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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 172

LA ENTRADA EN JERUSALÉN

 

5. LA ACTITUD DE Los APÓSTOLES

1883:6  172:5.1 Este domingo por la tarde, mientras regresaban a Betania, Jesús caminó delante de los apóstoles. No se dijo ni una palabra hasta que se separaron después de llegar a la casa de Simón. Nunca hubo doce seres humanos que experimentaran unas emociones tan diversas e inexplicables como las que surgían ahora en la mente y en el alma de estos embajadores del reino. Estos robustos galileos estaban confusos y desconcertados; no sabían qué esperar inmediatamente después; estaban demasiado sorprendidos como para sentirse muy asustados. No sabían nada de los planes del Maestro para el día siguiente, y no hicieron ninguna pregunta. Se fueron a sus alojamientos, aunque no durmieron mucho, a excepción de los gemelos. Pero no mantuvieron una vigilia armada alrededor de Jesús en la casa de Simón.

1884:1  172:5.2 Andrés estaba totalmente desconcertado, casi desorientado. Fue el único apóstol que no intentó evaluar seriamente la explosión popular de aclamaciones. Estaba demasiado preocupado por la idea de su responsabilidad como jefe del cuerpo apostólico, como para analizar seriamente el sentido o el significado de los ruidosos hosannas de la multitud. Andrés estaba atareado vigilando a algunos de sus compañeros, pues temía que se dejaran llevar por sus emociones durante la agitación popular, especialmente Pedro, Santiago, Juan y Simón Celotes. Durante todo este día y los que siguieron inmediatamente después, Andrés estuvo preocupado con serias dudas, pero nunca expresó ninguno de estos recelos a sus compañeros apostólicos. Le inquietaba la actitud de algunos de los doce, pues sabía que estaban armados con espadas; pero ignoraba que su propio hermano Pedro llevaba una de aquellas armas. Así pues, la procesión hacia Jerusalén sólo causó en Andrés una impresión relativamente superficial; estaba demasiado atareado con las responsabilidades de su cargo como para sentirse afectado por otras cosas.

1884:2  172:5.3 Simón Pedro se sintió al principio casi arrebatado por esta manifestación popular de entusiasmo; pero se había serenado notablemente en el momento de regresar aquella noche a Betania. Pedro simplemente no podía imaginar qué es lo que pretendía hacer el Maestro. Estaba terriblemente desilusionado porque Jesús no había aprovechado esta oleada de favor popular para hacer algún tipo de declaración. Pedro no podía comprender por qué Jesús no había hablado a la multitud cuando llegaron al templo, o al menos permitido que uno de los apóstoles se dirigiera al gentío. Pedro era un gran predicador, y le disgustaba ver cómo se desaprovechaba un auditorio tan amplio, tan receptivo y tan entusiasta. Le hubiera gustado tanto predicar el evangelio del reino a este gentío allí mismo en el templo; pero el Maestro les había encargado expresamente que no debían enseñar ni predicar en Jerusalén durante esta semana de la Pascua. La reacción a la espectacular procesión hacia la ciudad fue desastrosa para Simón Pedro; cuando llegó la noche, estaba pensativo y con una tristeza indecible.

1884:3  172:5.4 Para Santiago Zebedeo, este domingo fue un día de perplejidad y de profunda confusión; no conseguía captar el significado de lo que estaba ocurriendo; no podía comprender la intención del Maestro, que permitía estas aclamaciones desenfrenadas, y luego se negaba a decir una palabra a la gente cuando llegaron al templo. Mientras la procesión descendía del Olivete hacia Jerusalén, y más particularmente cuando se encontraron con los miles de peregrinos que salían para acoger al Maestro, Santiago se sintió cruelmente desgarrado entre sus emociones contradictorias de exaltación y satisfacción por lo que veía, y su profundo sentimiento de temor por lo que podía ocurrir cuando llegaran al templo. Luego se sintió abatido y abrumado por la decepción cuando Jesús se bajó del asno y se puso a caminar tranquilamente por los patios del templo. Santiago no podía comprender por qué se desperdiciaba una oportunidad tan magnífica para proclamar el reino. Por la noche, una angustiosa y terrible incertidumbre dominaba su mente.

1884:4  172:5.5 Juan Zebedeo estuvo a punto de comprender por qué Jesús había actuado así; al menos captó parcialmente el significado espiritual de esta supuesta entrada triunfal en Jerusalén. Mientras la multitud se dirigía hacia el templo y Juan observaba a su Maestro sentado a horcajadas en el pollino, recordó que anteriormente había escuchado a Jesús citar el pasaje de las Escrituras, la declaración de Zacarías, que describía la llegada del Mesías como un hombre de paz que entraba en Jerusalén montado en un asno. Mientras Juan le daba vueltas a esta Escritura en su cabeza, empezó a comprender el significado simbólico del espectáculo de este domingo por la tarde. Al menos captó el suficiente significado de esta Escritura como para permitirle disfrutar un poco del episodio e impedir deprimirse con exceso por el final aparentemente sin sentido de la procesión triunfal. Juan tenía un tipo de mente que tendía de manera natural a pensar y a sentir en símbolos.

