ÍNDICEEl libro de Urantia Edición1999
ESCRITO 190 LAS APARICIONES MORONTIALES DE JESÚS
2029:1 190:0.1 EL JESÚS resucitado se prepara ahora para pasar un corto período en Urantia con el fin de experimentar la carrera morontial ascendente de un mortal de los reinos. Aunque este período de vida morontial deberá pasarlo en el mundo de su encarnación como mortal, sin embargo será equivalente en todos los sentidos a la experiencia de los mortales de Satania que pasan por la vida morontial progresiva de los siete mundos de las mansiones de Jerusem.
2029:2 190:0.2 Todo este poder inherente a Jesús —el don de la vida— que le permitió resucitar de entre los muertos, es el mismo don de la vida eterna que él concede a los creyentes en el reino, y que incluso ahora asegura la resurrección de éstos de las ataduras de la muerte natural.
2029:3 190:0.3 Los mortales de los reinos se levantarán, en la mañana de la resurrección, con el mismo tipo de cuerpo de transición, o morontial, que Jesús tenía cuando se levantó de la tumba este domingo por la mañana. Estos cuerpos no tienen circulación sanguínea, y estos seres no comen los alimentos materiales corrientes; sin embargo, estas formas morontiales son reales. Cuando los diversos creyentes vieron a Jesús después de su resurrección, lo vieron realmente, no fueron víctimas del engaño de sus propias visiones o alucinaciones.
2029:4 190:0.4 Una fe permanente en la resurrección de Jesús fue la característica esencial de la fe de todas las ramas de la enseñanza primitiva del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia, todos los educadores del evangelio se unieron en esta fe implícita en la resurrección del Maestro.2029:5 190:0.5 Al examinar el papel sobresaliente que jugó María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, hay que indicar que María era la portavoz principal del grupo femenino, tal como Pedro lo era de los apóstoles. María no era la directora de las mujeres que trabajaban para el reino, pero era su educadora principal y su portavoz pública. María se había convertido en una mujer muy prudente, de manera que la audacia que mostró al hablarle a un hombre que había tomado por el jardinero de José, sólo indica el horror que sintió cuando encontró la tumba vacía. La profundidad y la agonía de su amor, la plenitud de su devoción, fueron las que le hicieron olvidar por un momento las prohibiciones convencionales que tenía una mujer judía para dirigirse a un desconocido.