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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 183

LA TRAICIÓN Y EL ARRESTO DE JESÚS

 

3. EL ARRESTO DEL MAESTRO

1973:3  183:3.1 Mientras esta compañía de soldados y guardias armados, provistos de antorchas y linternas, se acercaba al jardín, Judas se adelantó considerablemente al grupo a fin de estar preparado para identificar rápidamente a Jesús, de manera que los captores pudieran prenderlo fácilmente antes de que sus compañeros acudieran a defenderlo. Había también otra razón por la que Judas escogió adelantarse a los enemigos del Maestro: Pensó que así parecería que había llegado a la escena antes que los soldados, de tal manera que los apóstoles y las otras personas reunidas alrededor de Jesús quizás no lo relacionarían directamente con los guardias armados que le seguían tan de cerca. Judas había pensado incluso en alardear de que se había apresurado para prevenirlos de la llegada de los captores, pero este plan fue desbaratado por el saludo sombrío con que Jesús recibió al traidor. Aunque el Maestro le habló a Judas con amabilidad, lo recibió como a un traidor.
1973:4  183:3.2 Tan pronto como Pedro, Santiago, Juan y unos treinta de sus compañeros de campamento vieron al grupo armado y sus antorchas girar en la cima de la colina, supieron que aquellos soldados venían a arrestar a Jesús, y todos descendieron precipitadamente hacia el lagar, donde el Maestro estaba sentado en una soledad iluminada por la luna. Mientras la compañía de soldados se acercaba por un lado, los tres apóstoles y sus compañeros se acercaban por el otro. Cuando Judas avanzó a zancadas para acercarse al Maestro, los dos grupos se quedaron inmóviles con el Maestro entre ellos, mientras Judas se preparaba para estampar el beso traidor en la frente de Jesús.
1974:1  183:3.3 El traidor había esperado que, después de conducir a los guardias hasta Getsemaní, podría simplemente indicar a los soldados quién era Jesús, o a lo más llevar a cabo la promesa de saludarlo con un beso, y luego alejarse rápidamente de la escena. Judas tenía mucho miedo de que todos los apóstoles estuvieran presentes y que concentraran su ataque sobre él como castigo por haberse atrevido a traicionar a su amado instructor. Pero cuando el Maestro lo saludó como a un traidor, se sintió tan confundido que no hizo ningún intento por huir.
1974:2  183:3.4 Jesús hizo un último esfuerzo por evitarle a Judas que llevara a cabo el gesto efectivo de traicionarlo. Antes de que el traidor pudiera llegar hasta él, se apartó a un lado y se dirigió al soldado principal de la izquierda, el capitán de los romanos, diciendo: "¿A quién buscáis?" El capitán contestó: "A Jesús de Nazaret." Entonces Jesús se presentó inmediatamente delante del oficial y, con la tranquila majestad del Dios de toda esta creación, dijo: "Soy yo." Muchos miembros de este grupo armado habían escuchado a Jesús enseñar en el templo, otros se habían enterado de sus obras poderosas, y cuando le escucharon anunciar tan audazmente su identidad, los que se encontraban en las primeras filas retrocedieron repentinamente. Se quedaron aturdidos de sorpresa ante la tranquila y majestuosa declaración de su identidad. Judas no tenía pues ninguna necesidad de continuar con su plan de traición. El Maestro se había revelado audazmente a sus enemigos, y éstos podían haberlo arrestado sin la ayuda de Judas. Pero el traidor tenía que hacer algo para justificar su presencia con este grupo armado, y además quería hacer alarde de que estaba realizando su papel en el pacto de traición acordado con los jefes de los judíos, para hacerse digno de la gran recompensa y de los honores que creía que se acumularían sobre él como compensación por su promesa de entregarles a Jesús.
1974:3  183:3.5 Mientras los guardias se recuperaban de su primera vacilación al ver a Jesús y escuchar el sonido de su voz excepcional, y mientras los apóstoles y los discípulos se acercaban cada vez más, Judas avanzó hacia Jesús, le dio un beso en la frente, y dijo: "Salve, Maestro e Instructor." Mientras Judas abrazaba así a su Maestro, Jesús dijo: "Amigo, ¡no te basta con hacer esto! ¿Traicionarás también al Hijo del Hombre con un beso?"