1885:1  172:5.6 Felipe estaba completamente trastornado por lo inesperado y la espontaneidad de la explosión. Mientras descendían del Olivete, no pudo ordenar suficientemente sus pensamientos como para llegar a una opinión determinada sobre el significado de toda esta manifestación. En cierto modo, disfrutó del espectáculo porque su Maestro estaba siendo honrado. Cuando llegaron al templo, le inquietó la idea de que Jesús quizás pudiera pedirle que alimentara a la multitud, de manera que el comportamiento de Jesús de apartarse deliberadamente del gentío, que tan amargamente había desilusionado a la mayoría de los apóstoles, fue un gran alivio para Felipe. Las multitudes habían sido a veces una gran prueba para el administrador de los doce. Después de haberse liberado de estos temores personales referentes a las necesidades materiales del gentío, Felipe se unió a Pedro para expresar su desilusión porque no se había hecho nada por enseñar a la multitud. Aquella noche, Felipe se puso a reflexionar sobre estas experiencias, y estuvo tentado de poner en duda toda la idea del reino; se preguntaba honestamente qué podían significar todas estas cosas, pero no expresó sus dudas a nadie; amaba demasiado a Jesús como para hacer una cosa así. Tenía una gran fe personal en el Maestro.

1885:2  172:5.7 Natanael, aparte de apreciar los aspectos simbólicos y proféticos, fue el que estuvo más cerca de comprender las razones que tenía el Maestro para ganarse el apoyo popular de los peregrinos de la Pascua. Antes de llegar al templo, estuvo razonando que, sin esta entrada espectacular en Jerusalén, Jesús hubiera sido arrestado por los agentes del sanedrín y arrojado en un calabozo en cuanto se hubiera atrevido a entrar en la ciudad. Así pues, no le sorprendió en absoluto que el Maestro dejara de utilizar a la alegre multitud en cuanto se encontró dentro de los muros de la ciudad, después de haber impresionado tan poderosamente a los dirigentes judíos como para que éstos se abstuvieron de proceder a su arresto inmediato. Al comprender la verdadera razón que tenía el Maestro para entrar de esta manera en la ciudad, Natanael siguió adelante desde luego con más equilibrio y se sintió menos perturbado y desilusionado que los otros apóstoles por la conducta posterior de Jesús. Natanael tenía una gran confianza en la aptitud de Jesús para comprender a los hombres, así como en su sagacidad y destreza para manejar las situaciones difíciles.

1885:3  172:5.8 Mateo se sintió al principio confundido por esta manifestación espectacular. No captó el significado de lo que veían sus ojos hasta que se acordó también del escrito de Zacarías, en el que el profeta aludía al regocijo de Jerusalén porque había llegado su rey trayendo la salvación y montado en el pollino de una burra. Mientras la procesión avanzaba en dirección a la ciudad y luego se dirigía hacia el templo, Mateo se quedó extasiado; estaba seguro de que algo extraordinario iba a suceder cuando el Maestro llegara al templo a la cabeza de esta multitud que lo aclamaba. Cuando uno de los fariseos se mofó de Jesús, diciendo: "¡Mirad todos, mirad quién viene aquí: el rey de los judíos montado en un asno!", Mateo tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ponerle las manos encima. Aquel atardecer, ninguno de los doce estaba más deprimido que él durante el camino de vuelta a Betania. Después de Simón Pedro y Simón Celotes, Mateo fue quien experimentó la mayor tensión nerviosa y por la noche estaba agotado. Pero por la mañana ya estaba mucho más animado; después de todo, era un buen perdedor.

1886:1  172:5.9 Tomás fue el hombre más desconcertado y confundido de los doce. La mayor parte del tiempo se limitó a seguir a los demás, contemplando el espectáculo y preguntándose honestamente cuál podía ser el motivo del Maestro para participar en una manifestación tan peculiar. En lo más profundo de su corazón, consideraba toda esta representación como un poco infantil, si no absolutamente disparatada. Nunca había visto a Jesús hacer una cosa semejante, y no sabía cómo explicar su extraña conducta de este domingo por la tarde. Cuando llegaron al templo, Tomás había deducido que la finalidad de esta demostración popular era asustar de tal manera al sanedrín, que no se atrevieran a arrestar inmediatamente al Maestro. En el camino de vuelta a Betania, Tomás reflexionó mucho, pero no dijo nada. En el momento de acostarse, la habilidad del Maestro para organizar esta entrada tumultuosa en Jerusalén había empezado a despertar un poco su sentido del humor, y se sintió muy animado por esta reacción.

