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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 171

EN EL CAMINO DE JERUSALÉN

 

4. LA ENSEÑANZA EN LIVIAS

1871:3  171:4.1 El miércoles 29 de marzo al anochecer, Jesús y sus seguidores acamparon en Livias, camino de Jerusalén, después de haber completado su gira por las ciudades de Perea del sur. Durante esta noche en Livias fue cuando Simón Celotes y Simón Pedro, que se habían confabulado para que les entregaran en este lugar más de cien espadas, recibieron y distribuyeron estas armas a todos los que quisieron aceptarlas y llevarlas ocultas debajo de sus mantos. Simón Pedro todavía llevaba su espada la noche en que el Maestro fue traicionado en el jardín.
1871:4  171:4.2 El jueves por la mañana temprano, antes de que se despertaran los demás, Jesús llamó a Andrés y le dijo: "¡Despierta a tus hermanos! Tengo algo que decirles." Jesús sabía lo de las espadas y qué apóstoles habían recibido y llevaban estas armas, pero nunca les reveló que conocía estas cosas. Cuando Andrés hubo despertado a sus compañeros y estos se hubieron reunido, Jesús les dijo: " "Hijos míos, habéis estado conmigo mucho tiempo, y os he enseñado muchas cosas que son útiles para esta época, pero ahora quisiera advertiros que no pongáis vuestra confianza en las incertidumbres de la carne ni en las debilidades de la defensa humana, contra las pruebas y aflicciones que nos esperan. Os he reunido aquí a solas para poder deciros una vez más, claramente, que vamos a Jerusalén, donde sabéis que el Hijo del Hombre ya ha sido condenado a muerte. Os digo de nuevo que el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los dirigentes religiosos, los cuales lo condenarán y luego lo entregarán a los gentiles. Y así, se burlarán del Hijo del Hombre, incluso le escupirán y lo azotarán, y lo entregarán a la muerte. Y cuando maten al Hijo del Hombre, no os sintáis consternados, porque os declaro que al tercer día resucitará. Cuidad de vosotros mismos y recordad que os he prevenido."
1871:5  171:4.3 Los apóstoles se quedaron de nuevo asombrados, anonadados; pero no se decidieron a considerar sus palabras al pie de la letra; no podían comprender que el Maestro quería decir exactamente lo que había dicho. Estaban tan cegados por su creencia persistente en un reino temporal en la tierra, con sede en Jerusalén, que simplemente no podían —no querían— permitirse el aceptar literalmente las palabras de Jesús. Todo aquel día estuvieron reflexionando sobre lo que el Maestro había querido decir con estas extrañas declaraciones. Pero ninguno se atrevió a preguntarle sobre ellas. Hasta después de la muerte de Jesús, estos apóstoles desconcertados no llegaron a comprender que el Maestro les había hablado por anticipado, clara y directamente, de su crucifixión.

1872:1  171:4.4 Fue aquí en Livias donde algunos fariseos amistosos vinieron a ver a Jesús poco después del desayuno, y le dijeron: "Huye deprisa de estos lugares, porque Herodes pretende ahora matarte tal como hizo con Juan. Teme un levantamiento del pueblo y ha decidido matarte. Te traemos esta advertencia para que puedas huir."
1872:2  171:4.5 Esto era parcialmente cierto. La resurrección de Lázaro había asustado y alarmado a Herodes, y sabiendo que el sanedrín se había atrevido a condenar a Jesús incluso antes de juzgarlo, Herodes había decidido o bien matar a Jesús, o echarlo fuera de su territorio. En realidad deseaba hacer lo segundo, pues le tenía tanto miedo que esperaba no verse obligado a ejecutarlo.
1872:3  171:4.6 Cuando escuchó lo que los fariseos tenían que decirle, Jesús respondió: "Conozco bien a Herodes y el miedo que tiene a este evangelio del reino. Pero no os engañéis, preferiría mucho más que el Hijo del Hombre subiera a Jerusalén para sufrir y morir a manos de los jefes de los sacerdotes; como se ha manchado las manos con la sangre de Juan, no tiene el deseo de responsabilizarse de la muerte del Hijo del Hombre. Id a decirle a ese zorro que el Hijo del Hombre predica hoy en Perea, que mañana irá a Judea, y que dentro de unos días habrá terminado su misión en la tierra y estará preparado para ascender hacia el Padre."
1872:4  171:4.7 Luego Jesús se volvió hacia sus apóstoles, y dijo: "Desde los tiempos antiguos los profetas han perecido en Jerusalén, y es apropiado que el Hijo del Hombre vaya a la ciudad de la casa del Padre para ser sacrificado como precio del fanatismo humano, y como consecuencia de los prejuicios religiosos y de la ceguera espiritual. ¡Oh Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los instructores de la verdad! ¡Cuántas veces hubiera querido reunir a tus hijos como una gallina reune a sus polluelos debajo de sus alas, pero no me has dejado hacerlo! ¡He aquí que tu casa está a punto de quedarse desolada! Muchas veces desearás verme, pero no podrás. Entonces me buscarás, pero no me encontrarás." Después de haber hablado así, se volvió hacia los que le rodeaban y dijo: "Sin embargo, vayamos a Jerusalén para asistir a la Pascua y hacer lo que nos corresponda para realizar la voluntad del Padre que está en los cielos."

1872:5  171:4.8 Un grupo confundido y desconcertado de creyentes siguió aquel día a Jesús hasta Jericó. En las declaraciones de Jesús sobre el reino, los apóstoles sólo podían discernir la certidumbre del triunfo final; simplemente no se dejaban llevar hasta el punto de estar dispuestos a captar las advertencias de un revés inminente. Cuando Jesús habló de "resucitar al tercer día", se aferraron a que esta declaración significaba un triunfo seguro del reino inmediatamente después de una desagradable escaramuza preliminar con los jefes religiosos de los judíos. El "tercer día" era una expresión corriente judía que significaba "pronto" o "poco después". Cuando Jesús habló de "resucitar", pensaron que se refería a la "resurrección del reino".
1872:6  171:4.9 Estos creyentes habían aceptado a Jesús como el Mesías, y los judíos no sabían nada o casi nada sobre un Mesías sufriente. No comprendían que Jesús iba a conseguir con su muerte muchas cosas que nunca podría haber logrado con su vida. La resurrección de Lázaro es la que había armado de valor a los apóstoles para entrar en Jerusalén, pero el recuerdo de la transfiguración fue lo que sostuvo al Maestro durante este duro período de su donación.

 


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