1974:4  183:3.6 Los apóstoles y los discípulos se quedaron literalmente anonadados por lo que estaban viendo. Durante un momento nadie se movió. Luego Jesús se desembarazó del abrazo traidor de Judas, se acercó a los guardias y soldados y preguntó de nuevo: "¿A quién buscáis?" El capitán dijo otra vez: "A Jesús de Nazaret." Y Jesús contestó de nuevo: "Os he dicho que soy yo. Así pues, si me buscáis a mí, dejad que estos otros se vayan. Estoy listo para ir con vosotros."
1974:5  183:3.7 Jesús estaba preparado para regresar a Jerusalén con los guardias, y el capitán de los soldados estaba enteramente dispuesto a permitir que los tres apóstoles y sus compañeros se fueran en paz. Pero antes de que pudieran partir, mientras Jesús estaba allí esperando las órdenes del capitán, un tal Malco, el guardaespaldas sirio del sumo sacerdote, se acercó a Jesús y se preparó para atarle las manos a la espalda, aunque el capitán romano no había ordenado que Jesús fuera atado así. Cuando Pedro y sus compañeros vieron que su Maestro era sometido a esta indignidad, ya no fueron capaces de contenerse más tiempo. Pedro sacó su espada y se abalanzó con los demás para golpear a Malco. Pero antes de que los soldados pudieran acudir en defensa del servidor del sumo sacerdote, Jesús levantó la mano delante de Pedro con gesto de prohibición y le habló severamente, diciendo: "Pedro, guarda tu espada. Los que sacan la espada, perecerán por la espada. ¿No comprendes que es voluntad del Padre que yo beba esta copa? ¿Y no sabes además que incluso ahora podría ordenar a más de doce legiones de ángeles y a sus asociados que me liberaran de las manos de estos pocos hombres?"
1975:1  183:3.8 Aunque Jesús puso así fin eficazmente a esta demostración de resistencia física por parte de sus seguidores, lo sucedido bastó para despertar los temores del capitán de los guardias, el cual, con la ayuda de sus soldados, puso sus pesadas manos sobre Jesús y lo ató rápidamente. Mientras le ataban las manos con fuertes cuerdas, Jesús les dijo: "¿Por qué salís contra mí con espadas y palos como para capturar a un ladrón? He estado diariamente con vosotros en el templo, enseñando públicamente a la gente, y no habéis hecho ningún esfuerzo por apresarme."
1975:2  183:3.9 Cuando Jesús estuvo atado, el capitán, temiendo que los seguidores del Maestro intentaran rescatarlo, dio órdenes para que fueran capturados; pero los soldados no fueron lo suficientemente rápidos porque, como los seguidores de Jesús habían escuchado las órdenes del capitán de que fueran arrestados, huyeron precipitadamente por la hondonada. Durante todo este tiempo, Juan Marcos había permanecido recluído en el cobertizo cercano. Cuando los guardias emprendieron el regreso hacia Jerusalén con Jesús, Juan Marcos intentó salir a escondidas del cobertizo para unirse a los apóstoles y discípulos que habían huido; pero en el preciso momento en que salía, uno de los últimos soldados que regresaba de perseguir a los discípulos que huían pasó por allí y, al ver a este joven con su manto de lino, empezó a perseguirlo y casi llegó a atraparlo. De hecho, el soldado se acercó lo suficiente a Juan como para agarrar su manto, pero el joven se liberó de la ropa y se escapó desnudo mientras el soldado se quedaba con el manto vacío. Juan Marcos se dirigió a toda prisa hacia el sendero de arriba donde se encontraba David Zebedeo. Cuando le contó a David lo que había sucedido, los dos regresaron precipitadamente a las tiendas de los apóstoles dormidos e informaron a los ocho que el Maestro había sido traicionado y detenido.
1975:3  183:3.10 Casi en el mismo momento en que los ocho apóstoles eran despertados, los que habían huído por la hondonada arriba empezaron a regresar, y todos se reunieron cerca del lagar para discutir lo que había que hacer. Mientras tanto, Simón Pedro y Juan Zebedeo, que se habían ocultado entre los olivos, ya habían empezado a seguir al grupo de soldados, guardias y sirvientes, que ahora conducían a Jesús de regreso a Jerusalén como si llevaran a un criminal capaz de cualquier cosa. Juan seguía de cerca al grupo, pero Pedro iba detrás a más distancia. Después de escapar de las garras del soldado, Juan Marcos se procuró un manto que había encontrado en la tienda de Simón Pedro y Juan Zebedeo. Sospechaba que los guardias llevarían a Jesús a la casa de Anás, el sumo sacerdote jubilado; así pues, bordeó los huertos de olivos y llegó antes que el grupo al palacio del sumo sacerdote, donde se escondió cerca de la entrada principal.

 

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