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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 187

LA CRUCIFIXIÓN

 

1. CAMINO DEL GÓLGOTA

2004:5  187:1.1 Antes de salir del patio del pretorio, los soldados colocaron el travesaño de la cruz sobre los hombros de Jesús. Era costumbre obligar al condenado a que llevara el travesaño de la cruz hasta el lugar de la crucifixión. El condenado no llevaba toda la cruz, sino únicamente este madero más corto. Los postes de madera más largos y verticales de las tres cruces ya habían sido transportados al Gólgota y, cuando llegaron los soldados con sus presos, estaban firmemente hincados en el suelo.
2004:6  187:1.2 De acuerdo con la costumbre, el capitán dirigió la procesión, llevando unas pequeñas tablillas blancas en las que se habían escrito con carbón los nombres de los criminales y la naturaleza de los crímenes por los que habían sido condenados. Para los dos ladrones, el centurión llevaba unos letreros con sus nombres, debajo de los cuales estaba escrita una sola palabra: "Bandido". Después de que la víctima había sido clavada en el travesaño y levantada hasta su sitio en el poste vertical, tenían la costumbre de clavar este letrero en el extremo superior de la cruz, justo encima de la cabeza del criminal, para que todos los espectadores pudieran saber por qué crimen se crucificaba al condenado. La inscripción que llevaba el centurión para colocarla en la cruz de Jesús había sido escrita por el mismo Pilatos en latín, griego y arameo, y decía: "Jesús de Nazaret —el rey de los judíos".
2005:1  187:1.3 Algunas autoridades judías que aún estaban presentes cuando Pilatos escribió esta inscripción protestaron enérgicamente porque se calificara a Jesús de "rey de los judíos". Pero Pilatos les recordó que esta acusación formaba parte de los cargos que habían llevado a condenarlo. Cuando vieron que no podían convencer a Pilatos para que cambiara de idea, los judíos le rogaron que al menos modificara la inscripción para que dijera: "Él ha dicho: 'yo soy el rey de los judíos'". Pero Pilatos se mantuvo inflexible y no quiso cambiar el letrero. A todas sus nuevas súplicas se limitó a contestar: "Lo que he escrito, escrito está."
2005:2  187:1.4 Normalmente se tenía la costumbre de ir hasta el Gólgota por el camino más largo, para que un gran número de personas pudiera ver al criminal condenado, pero este día se dirigieron por el camino más directo hasta la puerta de Damasco, por donde se salía de la ciudad hacia el norte, y siguiendo esta carretera, pronto llegaron al Gólgota, el lugar oficial de las crucifixiones en Jerusalén. Más allá del Gólgota se encontraban las villas de los ricos, y al otro lado de la carretera estaban las tumbas de muchos judíos acaudalados.

2005:3  187:1.5 La crucifixión no era una forma de castigo judío. Tanto los griegos como los romanos habían aprendido este método de ejecución de los fenicios. Incluso Herodes, con toda su crueldad, no recurría a la crucifixión. Los romanos nunca crucificaban a un ciudadano romano; sólo sometían a este tipo de muerte deshonrosa a los esclavos y a los pueblos sometidos. Durante el asedio de Jerusalén, exactamente cuarenta años después de la crucifixión de Jesús, todo el Gólgota estuvo cubierto de miles y miles de cruces sobre las que pereció, día tras día, la flor de la raza judía. Fue en verdad una cosecha terrible por la semilla que se sembró este día.

2005:4  187:1.6 Mientras la procesión de la muerte pasaba por las estrechas calles de Jerusalén, muchas mujeres judías tiernas de corazón que habían escuchado las palabras de ánimo y de compasión de Jesús, y que conocían su vida de ministerio amoroso, no pudieron contener el llanto cuando vieron que lo llevaban a una muerte tan indigna. Mientras pasaba, muchas de estas mujeres lloraban y se lamentaban. Cuando algunas de ellas se atrevieron incluso a caminar a su lado, el Maestro volvió la cabeza hacia ellas y les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino más bien por vosotras y por vuestros hijos. Mi obra está a punto de terminar —pronto iré hacia mi Padre— pero los tiempos de las terribles tribulaciones para Jerusalén acaban de empezar. Mirad, se acercan los días en que diréis: Bienaventuradas las estériles y aquellas cuyos pechos nunca han amamantado a sus pequeños. En esos días rogaréis a las rocas de las colinas que caigan sobre vosotras para que os liberen de los terrores de vuestras tribulaciones."
2005:5  187:1.7 Estas mujeres de Jerusalén eran en verdad valientes al manifestar su simpatía por Jesús, porque la ley prohibía estrictamente que se mostraran sentimientos amistosos por alguien que iba a ser crucificado. El populacho tenía permiso para burlarse, mofarse y ridiculizar al condenado, pero no estaba permitido expresar ninguna simpatía. Aunque Jesús apreciaba estas manifestaciones de simpatía en esta hora sombría en la que sus amigos estaban escondidos, no quería que estas mujeres de buen corazón se granjearan la indignación de las autoridades por atreverse a mostrar compasión por él. Incluso en un momento como éste, Jesús pensaba poco en sí mismo; sólo pensaba en los terribles días de tragedia que le esperaban a Jerusalén y a toda la nación judía.
2006:1  187:1.8 Mientras el Maestro caminaba con dificultad hacia la crucifixión, se sintió muy cansado; estaba casi agotado. No había comido ni bebido desde la Última Cena en la casa de Elías Marcos, y tampoco le habían permitido disfrutar de un instante de sueño. Además, había soportado un interrogatorio tras otro hasta el momento de su condena, sin mencionar los azotes abusivos con el sufrimiento físico y la pérdida de sangre consiguientes. A todo esto había que añadir su extremada angustia mental, su aguda tensión espiritual y un terrible sentimiento de soledad humana.
2006:2  187:1.9 Poco después de pasar por la puerta que conducía fuera de la ciudad, mientras Jesús se tambaleaba llevando el travesaño de la cruz, su fuerza física flaqueó por un momento, y cayó bajo el peso de su pesada carga. Los soldados le gritaron y le dieron patadas, pero no pudo levantarse. Cuando el capitán vio esto, sabiendo lo que Jesús ya había soportado, ordenó a los soldados que se detuvieran. Luego le ordenó a un transeúnte, un tal Simón de Cirene, que cogiera el travesaño de los hombros de Jesús y le obligó a llevarlo durante el resto del camino hasta el Gólgota.

2006:3  187:1.10 Este Simón había efectuado todo el trayecto desde Cirene, en el norte de África, para asistir a la Pascua. Estaba alojado con otros cireneos justo fuera de los muros de la ciudad, y se dirigía hacia el templo para asistir a los oficios en la ciudad cuando el capitán romano le ordenó que llevara el travesaño de Jesús. Simón permaneció allí durante las horas que el Maestro tardó en morir en la cruz, hablando con muchos amigos de Jesús y con sus enemigos. Después de la resurrección y antes de marcharse de Jerusalén, se convirtió en un valeroso creyente en el evangelio del reino, y cuando regresó a su hogar, hizo entrar a su familia en el reino celestial. Sus dos hijos, Alejandro y Rufo, fueron unos instructores muy eficaces del nuevo evangelio en África. Pero Simón no supo nunca que Jesús, cuya carga había llevado, y el preceptor judío que en otro tiempo había favorecido a su hijo lesionado, eran la misma persona.

2006:4  187:1.11 Eran poco más de las nueve cuando esta procesión de la muerte llegó al Gólgota, y los soldados romanos se pusieron a la tarea de clavar a los dos bandidos y al Hijo del Hombre en sus cruces respectivas.

 

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