para recurrir a estos medios materiales en relación con esta operación excepcional: Aquél fue un milagro efectuado simplemente en conformidad con su propia elección, y con ello deseaba enseñar a sus seguidores de aquella época, y de todos los siglos posteriores, a no despreciar u olvidar los medios materiales para curar a los enfermos. Quería enseñarles que debían dejar de considerar los milagros como el único método de curar las enfermedades humanas.

1813:3  164:3.16 Jesús concedió la vista a este hombre por medio de una acción milagrosa, este sábado por la mañana y cerca del templo en Jerusalén, con la finalidad principal de hacer que este acto fuera un desafío abierto al sanedrín y a todos los educadores y jefes religiosos judíos. Ésta fue su manera de proclamar una ruptura abierta con los fariseos. Siempre era positivo en todo lo que hacía. Jesús había llevado a sus dos apóstoles a la presencia de este hombre, a primeras horas de la tarde de este sábado, con la intención de presentar estas cuestiones ante el sanedrín, y provocó deliberadamente unas discusiones que obligaron a los fariseos a tener en cuenta este milagro.

 

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