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El libro de Urantia
Edición1999

ESCRITO 187

LA CRUCIFIXIÓN

 

5. LAS ÚLTIMAS HORAS EN LA CRUZ

2010:2  187:5.1 Aunque era pronto para que se produjera un fenómeno así en esta estación del año, poco después de las doce el cielo se oscureció a causa de la presencia de arena fina en el aire. La población de Jerusalén sabía que esto significaba la llegada de una tormenta de arena con viento caliente procedente del desierto de Arabia. Antes de la una el cielo se puso tan oscuro que ocultó al sol, y el resto de la multitud se apresuró a regresar a la ciudad. Cuando el Maestro abandonó su vida poco después de esta hora, menos de treinta personas estaban presentes, únicamente los trece soldados romanos y un grupo de unos quince creyentes. Todos estos creyentes eran mujeres, excepto dos: Judá el hermano de Jesús, y Juan Zebedeo, que regresó a la escena justo antes de que expirara el Maestro.
2010:3  187:5.2 Poco después de la una, en medio de la creciente oscuridad de la violenta tormenta de arena, Jesús empezó a perder su conciencia humana. Había pronunciado sus últimas palabras de misericordia, de perdón y de exhortación. Su último deseo —acerca del cuidado de su madre— había sido expresado. Durante esta hora en que la muerte se acercaba, la mente humana de Jesús recurrió a la repetición de numerosos pasajes de las escrituras hebreas, en particular los salmos. El último pensamiento consciente del Jesús humano estuvo ocupado en la repetición mental de una parte del Libro de los Salmos que ahora se conoce como los salmos veinte, veintiuno y veintidós. Aunque sus labios se movían a menudo, estaba demasiado débil como para pronunciar las palabras de estos pasajes, que tan bien conocía de memoria, a medida que cruzaban por su mente. Sólo en pocas ocasiones aquellos que estaban cerca lograron captar algunas palabras, tales como: "Sé que el Señor salvará a su ungido", "Tu mano descubrirá a todos mis enemigos" y "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Jesús no albergó en ningún momento la menor duda de que había vivido de acuerdo con la voluntad del Padre; y nunca dudó de que ahora abandonaba su vida carnal de acuerdo con la voluntad de su Padre. No tenía el sentimiento de que el Padre lo había abandonado; simplemente estaba recitando en su conciencia evanescente numerosos pasajes de las escrituras, entre ellos este salmo veintidós que comienza diciendo "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Y dió la casualidad de que éste fue uno de los tres pasajes que pronunció con la suficiente claridad como para ser escuchado por aquellos que estaban cerca.

2010:4  187:5.3 La última petición que el Jesús mortal hizo a sus semejantes tuvo lugar alrededor de la una y media, cuando dijo por segunda vez: "Tengo sed." Y el mismo capitán de la guardia le humedeció de nuevo los labios con la misma esponja mojada en el vino agrio, que en aquella época llamaban vulgarmente vinagre.

2010:5  187:5.4 La tormenta de arena se volvió más intensa y los cielos se oscurecieron cada vez más. Sin embargo, los soldados y el pequeño grupo de creyentes permanecían allí. Los soldados se habían agachado cerca de la cruz, acurrucados todos juntos para protegerse de la arena cortante. La madre de Juan y otras personas observaban desde cierta distancia, donde estaban un poco resguardadas bajo una roca saliente. Cuando el Maestro exhaló finalmente su último suspiro, al pie de su cruz se encontraban su hermano Judá, su hermana Rut, Juan Zebedeo, María Magdalena y Rebeca, la que había vivido en Séforis.
2011:1  187:5.5 Fue justo antes de las tres cuando Jesús, dando un grito, exclamó: "¡Se acabó! Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." Cuando hubo dicho esto, inclinó la cabeza y abandonó la lucha por la vida. Cuando el centurión romano vio cómo Jesús había muerto, se golpeó el pecho y dijo: "Éste era en verdad un hombre justo; debe haber sido realmente un Hijo de Dios." Y a partir de ese momento empezó a creer en Jesús.

2011:2  187:5.6 Jesús murió majestuosamente —tal como había vivido. Admitió sin reservas su realeza y permaneció dueño de la situación durante todo este trágico día. Se dirigió voluntariamente a su muerte ignominiosa después de haber previsto la seguridad de sus apóstoles escogidos. Detuvo sabiamente la violencia alborotadora de Pedro y dispuso que Juan pudiera estar cerca de él hasta el fin de su existencia mortal. Reveló su verdadera naturaleza al sanguinario sanedrín y le recordó a Pilatos el origen de su autoridad soberana como Hijo de Dios. Partió para el Gólgota llevando el travesaño de su propia cruz y terminó su donación amorosa entregando el espíritu que había adquirido como mortal al Padre del Paraíso. Después de una vida así —y en el momento de una muerte semejante— el Maestro podía decir en verdad: "Se acabó."

2011:3  187:5.7 Como éste era el día tanto de la preparación de la Pascua como del sábado, los judíos no querían que estos cuerpos permanecieran expuestos en el Gólgota. Por eso, se presentaron ante Pilatos para pedirle que rompieran las piernas de estos tres hombres, que fueran rematados, para poder bajarlos de sus cruces y echarlos en la fosa común de los criminales antes de ponerse el sol. Cuando Pilatos escuchó esta petición, envió inmediatamente a tres soldados para que rompieran las piernas y remataran a Jesús y a los dos bandidos.
2011:4  187:5.8 Cuando estos soldados llegaron al Gólgota, actuaron en consecuencia con los dos ladrones, pero para su gran sorpresa, se encontraron con que Jesús ya había muerto. Sin embargo, para asegurarse de su muerte, uno de los soldados le clavó su lanza en el costado izquierdo. Aunque era corriente que las víctimas de la crucifixión permanecieran vivas en la cruz incluso durante dos o tres días, la abrumadora agonía emocional y la aguda angustia espiritual de Jesús provocaron el final de su vida mortal en la carne en poco menos de cinco horas y media.

 

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