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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 186

POCO ANTES DE LA CRUCIFIXIÓN

 

2. LA ACTITUD DEL MAESTRO

1999:1  186:2.1 Cuando Jesús fue arrestado, sabía que su trabajo en la tierra, en la similitud de la carne mortal, había terminado. Comprendía plenamente la clase de muerte que le esperaba, y le preocupaban poco los detalles de sus supuestos juicios.
1999:2  186:2.2 Delante del tribunal de los sanedristas, Jesús rehusó responder al testimonio de los testigos perjuros. Sólo había una pregunta que siempre atraía una respuesta, ya fuera hecha por amigos o enemigos, y era la que se refería a la naturaleza y a la divinidad de su misión en la tierra. Cuando le preguntaban si era el Hijo de Dios, daba infaliblemente una respuesta. Se negó firmemente a hablar cuanto estuvo en presencia del curioso y malvado Herodes. Delante de Pilatos sólo habló cuando pensó que podría ayudar a Pilatos, o a alguna otra persona, a conocer mejor la verdad mediante lo que él decía. Jesús había enseñado a sus apóstoles que era inútil que echaran sus perlas a los cerdos, y ahora se atrevía a practicar lo que había enseñado. Su conducta en ese momento ejemplificó la paciente sumisión de la naturaleza humana unida al silencio majestuoso y a la solemne dignidad de la naturaleza divina. Estaba enteramente dispuesto a discutir con Pilatos cualquier cuestión relacionada con las acusaciones políticas presentadas contra él —cualquier cuestión que Jesús reconocía que pertenecía a la jurisdicción del gobernador.
1999:3  186:2.3 Jesús estaba convencido de que la voluntad del Padre era que se sometiera al curso natural y normal de los acontecimientos humanos, tal como las demás criaturas mortales deben hacerlo, y por eso se negó incluso a emplear sus poderes puramente humanos de elocuencia persuasiva para influir sobre el resultado de las maquinaciones de sus semejantes mortales, socialmente miopes y espiritualmente ciegos. Aunque Jesús vivió y murió en Urantia, toda su carrera humana, desde el principio hasta el fin, fue un espectáculo destinado a influir e instruir a todo el universo que había creado y sostenido sin cesar.

1999:4  186:2.4 Estos judíos miopes gritaban de manera indecente pidiendo la muerte del Maestro, mientras éste permanecía allí en un silencio impresionante, contemplando la escena de la muerte de una nación —el propio pueblo de su padre terrenal.

1999:5  186:2.5 Jesús había adquirido ese tipo de carácter humano que puede conservar la serenidad y afirmar su dignidad en medio de los insultos contínuos e injustificados. No se le podía intimidar. Cuando fue atacado en primer lugar por el criado de Anás, sólo había sugerido la conveniencia de llamar a unos testigos que pudieran testificar debidamente contra él.
1999:6  186:2.6 Desde el principio hasta el fin de su supuesto juicio ante Pilatos, las huestes celestiales que presenciaban los acontecimientos no pudieron abstenerse de transmitir al universo la descripción de la escena de "Pilatos procesado ante Jesús".
1999:7  186:2.7 Cuando compareció ante Caifás y todos los testimonios perjuros se habían derrumbado, Jesús no dudó en responder a la pregunta del sumo sacerdote, proporcionando así con su propio testimonio la base que deseaban para condenarlo por blasfemia.
1999:8  186:2.8 El Maestro nunca manifestó el menor interés por los esfuerzos bien intencionados, pero poco entusiastas, de Pilatos por conseguir su liberación. Compadecía realmente a Pilatos y se esforzó sinceramente por iluminar su mente ensombrecida. Permaneció enteramente pasivo ante todos los llamamientos del gobernador romano para que los judíos retiraran sus acusaciones criminales contra él. Durante toda esta penosa prueba, se comportó con una dignidad sencilla y una majestad sin ostentación. Ni siquiera quiso criticar la insinceridad de sus supuestos asesinos cuando éstos le preguntaron si era "el rey de los judíos". Aceptó esta designación con un mínimo de explicación modificativa, sabiendo que aunque habían escogido rechazarlo, sería el último en representar para ellos un verdadero jefe nacional, incluso en el sentido espiritual.
2000:1  186:2.9 Jesús habló poco durante estos juicios, pero dijo lo suficiente como para mostrar a todos los mortales el tipo de carácter humano que un hombre puede perfeccionar en asociación con Dios, y para revelar a todo el universo la manera en que Dios se puede manifestar en la vida de la criatura cuando ésta escoge verdaderamente hacer la voluntad del Padre, volviéndose así un hijo activo del Dios vivo.
2000:2  186:2.10 Su amor por los mortales ignorantes se revela plenamente mediante su paciencia y su gran serenidad frente a las burlas, los golpes y las bofetadas de los toscos soldados y de los criados irreflexivos. Ni siquiera se irritó cuando le vendaron los ojos y le golpearon burlonamente en la cara, exclamando: "Profetiza y dinos quién te ha golpeado."
2000:3  186:2.11 Pilatos estaba más cerca de la verdad de lo que podía suponer cuando, después de haber hecho azotar a Jesús, lo presentó ante la multitud exclamando: "¡He aquí al hombre!" En verdad, el temeroso gobernador romano poco podía imaginar que en aquel mismo momento el universo permanecía atento, contemplando esta escena única en la que su amado Soberano se sometía así a la humillación de las burlas y los golpes de sus súbditos mortales ignorantes y envilecidos. Y cuando Pilatos habló, la frase "¡He aquí a Dios y al Hombre!" resonó por todo Nebadón. Desde ese día, incalculables millones de criaturas han continuado contemplando a este hombre en todo un universo, mientras que el Dios de Havona, el gobernante supremo del universo de universos, acepta al hombre de Nazaret como que satisface el ideal de las criaturas mortales de este universo local del tiempo y del espacio. En su vida incomparable, Jesús no dejó nunca de revelar Dios al hombre. Ahora, durante estos episodios finales de su carrera mortal y de su muerte posterior, efectuó una nueva y conmovedora revelación del hombre a Dios.

 

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