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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 173

EL LUNES EN JERUSALÉN

 

1. LA DEPURACIÓN DEL TEMPLO

1888:4  173:1.1 Un inmenso tráfico comercial se había desarrollado en asociación con los servicios y las ceremonias de culto en el templo. Existía el comercio de suministrar los animales apropiados para los diversos sacrificios. Aunque estaba permitido que los fieles aportaran sus propias ofrendas, persistía el hecho de que los animales debían estar libres de todo "defecto" en el sentido de la ley levítica, según la interpretaban los inspectores oficiales del templo. Muchos fieles habían sufrido la humillación de ver cómo los examinadores del templo rechazaban su animal supuestamente perfecto. Por esta razón, se había generalizado la práctica de adquirir los animales propiciatorios en el mismo templo, y aunque había diversos lugares cerca del Olivete donde se podían comprar, se había puesto de moda comprar estos animales directamente en los corrales del templo. Esta costumbre de vender todo tipo de animales propiciatorios en los patios del templo se había desarrollado gradualmente. Así había surgido a la existencia un importante comercio que reportaba unos beneficios enormes. Una parte de estas ganancias estaba reservada para el tesoro del templo, pero la mayoría iba a parar indirectamente a las manos de las familias de los altos sacerdotes en el poder.
1888:5  173:1.2 Esta venta de animales en el templo prosperó porque cuando un fiel compraba un animal, aunque el precio fuera un poco alto, ya no tenía que pagar ningún tributo más, y podía estar seguro de que el sacrificio propuesto no sería rechazado con el pretexto de que el animal tenía defectos reales o imaginarios. De vez en cuando, los precios se recargaban de una manera exorbitante a la gente del pueblo, en particular durante las grandes fiestas nacionales. En un momento dado, los codiciosos sacerdotes llegaron a exigir el equivalente de una semana de trabajo por un par de palomas que deberían haberse vendido a los pobres por unos pocos céntimos. Los "hijos de Anás" ya habían empezado a instalar sus bazares en los recintos del templo, unos mercados de géneros que sobrevivieron hasta que fueron finalmente arrasados por el populacho, tres años antes de la destrucción del mismo templo.

1889:1  173:1.3 Pero el tráfico de animales propiciatorios y de otras mercancías no era la única manera en que se profanaban los patios del templo. En esta época se había fomentado un amplio sistema de intercambio bancario y comercial, que se realizaba directamente dentro de los recintos del templo. Todo esto había sucedido de la manera siguiente: Durante la dinastía de los Asmoneos, los judíos acuñaron su propia moneda de plata, y se había establecido la práctica de exigir que el tributo de medio siclo, y todos los demás derechos del templo, se pagaran con esta moneda judía. Esta reglamentación hacía necesario autorizar a unos cambistas para que intercambiaran este siclo ortodoxo de acuñación judía por los numerosos tipos de monedas que circulaban en toda Palestina y en otras provincias del imperio romano. El impuesto del templo por persona, pagadero por todo el mundo a excepción de las mujeres, los esclavos y los menores, era de medio siclo, una moneda de casi dos centímetros de diámetro, pero bastante gruesa. En los tiempos de Jesús, los sacerdotes también estaban exentos de pagar los impuestos del templo. En consecuencia, entre los días 15 y 25 del mes anterior a la Pascua, los cambistas acreditados instalaban sus puestos en las principales ciudades de Palestina, con el fin de proporcionar a los judíos la moneda apropiada para pagar los impuestos del templo cuando llegaran a Jerusalén. Después de este período de diez días, estos cambistas se trasladaban a Jerusalén y montaban sus mostradores de cambio en los patios del templo. Estaban autorizados a cobrar una comisión equivalente a tres o cuatro céntimos por el cambio de una moneda valorada en unos diez céntimos, y en el caso de que se deseara cambiar una moneda de mayor valor, tenían permiso para cobrar el doble. Estos banqueros del templo también se lucraban cambiando todo el dinero destinado a comprar los animales propiciatorios y a pagar los votos y las ofrendas.
1889:2  173:1.4 Estos cambistas del templo no sólo dirigían un negocio regular de banca para obtener beneficios con el intercambio de más de veinte tipos de monedas que los peregrinos visitantes traían periódicamente a Jerusalén, sino que también se dedicaban a todas las otras clases de operaciones relacionadas con el oficio de banquero. Tanto el tesoro del templo como los jefes del mismo obtenían unos beneficios enormes con estas actividades comerciales. No era raro que el tesoro del templo contuviera más de diez millones de dólares (de 1935), mientras que la gente común y corriente languidecía en la miseria y continuaba pagando estas recaudaciones injustas.

