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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 167

LA VISITA A FILADELFIA

 

6. LA BENDICIÓN DE Los NIÑOS

1839:6  167:6.1 El mensaje vespertino de Jesús sobre el matrimonio y la bendición que suponen los niños se difundió por todo Jericó, de manera que, a la mañana siguiente, mucho antes de que Jesús y los apóstoles se prepararan para partir, e incluso antes de la hora del desayuno, decenas de madres llegaron al lugar donde Jesús estaba alojado, trayendo a sus hijos en los brazos o llevándolos de la mano, y con el deseo de que bendijera a los pequeños. Cuando los apóstoles salieron y vieron esta multitud de madres con sus hijos, intentaron despedirlas, pero estas mujeres se negaron a marcharse hasta que el Maestro hubiera impuesto sus manos sobre sus hijos y los hubiera bendecido. Cuando los apóstoles reprendieron ruidosamente a estas madres, Jesús escuchó el alboroto, salió y los amonestó con indignación, diciendo: "Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque de ellos es el reino de los cielos. En verdad, en verdad os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño pequeño, difícilmente entrará en él para crecer hasta la plena estatura de la madurez espiritual."
1840:1  167:6.2 Cuando el Maestro hubo hablado a sus apóstoles, recibió a todos los niños y les impuso sus manos mientras decía a sus madres palabras de ánimo y de esperanza.

1840:2  167:6.3 Jesús habló con frecuencia a sus apóstoles de las mansiones celestiales y les enseñó que los hijos de Dios que progresan allí deben crecer espiritualmente, como los niños crecen físicamente en este mundo. De hecho, las cosas sagradas tienen muchas veces una apariencia corriente, y aquel día, aquellos niños y sus madres no se dieron cuenta de que las inteligencias espectadoras de Nebadón contemplaban a los niños de Jericó jugando con el Creador de un universo.

1840:3  167:6.4 La condición de la mujer en Palestina mejoró mucho gracias a las enseñanzas de Jesús; y lo mismo hubiera sucedido en todo el mundo si sus seguidores no se hubieran alejado tanto de lo que el Maestro se había esmerado en enseñarles.

1840:4  167:6.5 Fue también en Jericó, en conexión con una discusión sobre la temprana formación religiosa de los niños en los hábitos de la adoración divina, donde Jesús inculcó a sus apóstoles el gran valor de la belleza como influencia que conduce al impulso de adorar, especialmente entre los niños. Mediante sus preceptos y su ejemplo, el Maestro enseñó el valor de adorar al Creador en medio de los contornos naturales de la creación. Prefería comunicarse con el Padre celestial en medio de los árboles y entre las humildes criaturas del mundo natural. Sentía el regocijo de contemplar al Padre a través del espectáculo inspirador de los reinos estrellados de los Hijos Creadores.
1840:5  167:6.6 Cuando no es posible adorar a Dios en los tabernáculos de la naturaleza, los hombres deberían hacer todo lo posible por tener unas casas llenas de belleza, unos santuarios con una sencillez atrayente y una decoración artística, para que puedan despertarse las emociones humanas más elevadas en asociación con un acercamiento intelectual a la comunión espiritual con Dios. La verdad, la belleza y la santidad son unas ayudas poderosas y eficaces para la verdadera adoración. Pero la comunión espiritual no se fomenta con unos simples adornos masivos y el embellecimiento exagerado del arte esmerado y ostentoso del hombre. La belleza es más religiosa cuando es más sencilla y semejante a la naturaleza. ¡Es una pena que los niños pequeños tengan su primer contacto con los conceptos de la adoración en público en unas salas frías y estériles, tan desprovistas del atractivo de la belleza y tan vacías de toda insinuación a la alegría y a la santidad inspiradora! El niño debería ser iniciado a la adoración en el mundo de la naturaleza, y después acompañar a sus padres a los edificios públicos de las asambleas religiosas, que posean al menos tanto atractivo material y belleza artística como el hogar donde vive cada día.

 

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