1886:2  172:5.10 Este domingo empezó siendo un gran día para Simón Celotes. Se imaginaba las cosas maravillosas que se harían en Jerusalén los próximos días, y en esto tenía razón, pero Simón soñaba con el establecimiento de la nueva soberanía nacional de los judíos, con Jesús sentado en el trono de David. Simón veía a los nacionalistas entrar en acción en cuanto se anunciara el reino, y se veía a sí mismo al mando supremo de las fuerzas militares, en vías de congregarse, del nuevo reino. Durante el descenso del Olivete, llegó incluso a imaginar que el sanedrín y todos sus partidarios estarían muertos antes de que se pusiera el sol aquel día. Creía realmente que algo extraordinario iba a suceder. Era el hombre más ruidoso de toda la multitud. Pero a las cinco de la tarde, era un apóstol silencioso, abatido y desilusionado. Nunca se recuperó por completo de la depresión que se apoderó de él a consecuencia de la conmoción de este día; al menos, no hasta mucho tiempo después de la resurrección del Maestro.

1886:3  172:5.11 Para los gemelos Alfeo, éste fue un día perfecto. Lo disfrutaron realmente hasta el fin, y como no estuvieron presentes durante la tranquila visita al templo, se libraron en gran parte de la decepción que siguió a la agitación popular. No podían comprender de ninguna manera el comportamiento abatido de los apóstoles cuando regresaban a Betania aquella noche. En la memoria de los gemelos, éste fue siempre el día en que se sintieron más cerca del cielo en la tierra. Este día fue la culminación satisfactoria de toda su carrera como apóstoles. El recuerdo de la euforia de este domingo por la tarde los sostuvo durante toda la tragedia de esta semana memorable, hasta el mismo momento de la crucifixión. Fue la entrada real más apropiada que los gemelos podían imaginar; disfrutaron cada momento del espectáculo. Aprobaron plenamente todo lo que vieron y conservaron el recuerdo durante mucho tiempo.

1886:4  172:5.12 De todos los apóstoles, Judas Iscariote fue el que estuvo más desfavorablemente afectado por esta entrada procesional en Jerusalén. Su mente estaba desagradablemente agitada porque el Maestro le había reprendido el día anterior a causa de la unción de María durante la fiesta en casa de Simón. Judas estaba disgustado con todo el espectáculo. Le parecía infantil, si no francamente ridículo. Mientras este apóstol vengativo contemplaba los acontecimientos de este domingo por la tarde, le daba la impresión de que Jesús se parecía más a un payaso que a un rey. Le molestaba enormemente todo el espectáculo. Compartía el punto de vista de los griegos y de los romanos, que despreciaban a todo el que consintiera en montarse en un asno o en el pollino de una burra. Cuando la procesión triunfal hubo entrado en la ciudad, Judas casi había decidido abandonar toda idea de un reino semejante; estaba casi resuelto a renunciar a todas estas tentativas absurdas para establecer el reino de los cielos. Luego se acordó de la resurrección de Lázaro y de otras muchas cosas, y decidió permanecer con los doce, al menos un día más. Además, llevaba la bolsa, y no quería desertar con los fondos apostólicos en su poder. Aquella noche, durante el camino de vuelta a Betania, su conducta no pareció extraña puesto que todos los apóstoles estaban igualmente deprimidos y silenciosos.
1887:1  172:5.13 Judas se dejó influir enormemente por las burlas de sus amigos saduceos. En su determinación final de abandonar a Jesús y a sus compañeros apóstoles, ningún otro factor ejerció una influencia tan poderosa sobre él como cierto episodio que se produjo en el preciso momento en que Jesús llegaba a la puerta de la ciudad: Un distinguido saduceo (amigo de la familia de Judas) se precipitó hacia éste con el ánimo de burlarse jovialmente de él, le dio una palmada en la espalda, y le dijo: "¿Por qué tienes tan mala cara, mi buen amigo? Anímate y únete a todos nosotros para aclamar a ese Jesús de Nazaret, el rey de los judíos, mientras atraviesa las puertas de Jerusalén montado en un burro." Judas nunca había retrocedido ante las persecuciones, pero no podía soportar este tipo de burlas. A su sentimiento de venganza, alimentado durante largo tiempo, se sumaba ahora este miedo mortal al ridículo, este sentimiento terrible y espantoso de sentir vergüenza de su Maestro y de sus compañeros apóstoles. En su corazón, este embajador ordenado del reino ya era un desertor; sólo le quedaba encontrar una excusa plausible para romper abiertamente con el Maestro.

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