1889:3  173:1.5 Este lunes por la mañana, Jesús intentó enseñar el evangelio del reino celestial en medio de esta multitud ruidosa de cambistas, mercaderes y vendedores de ganado. No era el único que se sentía molesto por esta profanación del templo; la gente corriente, y en especial los visitantes judíos de las provincias extranjeras, también se sentían completamente contrariados por esta profanación especulativa de su templo nacional de culto. En esta época, el mismo sanedrín celebraba sus reuniones regulares en una sala que estaba rodeada por todo este murmullo y confusión del comercio y del trueque.
1890:1  173:1.6 Cuando Jesús estaba a punto de empezar su alocución, se produjeron dos incidentes que atrajeron su atención. En el mostrador de un cambista cercano había surgido una discusión violenta y acalorada porque al parecer se le había cobrado con exceso a un judío de Alejandría, y en el mismo momento, el aire se desgarró con los mugidos de una manada de unos cien bueyes que estaban siendo conducidos de una sección de los corrales a otra. Mientras Jesús se detenía, contemplando de manera silenciosa pero meditativa esta escena de comercio y de confusión, observó cerca de él a un galileo sencillo, un hombre con quien había hablado una vez en Irón, que estaba siendo ridiculizado y empujado por unos judeos arrogantes que se consideraban superiores. Todo esto se combinó para que se produjera en el alma de Jesús uno de esos extraños arrebatos periódicos de indignada emoción.
1890:2  173:1.7 Ante el asombro de sus apóstoles, que estaban allí cerca y que se abstuvieron de participar en lo que siguió a continuación, Jesús bajó del estrado de los instructores, se dirigió hacia el muchacho que conducía el ganado a través del patio, le quitó el látigo de cuerdas y sacó rápidamente a los animales del templo. Pero esto no fue todo. Ante la mirada asombrada de las miles de personas reunidas en el patio del templo, se dirigió a grandes zancadas majestuosas hacia el corral más alejado, y se puso a abrir las puertas de cada establo y a expulsar a los animales encerrados. Para entonces los peregrinos reunidos se habían entusiasmado, y con un griterío tumultuoso se dirigieron a los bazares y empezaron a volcar las mesas de los cambistas. En menos de cinco minutos, todo comercio había sido barrido del templo. En el momento en que los guardias romanos cercanos aparecieron en escena, todo estaba tranquilo y las multitudes habían recuperado la calma. Jesús regresó a la tribuna de los oradores, y dijo a la multitud: "Hoy habéis presenciado lo que está escrito en las Escrituras: `Mi casa será llamada una casa de oración para todas las naciones, pero habéis hecho de ella una cueva de ladrones.'"
1890:3  173:1.8 Antes de que pudiera decir una palabra más, la gran asamblea estalló en hosannas de alabanza, y un gran grupo de jóvenes salió enseguida de la multitud para cantar himnos de gratitud porque los mercaderes profanos y usureros habían sido echados del templo sagrado. Mientras tanto, algunos sacerdotes habían llegado al lugar, y uno de ellos dijo a Jesús: "¿No oyes lo que dicen los hijos de los levitas?" Y el Maestro respondió: "¿No has leído nunca que `la alabanza ha salido perfecta de la boca de los niños y de los lactantes?'" Durante todo el resto del día, mientras Jesús estuvo enseñando, unos guardianes establecidos por el pueblo estuvieron vigilando todos los arcos de entrada, y no permitieron que nadie transportara ni siquiera una vasija vacía a través de los patios del templo.

1890:4  173:1.9 Cuando los principales sacerdotes y los escribas se enteraron de estos acontecimientos, se quedaron sin habla. Tenían mucho más miedo del Maestro, y estaban aún más decididos a destruirlo. Pero estaban confundidos. No sabían cómo disponer su muerte, porque tenían mucho miedo de las multitudes, que ahora expresaban tan abiertamente su aprobación por la expulsión de los especuladores profanos. Durante todo este día, un día tranquilo y pacífico en los patios del templo, el pueblo escuchó la enseñanza de Jesús y estuvo literalmente pendiente de sus palabras.
1890:5  173:1.10 Este acto sorprendente de Jesús sobrepasaba la comprensión de sus apóstoles. Estaban tan desconcertados por esta acción repentina e inesperada de su Maestro, que durante todo el episodio permanecieron agrupados cerca de la tribuna de los oradores; no levantaron ni un dedo para ayudar a esta depuración del templo. Si este acontecimiento espectacular hubiera ocurrido el día anterior, cuando Jesús llegó triunfalmente al templo al final de la tumultuosa procesión a través de las puertas de la ciudad, todo el tiempo aclamado ruidosamente por la multitud, hubieran estado dispuestos a actuar; pero dada la manera en que se desarrollaron las cosas, no estaban preparados en absoluto para participar.
1891:1  173:1.11 Esta depuración del templo revela la actitud del Maestro hacia la comercialización de las prácticas religiosas, así como su abominación por todas las formas de injusticia y de especulación a expensas de los pobres y de los ignorantes. Este episodio demuestra también que Jesús no aprobaba que se rehusara emplear la fuerza para proteger a la mayoría de un grupo humano determinado, contra las prácticas desleales y esclavizantes de unas minorías injustas que pudieran parapetarse detrás del poder político, financiero o eclesiástico. No se debe permitir que los hombres astutos, perversos e insidiosos se organicen para explotar y oprimir a aquellos que, a causa de su idealismo, no están dispuestos a recurrir a la violencia para protegerse o para promover sus proyectos de vida dignos de alabanza.

 

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