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El libro de Urantia
Edición 1999

ESCRITO 191

LAS APARICIONES A Los APÓSTOLES
Y A OTROS DISCÍPULos PRINCIPALES

 

5. LA SEGUNDA APARICIÓN A Los APÓSTOLES

2042:5  191:5.1 Tomás pasó una triste semana completamente solo en las colinas que rodeaban al Olivete. Durante este tiempo sólo vio a Juan Marcos y a los que vivían en la casa de Simón. Eran alrededor de las nueve del sábado 15 de abril cuando los dos apóstoles lo encontraron y se lo llevaron de vuelta a su refugio en la casa de Marcos. Al día siguiente, Tomás escuchó el relato de las historias de las diversas apariciones del Maestro, pero se negó rotundamente a creer. Sostenía que Pedro, con su entusiasmo, los había convencido de que habían visto al Maestro. Natanael razonó con él, pero no sirvió de nada. Había una obstinación emotiva asociada a sus dudas habituales, y este estado mental, unido a su disgusto por haber huído de ellos, concurría a crear una situación de aislamiento que ni siquiera el mismo Tomás comprendía plenamente. Se había apartado de sus compañeros, había seguido su propio camino, y ahora, incluso estando de vuelta entre ellos, tendía inconscientemente a adoptar una actitud de desacuerdo. Era lento en rendirse; no le gustaba ceder. Aunque no tuviera esa intención, disfrutaba realmente con la atención que le prestaban; los esfuerzos de todos sus compañeros por convencerlo y convertirlo le producían una satisfacción inconsciente. Los había echado de menos durante toda una semana, y sus atenciones permanentes le causaban un gran placer.
2042:6  191:5.2 Poco después de las seis, estaban tomando la cena con Tomás sentado entre Pedro y Natanael, cuando el incrédulo apóstol dijo: "No creeré hasta que haya visto al Maestro con mis propios ojos y haya metido mi dedo en la marca de los clavos." Mientras estaban así sentados cenando, con las puertas fuertemente cerradas y atrancadas, el Maestro morontial apareció repentinamente dentro de la curvatura de la mesa, y permaneciendo directamente delante de Tomás, dijo:
2043:1  191:5.3 "Que la paz sea con vosotros. He esperado toda una semana a fin de poder aparecer de nuevo cuando todos estuvierais presentes para escuchar una vez más el encargo de ir a predicar por todo el mundo este evangelio del reino. Os lo digo de nuevo: Del mismo modo que el Padre me ha enviado al mundo, así os envío yo. Al igual que yo he revelado al Padre, vosotros revelaréis el amor divino, no solamente con las palabras, sino en vuestra vida diaria. Os envío, no para que améis el alma de los hombres, sino más bien para que améis a los hombres. No debéis proclamar simplemente las alegrías del cielo, sino que debéis manifestar también en vuestra experiencia diaria estas realidades espirituales de la vida divina, puesto que gracias a la fe ya tenéis la vida eterna como un don de Dios. Cuando tengáis fe, cuando el poder de las alturas, el Espíritu de la Verdad, haya venido a vosotros, no esconderéis vuestra luz aquí detrás de unas puertas cerradas; haréis conocer a toda la humanidad el amor y la misericordia de Dios. Ahora huís, por miedo, de los hechos de una experiencia desagradable, pero cuando hayáis sido bautizados con el Espíritu de la Verdad, saldréis con valentía y alegría al encuentro de las nuevas experiencias que viviréis al proclamar la buena nueva de la vida eterna en el reino de Dios. Podéis permanecer aquí y en Galilea durante un corto período mientras os recobráis del impacto de la transición entre la falsa seguridad de la autoridad del tradicionalismo y el nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la verdad y de la fe en las realidades supremas de la experiencia viviente. Vuestra misión en el mundo está basada en el hecho de que he vivido entre vosotros una vida revelando a Dios, está basada en la verdad de que vosotros y todos los demás hombres sois los hijos de Dios; y esta misión consistirá en la vida que viviréis entre los hombres —en la experiencia real y viviente de amar y servir a los hombres como yo os he amado y servido. Que la fe revele vuestra luz al mundo; que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la tradición; que vuestro servicio amoroso destruya eficazmente los prejuicios engendrados por la ignorancia. Acercándoos así a vuestros semejantes con una simpatía comprensiva y con una dedicación desinteresada, los conduciréis al conocimiento salvador del amor del Padre. Los judíos han ensalzado la bondad; los griegos han exaltado la belleza; los hindúes predican la devoción; los lejanos ascetas enseñan la veneración; los romanos exigen la lealtad; pero yo exijo la vida de mis discípulos, incluso una vida de servicio amoroso para vuestros hermanos en la carne."
2043:2  191:5.4 Después de haber hablado así, el Maestro bajó la mirada hacia el rostro de Tomás y dijo: "Y tú, Tomás, que has dicho que no creerías hasta que pudieras verme y meter tu dedo en las marcas de los clavos de mis manos, ahora me has contemplado y escuchado mis palabras; y aunque no veas ninguna marca de clavos en mis manos, puesto que he resucitado con una forma que tú también tendrás cuando te vayas de este mundo, ¿qué vas a decir a tus hermanos? Reconocerás la verdad, porque ya habías empezado a creer en tu corazón incluso cuando afirmabas tan categóricamente tu incredulidad. Tus dudas, Tomás, siempre se afirman con la mayor obstinación cuando están a punto de desmoronarse. Tomás, te ruego que no seas escéptico sino creyente —y sé que creerás, incluso de todo corazón."
2043:3  191:5.5 Cuando Tomás escuchó estas palabras, cayó de rodillas delante del Maestro morontial y exclamó: "¡Creo! ¡Señor mío y Maestro mío!" Entonces Jesús le dijo a Tomás: "Has creído, Tomás, porque me has visto y escuchado realmente. Benditos sean, en los siglos venideros, aquellos que crean sin haber visto siquiera con los ojos de la carne ni haber escuchado con los oídos mortales."
2043:4  191:5.6 Luego, mientras la forma del Maestro se acercaba al extremo de la mesa, se dirigió a todos ellos diciendo: "Y ahora, id todos a Galilea, donde pronto me apareceré a vosotros." Después de decir esto, desapareció de su vista.
2044:1  191:5.7 Los once apóstoles estaban ahora plenamente convencidos de que Jesús había resucitado de entre los muertos, y a la mañana siguiente muy temprano, antes del amanecer, partieron para Galilea.

 

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